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Narrativa
mayo 2025

El Último mueble
por Ensony Tovar 

No sabía si lo había traído conmigo o si había llegado solo. Quizá alguien lo dejó. Quizá apareció. No es extraño que las cosas lleguen a esta casa sin avisar. Casi todo lo que tengo es así: restos, sobras, objetos que otros desecharon porque dejaron de usarlos o, peor, porque nunca supieron usarlos del todo. Este, en cambio, parecía que esperaba. No sé cuánto tiempo. Solo recuerdo que una mañana apareció en un rincón distinto al día anterior, y su presencia era tan física que empecé a caminar distinto para rodearlo. No tenía forma clara. Una especie de silla, banco, trono bajo, cuerpo deforme de madera. El respaldo era curvo, como si hubiera sido hecho a partir de alguien, no para alguien. La madera tenía grietas profundas. Algunas se bifurcaban como venas. Otras eran como grietas por donde podía colarse el pensamiento. No era bonita. Tampoco fea. Era real. Y esto, aunque poéticamente bello en una persona, en una silla la hace profundamente incómoda.

Esa noche, soñé con el mueble. O soñé desde el mueble. En el sueño, yo ya no era una persona, sino una superficie. No tenía rostro, ni manos. Solo percibía la presión de alguien sentándose sobre mí. Me hablaba, pero no entendía. Cada palabra me pesaba. Cada frase era una marca. Al despertar, tenía una línea rojiza en la espalda. Como si alguien me hubiese hablado en silencio, a través del sueño. La casa entera se fue reorganizando a partir del mueble. Yo no lo moví nunca, pero él sí me movía a mí. El lugar donde lo encontré dejó de ser pasillo. Era ahora su espacio. El resto de los objetos empezó a volverse accesorio. Como si todo lo demás perdiera sustancia. Como si nada más tuviera propósito. ¿Qué sentido tiene una lámpara cuando no se quiere ver? ¿Una cama cuando no se duerme bien?

No recuerdo exactamente el momento en que me senté. Lo pensé durante días. El cuerpo me lo pedía, pero la mente se resistía. Sentarme ahí significaba algo. Era cruzar un umbral. Dejar de ser el que observa para ser el que se entrega. No fue un gesto simple. El mueble no ofrecía descanso: ofrecía absorción. La madera se adaptó a mí como si me hubiese estado esperando. Sentí peso, pero también comprensión. Una presión suave, como si el objeto me reconociera. Desde entonces, los días perdieron contorno. Dejé de saber si era de noche o de mañana. A veces escribía. O creía escribir. Las palabras no salían como antes. Algunas se resistían, otras se evaporaban en el aire. El lenguaje se volvió un eco húmedo. Empecé a hablarle en voz baja: cosas pequeñas, insignificantes. “Hoy no comí nada”. “No recuerdo el nombre de mi madre”. “Soñé que era una mancha sobre una pared”. El mueble no respondía, pero crujía como si lo hiciera. Y ese crujido era más significativo que cualquier conversación que pudiera tener con otro ser humano

Con el tiempo, empecé a sentir que había otras memorias dentro de él. No recuerdos míos, sino de otros. Personas que no conocí, pero que habían pasado por allí. Rostros que no recordaba haber visto se formaban sobre la superficie. Nombres que nunca dije me llegaban de golpe, como si alguien los susurrara desde adentro. A veces percibía olores: perfume viejo, sudor, lágrimas secas. Como si los restos emocionales de otros hubieran quedado atrapados en la madera. No era perturbador en lo absoluto, era lógico. El mueble era un archivo sin papeles. Un refugio para lo no dicho. Me dejé llevar por eso, empecé a olvidar cosas, rostros de amigos, la fecha en que me mudé, mi propio reflejo. El espejo ya no devolvía lo que esperaba. A veces reflejaba el mueble, pero no a mí. Otras veces yo estaba, pero incompleto. Algo faltaba siempre.

El día que me di cuenta de que el mueble ya no estaba en la casa, sino que yo estaba en él, no sentí miedo. No era posesión, ni castigo. Era transición. El mundo exterior seguía, pero no me llamaba. La casa se redujo a eso: un lugar que alberga un objeto que una vez fue humano. Y no me duele. No me molesta. Ser un mueble no es dejar de ser. Es simplemente dejar de fingir que se es otra cosa. Ahora sostengo lo que llega. El peso de otros. Las dudas que no se dicen en voz alta. Los cuerpos que no se sienten cómodos en ninguna parte. A veces alguien se sienta. Se queda unos minutos. No habla. Pero yo entiendo. No hay apuro. El último mueble no está hecho para el tiempo. Está hecho para lo que se queda cuando todo lo demás se va, a veces pienso que no soy el último. Que otro vendrá. Que otro ya está. Tal vez yo fui sólo el hueco que alguien necesitaba ocupar por un rato. Tal vez todos los muebles fueron gente que no supo a dónde ir después. A veces siento que hay algo bajo la madera, algo que respira. O soy yo. O fui. Ya no me preocupa saberlo.


Ensony Tovar Granadillo,agosto de 2006. Comienza a escribir de forma intuitiva desde los 14 años, con textos breves, cartas, reflexiones y pequeñas piezas líricas. En 2023 comienza a explorar con mayor conciencia la narrativa, y en 2025 termina su primera antología de cuentos, un conjunto de relatos que cruzan lo simbólico, lo emocional, lo onírico y lo corporal. Según sus palabras “Escribo desde la intuición más que desde la técnica, buscando una voz honesta, fragmentada, a veces absurda, pero cargada de sentido. Me interesan los personajes que se quiebran en silencio, las cosas que no se dicen, los cuerpos como superficies donde se inscriben emociones mal digeridas.”

 

Ensony Tovar

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