Literatura
Reseña literaria
febrero 2025
Reseña literaria: el acertijo
por Guido Schiappacasse
Entrando a la edad escolar, mi madre y la madre de mi progenitora, me llevaron de vacaciones a Montevideo, capital del oriental país del Uruguay.
Y sucedió que en la plaza de variedades mis precoces ojos relampaguearon con sus seis años de existencia y se agrandaron recorriendo todo el lugar; el Gusano Loco (bueno, yo así lo apodé) me invitaba con su redondeado rostro, sus mejillas coloreadas y sus ojos platinados a subirme en él.
Se trataba de un carromato como si fuese una oruga, cada segmento de su cuerpo era un vagón con dos asientos, sus patas tal cual ruedas volaban sobre rieles y con gracia su faz era cómplice y prometedora de diversión.
Mi abuela materna y yo nos encaramamos al armatoste sin pensarlo dos veces; este rechinó, por un momento rodó hacia atrás, tan solo para tomar impulso y avanzar en dirección al firmamento volando entre nubes multicolores al atardecer; y esta mini montaña rusa en su correr aceleró, para mí era tocar el cielo, el viento en mi cara me zamarreaba, me despeinaba y algo quería decirme, pero no pude escucharlo en ese entonces.
Siguió la cuncuna acelerando en su andar sobre rieles, en un subir esforzado por una pendiente y un descender a ritmo creciente la cuesta, solo para que estallara en risa con felicidad infantil, una que el viento me arrebató, porque en edad madura volví en período estival con ánimo distinto a esta capital.
Ahora mis ojos avejentados, más pequeños y con presbicia incipiente, encontraron que el lugar era más diminuto, menos colorido y más aburrido en comparación con mi recuerdo. Incluso, el Gusano Loco había perdido su gracia, quizá extravió su existir, aquella vida que yo le otorgué en mis devaneos infantiles.
Al respecto, he recordado que, en estas adultas vacaciones, en una librería escondida y vetusta, ubicada en un sombrío rincón de la Ciudad Vieja (barrio capitalino muy visitado) me encontré con algo de literatura existencialista, en donde el escribir gira en torno a la condición humana, la libertad, la responsabilidad, las emociones y, sobre todo, rota y sobrevuela el tópico del sentido de la vida.
Ante mis ojos, unos que ya no se asombraban con facilidad, tenía «El acertijo y otros cuentos», libro de Teresa Porzekanski1. Esta autora uruguaya, otrora solo con veinte primaveras, es dueña de un mundo propio, con una juventud desilusionada donde se refleja, que, si bien en esa época era un tanto joven como para escribir con tanta profundidad, sin duda, pese a ello, logró en esta obra desnudar el alma humana en toda su indefensión, inseguridad y angustia metafísica y existencial.
Y de esa forma, os pido hoy vuestra venia para recomendarles un cuento de corriente existencialista; así, sin más, les contaré sobre «El acertijo»2.
Un narrador omnisciente en tercera persona nos presenta al señor Surly, profesor del colegio de monjas de Santa Carolina, el que se dirige a su quehacer con ojos rutinarios, desandando los corredores del tiempo, subiendo cincuenta y cinco años las mismas escaleras, enseñando lo que alguna vez estudió con pasión infantil, pero ahora las cosas tan solo le resbalan porque ha extraviado su vitalidad, se ha perdido a sí mismo.
En la sala de educadores se encuentra con el profesor Ferreira, al menos este último disfruta enseñando a Rubén Darío y gusta de ver como las escolares niñas se encienden con los versos voluptuosos y dulces del poeta. Más allá, junto al hornillo, la maestra Wadeau calienta el café y también a sí misma, alguna vez aquella le hizo la corte a Surly, pero este acostumbrado a que todo solo lo roce, mucho caso no le hizo, por eso la despechada hoy apenas lo saluda y poco lo mira.
Todas las tardes el poco vivaz de Surly visita a los Togbern, este matrimonio es muy amigo del profesor porque aquel los ayudó a instalarse cuando Rachel y Daniel Togbern llegaron de Europa escapando de la II Gran Guerra. Daniel pronto encontró trabajo y prosperó, y a Rachel le siguió creciendo la barriga fertilizada por su esposo. Surly envidia casi naturalmente la avidez por la vida de sus amigos, una pasión que olvidó los sufridos recuerdos experimentados en el viejo continente.
—No nos mataron —fueron esas las primeras palabras del matrimonio cuando su barco negro y blanco tocó puerto seguro.
Alguna vez el educador estuvo comprometido con Silvia, su suegra y tal vez con la renta de las dos mujeres, porque ni para pagar el alquiler tenían. Surly dio un paso al costado y salió huyendo, años después pasearía por el mismo barrio, tocaría a la misma puerta azul y le saldría al encuentro una mujer regordeta que recordó que madre e hija un día desaparecieron debiendo el arriendo.
Surly recibió una llamada, había muerto el hijo de Daniel, de alguna forma esto alegró a Surly, porque si bien Daniel se había apegado al viento de la vida, tal como este maestro, tampoco había podido transcender.
