Literatura
Narrativa
noviembre 2025
Toxicidad
por Tiago Buendía
—Si pudieras irte ¿lo harías?, me dejarías aquí, ¿verdad?
Lo dijo sin mirarme, con esa voz cansada. No buscaba respuestas. Todos quieren irse de esta maldita ciudad. Nadie quiere ver cómo se pudren las cosas. Todo se va a la mierda rápido. Se hunde —en serio se hunde—, y lo sabemos. Al demonio con todo, lo sabemos.
Crucé las piernas. La observe detenidamente. La luz de la ventana, filtrada por la persiana, se derramaba sobre su piel desnuda, la bañaba por completo. Qué jodida figura, pensé. El sol se detenía en las curvas donde ya no podía llegar más lejos. Ella estaba ahí, arqueada, a contraluz. La tenía delante, y aun así deseaba no verla.
—Sí, me iría. Tú también te irías si pudieras, pero no puedes. Por eso estás aquí conmigo.
Ella inclinó un poco el rostro. El cabello cayéndole sobre un hombro.
—Ni siquiera sientes algo por mi —Solté
—Me gusta lo que lleves entre las piernas. El resto… sobra.
Así era. Tenía esa forma áspera de joderte con las palabras, pero después bajaba la mirada. Sus ojos eran pequeños, alargados. Parecía que lloraba. Tal vez lo hacía. Hablaba con fuerza, pero las palabras se quebraban entre los labios, arqueados como su cuerpo. Su respiración llenaba el cuarto. Sus pechos subían y bajaban, y por un instante pensé en poner mi mano ahí, solo para sentir si aún le latía el corazón.
—Entonces, ¿por qué no te vas tú? —dije.
—No quiero.
Y cerró la boca. Siempre la cerraba cuando algo pesaba demasiado. Giró despacio. Tenía la espalda llena de lunares. Eran un mapa. Yo quería un mapa. Quería leerla como se leen las estrellas. Me perdía en cada punto. Ninguno decía nada.
—Si yo no estuviera aquí, seguro buscarías a otro… —susurré, sin mirarla.
—La vida sigue, ¿porque no?
La vida sigue… ¿qué significa eso? Cuando apenas salimos de la escuela venimos corriendo a mi casa. La vida sigue y qué. Yo no lo entiendo. No somos tan distintos, pienso. Mamá no llega sino hasta que cae la noche. Ella, no lo sé… supongo que la dejan estar donde sea. ¿Tendrá padres? Nunca los nombra. Nunca los imagino.
—Supongo, aunque sabes no lo entiendo.
—¿Por qué eres tan idiota?
¿Soy idiota? Quizá sí. Pero entonces, ¿por qué estaría ella con un idiota? No lo sé. Tal vez le era más fácil estar con uno así. Si yo no lo fuera, no estaría aquí conmigo; no la habría visto así, desnuda, tantas veces. Con esta ya van más de dos meses. Solo nos detenemos cuando ella no puede hacerlo. Pero pienso: si yo no fuera el idiota, otro sería el idiota. Y eso me molestaría más. Al fin y al cabo, no soy cualquier idiota; soy su idiota.
—Sí, puede ser. Pero tú también lo eres, ¿no?
Me miro con calma.
—Es probable.
—¿Quién te manda a estar con un idiota? Eso también te hace idiota a ti.
Agarra mi mano. La guía hasta su pecho. La dejo ahí, quieta, respirando junto con ella. Siento su piel, su tibieza. Me dejo llevar, con cuidado, como si el aire pudiera romperse entre los dos. Sus ojos parecen cerrarse, pero no del todo; me miran todavía, me estudian, me retan.
Era fría, sí. Lo era, pero su cuerpo no. Su cuerpo era un incendio lento. El mío, en cambio, era un trozo de piedra. Tosco. Sin brillo. Ella tenía sabor. No sé a qué exactamente, pero lo tenía. Quizá a las cosas que uno nunca dice.
Se acercó más. Sus labios rozaron mi cuello. No dijimos nada. El silencio nos apretó fuerte. Por un instante pensé que, si la tocaba más, se quebraría. Pero no se quebró. Solo tembló.
— Eres muy brusco —susurró.
—Soy muy brusco —le respondí.
Eran las seis cuando se fue. Tal vez mañana no me encuentre aquí. Cumplo diecisiete y me iré lejos. No se lo dije. Quizá lo olvide. Aunque, al final, nada de esto importó nunca.
Tiago Buendía (Ica, 2006) Estudia Comunicación Audiovisual en la Pontificia Universidad Católica del Perú, tras haber iniciado la carrera de Ingeniería de Software en la Universidad Peruana de Ciencias, la cual dejó por motivos de vocación. Fue finalista del Concurso de Cuento de la Feria Internacional del Libro de Ayacucho. Su escritura explora temas como la insuficiencia, la memoria y lo cotidiano. Encuentra en la obra de Charles Bukowski una inspiración para retratar la marginalidad de la vida con un estilo sencillo, crudo y directo, en busca de una voz propia que dialogue entre lo íntimo y lo social.

