Literatura
Reseña literaria
marzo 2025
Edinson Aladino, La prueba del jade
(2024, Buenos Aires Poetry)
por Isabel Ojeda
Leer este libro no es solo que el jade nos ponga a prueba, sino también ponerlo y
junto a los peces, atribuyéndoles la sombra íntegra de Gastón Baquero, donde recuerdan todas sus vidas felices
En La prueba del jade, he subrayado más de lo que me permito. Edinson Aladino me recuerda a aquellos poetas que no temen mostrar su lado antiguo, que no le temen a sus metáforas.
“Vi a una ninfa que extendía sus cabellos confundidos con la espuma del templo” (pág. 23).
Edinson nos entrega un poemario donde el lenguaje es metamorfosis constante. Un pez de tinta morada cruzando ríos que son memorias, se disuelve en reflejos y despierta niño en una isla milenaria. La poesía aquí no avanza en línea recta, sino que fluye como el Caroní, se enreda en los bambús de un tokonoma y reverbera en los muros de Bonampak.
Cada poema es un pliegue del tiempo, un instante donde el pasado y el presente se tocan. Un sabio cruza la seda del vacío y regresa a su infancia; una jarra rota sigue intacta en la casa; un poeta del siglo XVII ve su lámpara apagarse mientras la tinta palpita con la sangre de otras épocas. Aladino escribe desde una conciencia expandida, donde el lenguaje se vuelve eco de lo que fue y de lo que aún está por nombrarse.
Su poesía se construye sobre imágenes que no buscan ser entendidas, sino vividas. Aquí, el colibrí es pergamino, el fauno es fronda y el tiempo se escribe con un doble aleteo. La prueba del jade es un poemario que atraviesa la memoria como quien cruza un espejo de agua: sin saber si al otro lado le espera el niño que fue, el pez que soñó o el poeta que aún persiste en la tinta.
La prueba del jade nos invita a explorar un universo literario cargado de evocaciones, donde la sintaxis se convierte en una herramienta viva. A través de su lenguaje, Aladino no solo crea imágenes, sino que teje una atmósfera que recuerda su tierra natal. Cada verso parece impregnado de la esencia de Colombia, de su naturaleza, sus paisajes, su historia. Sin embargo, lo que hace que su obra sea especial es su capacidad para hacer de su tierra no solo un lugar físico, sino también un espacio íntimo, emocional, que se extiende más allá de lo geográfico.
La sintaxis de Aladino corre por medio de frases que a menudo parecen desestructuradas, pero es precisamente en esa ruptura donde se encuentra su potencia. En lugar de transmitir un significado directo o claro desde el inicio, sus versos invitan a un ritmo pausado y reflexivo, donde el lector se ve obligado a habitar el poema en su totalidad. Frases como “conejo amarillo de la boca del espejo” (pág. 14) no buscan simplemente sorprender, sino que ofrecen una invitación a transitar por el juego de lo que no se dice, a sumergirse en una lógica interna que escapa de lo lineal. Esta sintaxis permite una lectura que no es un proceso de comprensión inmediata, sino de exploración y descubrimiento. Cada pausa, cada desplazamiento en la estructura de la frase, crea una especie de espacio donde la imagen se vuelve más honda.
Las imágenes se entrelazan como hebras que, al entrecruzarse, producen un eco que se extiende más allá de la palabra misma. Se puede ver esto en versos como “herbarios azules de iridáceas” (pág. 18) o “cordaje sinuoso de la forma” (pág. 19), donde las palabras no solo se concatenan, sino que se funden en un juego de sonidos y sensaciones que resuenan en el lector mucho después de haber sido leídas. Esta musicalidad no es casual, sino fruto de una sintaxis que privilegia el ritmo y la cadencia, como si el poema fuera una melodía, una secuencia de movimientos que buscan la armonía en medio de turbulencia.
Además, Aladino emplea una sintaxis que a menudo parece romper con la temporalidad, saltando entre el pasado y el presente sin una distinción clara. En sus poemas, las palabras se desplazan como si el tiempo mismo fuera una construcción móvil, algo que se puede deshacer y rehacer según la necesidad del poema. En “La barca de Shelley”, por ejemplo, los recuerdos y los sueños se confunden con las imágenes del mar, y el lenguaje, al igual que el agua, se disuelve y se reinventa a medida que avanza. La frase se convierte en una herramienta para ir más allá de lo inmediato, para explorar las profundidades de un pensamiento que resuena en varias dimensiones.
La elección de Aladino de incluir poemas sin título, solo con una fecha. Este gesto le otorga al poemario un toque personal e íntimo, como si el autor estuviera compartiendo con el lector un pedazo de su propia vida, un momento capturado en el tiempo. No solo nos ofrece su voz poética, sino también una especie de diario emocional que se despliega con cada fecha, invitándonos a conectar con la temporalidad y el instante efímero que cada poema encapsula. Este recurso también subraya la naturaleza intangible y cambiante del tiempo, algo que el propio poema refleja al no buscar definirse o estar atado a una estructura rígida.
El poeta no teme incorporar referencias culturales, literarias y filosóficas que nutren aún más su riqueza simbólica. En un verso menciona a personajes como Capablanca, representando el ajedrez no solo como un juego, sino como una metáfora de los movimientos complejos de la vida. Este guiño al mundo de la estrategia, la reflexión y el destino nos invita a pensar en la vida como una partida interminable de ajedrez, donde las jugadas no siempre tienen un propósito claro y los movimientos se sienten como una suerte de juego entre el azar y el destino.
Además, la presencia de Shelley evoca las aguas turbulentas de la poesía romántica, donde la lucha de los ideales y la imposibilidad de alcanzar la perfección se entrelazan con las figuras trágicas del poeta y su obra.
Así, La prueba del jade no es solo un poemario que juega con imágenes visuales y sonoras, sino también con un lenguaje de múltiples capas. Nos ofrece una escritura que no busca ser entendida de manera lógica, sino vivida a través de la sensación y la experiencia que cada verso despliega. Aquí no solo organiza palabras, sino que abre un espacio donde el sentido se encuentra flotando, en constante transformación, esperando ser descubierto. Nos lleva a un viaje poético profundo y revelador, donde cada lectura es un reencuentro con lo que no sabemos que está ahí.
Isabel Ojeda. Nació en Morelia, México en 1996. Considerada por explorar géneros literarios desde la poesía, el realismo, hasta lo fantástico y novelesco. Se caracteriza por evocar emociones hacia las complejidades humanas, abarcando la memoria, la introspección psicológica, la crítica social y el paso del tiempo. Ha recibido una respuesta positiva ante la audiencia nacional mexicana y con mayor proyección en el extranjero. Entre sus obras destacan Origen para tu estación, siendo Orfa / Natos su primera obra. Actualmente es miembro de Letras & Poesía, Autores Revista, entre otros espacios literarios, y ha publicado antologías en conjunto con otros escritores internacionales. Se graduó de la Facultad de Ingeniería en la Universidad de Michoacán, actualmente cursa su master en Ciencias del Lenguaje en la BUAP.