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septiembre 2025

ENFERMEDAD INVISIBLE E INCORPÓREA SOLIDARIDAD
por Harmonie Botella.

 

En las sombras del cuerpo humano, donde el dolor se teje como un hilo invisible en el tapiz de la vida diaria, habitan las enfermedades crónicas que no se ven. Son fantasmas que susurran en el silencio de las noches, devorando energías sin dejar huella en la piel. Fibromialgia, Encefalomelitis Mialgica,  Sindrome Quimico Multiple: suenan a mitos antiguos, pero que laceran el alma con una persistencia cruel.

Imagina a una mujer que camina por las calles bulliciosas, su sonrisa un escudo forjado en el yunque de la resiliencia. Sus pasos parecen firmes, pero cada uno es una batalla contra un enemigo que no ondea banderas. El mundo la observa y la juzga: “Pareces bien”, le dicen, como si la ausencia de vendajes o muletas invalidara su sufrimiento.

La solidaridad, esa flor delicada que brota en los jardines de la empatía, se marchita ante lo invisible. ¿Por qué extender la mano a lo que no se puede ver ni tocar? La sociedad, ciega a lo intangible, prefiere las heridas sangrantes, las fracturas evidentes, las que claman atención con su crudeza visual.

En los rincones de las oficinas, un hombre se esfuerza por mantener el ritmo, su mente nublada por la falta de cognición de una de las enfermedades crónicas. Sus colegas murmuran: “Es flojera”, ignorando que su cuerpo es un campo minado, donde cada explosión interna lo deja exhausto, pero intacto en apariencia.

Las enfermedades crónicas invisibles son como ríos subterráneos que erosionan las montañas del espíritu. Fluyen sin cesar, socavando la vitalidad, mientras el mundo superficial aplaude la ilusión de normalidad. ¿Dónde está la compasión para el guerrero que lucha en solitario?  Un luchadora-a con ojos como lagos profundos, ocultando tormentas de migrañas o de dolores crónicos. Cada día, un velo de padecimiento la envuelve, pero ella lo disfraza con sonrisas forzadas.

Sus amigos la invitan a fiestas, sin entender que el ruido es un verdugo, que la luz es una daga. La poca solidaridad es un veneno sutil, que envenena no solo al enfermo, sino a la humanidad entera. ¿Acaso no somos todos vulnerables? ¿No podría el mañana traer a cualquiera de nosotros a este reino de lo oculto? En las consultas médicas, los pacientes narran sus odiseas, pero a menudo reciben escepticismo en lugar de bálsamo. “No se ve nada en los análisis”, dicen los doctores, como si el dolor necesitara un certificado visible para ser real. Piensa en el niño con artritis juvenil invisible, que juega en el parque con una sonrisa pintada, mientras sus articulaciones gritan en silencio. Los otros niños lo miran con envidia: “Él puede correr”, pero no saben que cada zancada es un sacrificio al altar del disimulo. La literatura ha inmortalizado dolores visibles: el cojo de Notre Dame, el ciego de Tiresias. Pero ¿quién canta las epopeyas de los invisibles? Ellos, los héroes anónimos, merecen odas que resuenen en los corazones endurecidos. La falta de solidaridad es una ceguera colectiva, un velo que nos impide ver al otro en su totalidad. En un mundo obsesionado con lo aparente, el sufrimiento oculto se convierte en exilio. Imagina un abrazo que no pregunta por pruebas, una mano que se extiende sin condiciones. Esa es la verdadera empatía, el puente sobre el abismo de la indiferencia. En las noches de insomnio, cuando el dolor danza como un espectro, el enfermo anhela no curación inmediata, sino comprensión. Un “te creo” que disipe la niebla de la duda. Sociedad, despierta de tu letargo visual. Las enfermedades crónicas invisibles no son invenciones; son realidades que palpitan en millones de cuerpos.

La solidaridad escasa es como un desierto donde los oasis son raros. Pero cada gota de compasión puede regar un jardín de esperanza. Recuerda a los que luchan en silencio: su fortaleza es un faro en la oscuridad. Honrémoslos no con piedad, sino con acción genuina.

En el tejido de la vida, lo invisible es tan real como lo tangible. Ignorarlo es negar la complejidad humana.

Que este artículo sea un llamado: abramos los ojos del alma a lo que no se ve, y tejamos redes de solidaridad inquebrantable. Porque en el fondo, todos llevamos heridas ocultas, esperando ser reconocidas. Y en ese reconocimiento, hallaremos la verdadera sanación colectiva.

Harmonie Botella.
Presidenta de la ONG Fibro Protesta Ya
Presidenta de la asociación cultural :ANUESCA.


Harmonie Botella

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