La guerra terminó, la vida se estancó en los cementerios, pero luego olvidó a los caídos y siguió su curso. Tras un año, Surly empezó a perder el cabello y adquirió el vicio de la pipa, consiguió su actual trabajo, un sueldo fijo y una pieza alquilada en una respetable casa. El avance es inexorable y con el paso de los años Surly empezó a creer en Dios guiado por los rígidos y monótonos días y la quieta e impasible desesperanza de su existir temporal. Sin embargo, la predica dominical sobre la salvación, condujo a que en la mente de Surly se agolparan vívidas imágenes y recuerdos, una guerra olvidada, un trabajo, un matrimonio que quiso transcender, un mortinato, la pobre Silvia; entonces él supo que no podía ser salvado; Dios había fracasado.
Volvemos a la escena inicial, Surly subiendo las escaleras por cincuenta y cinco años, más tarde se encuentra en la capilla del colegio, sus alumnas le recuerdan que él eligió ese lugar para exponer el tema de la religión griega, tiene calor, lo siente en las mejillas, Surly desvanece, está sufriendo un infarto.
Me detendré un momento en mi exposición, no me puedo contener más en lo que voy a decirles, sin temor a equivocaciones este cuento está escrito en forma muy estilosa y elegante, con metáforas y comparaciones muy bien puestas, no sobran, no faltan, es equilibrada su presentación en escena.
¿Y qué me dicen del racconto utilizado por la escritora? Yo lo encuentro genial, así hemos podido ver de primera mano la vida de Surly y la monotonía y desdén que lo envuelven, ha perdido la pasión por vivir, respira, pero en verdad no existe. Es más, cada escena de su vida pasada se entrelaza con la siguiente, entreteniendo y manteniendo interesado al lector, que se pregunta hacia donde la autora nos quiere conducir.
Y de los personajes secundarios, el profesor Ferreira y la maestra Wadeau, ¿qué puede decirse? Pareciera que pudiesen obviarse, pero aquello no debe ser porque Ferreira aún disfruta de su profesión de educador lo que muestra por contrapeso más la amargura y falta de sentido que aqueja a Surly; y Wadeau junto con fallar en su intento de amoríos con Surly ha envejecido acompañada del hornillo y las paredes de la sala de profesores, se ha convertido en parte del ambiente gris que aplasta el espíritu de Surly.
Volvamos a la escena inicial. Luego, tras el evento cardiovascular los Togbern ayudan al profesor a obtener una pensión vitalicia, ahora el maestro ya no sale de su pieza, le llega el alimento allí sin necesidad de atravesar el umbral de su claustro; también Daniel lo visita con frecuencia y le confiesa que le hubiese gustado transcender, que su hijo siguiese vivo. Aquí Surly, el envidioso oculto en la cobija de la amistad, se redime consolando a su compadre porque le dice que en verdad ha entregado mucho al mundo, su trabajo, su sufrimiento, su amor, que ha dejado partes de sí mismo.
Aquí la escritora ha explorado lo más vil del alma humano, Surly siempre ha detestado la pasión por la vida de los Togbern, esa vitalidad sin recuerdos, aquella fuerza que quiso dejar un hijo al mundo, incluso el académico se regocijó para sí mismo cuando falleció el vástago de sus amigos. Pero en su redención al apoyar y elevar el ánimo de Daniel, el maestro no solamente salva la moral de su amigo, sino que se salva a así mismo, porque se da cuenta de que, en el fondo, en lo más profundo, el fracaso no es más que nosotros mismos abandonándonos, nosotros mismos idos, como él mismo ha sobrevivido por tanto tiempo. Es más, tal vez, las cosas realmente sí importan, todas, el tiempo, los lugares y los ritmos; y el esconderse en la creencia de que estas cosas no tienen sentido no sea legítimo.
Y el término del cuento es digno de antología: encontrar el sendero de la vida es un acertijo, un enigma, un rompecabezas; así reflexiona Surly.
—Es más que cuadros blancos y negros y figuras. Volver atrás, hacia nosotros, y en lo primario, encontrar el principio —Surly completa su decir.
Simplemente un final que nos deja meditando, una invitación a filosofar; sin embargo, este relato cumple su finalidad sin caer en el discurso que aburre, muy por el contrario, la narración es siempre entretenida y al oír hablar a los personajes encontramos escondido el pensamiento de Teresa Porzekanski.
Jean-Paul Sartre3 nos dice que el hombre es una pasión inútil.
Albert Camus4 parte su ensayo expresando que la filosofía debe resolver la pregunta de si debemos cometer suicidio, porque nada tiene sentido y la vida es un completo absurdo.
Ambos autores existencialistas nos invitan finalmente a un nihilismo positivo, porque si bien niegan que la vida tiene un sentido, nos exhortan a vivir con pasión, haciendo uso de nuestra libertad y explorando cada una de nuestras posibilidades vitales.
Sin embargo, Teresa Porzekanski nos da otra solución a este acertijo. A lo mejor, dentro de nuestro marco de referencia, la vida humana tiene un sentido intrínseco en sí misma, es en esencia valiosa, por ende, debemos abrazar a la existencia con pasión en cada acción que acogemos.
En mis vacaciones con ojos más reducidos y con presbicia naciente, entonces acaeció que estando en la glorieta de cara frente al destartalado Gusano Loco, de un ala tomé fuerte a mi ánima y la invité a subirnos al artilugio, pese a las protestas de esta porque reclamaba que era un juego para niños.
La concuna emprendió su viaje hacia el pasado sobre sus antiguos rieles, el aire golpeteó nuevamente mi cara y del viento vetusto pude escuchar que había que volver al principio, se ha de vivir con la pasión de antaño, esa propia del paraíso infantil y que luego la madurez nos hizo perder. Y por fin mi risa volvió ante el asombro de mi otra mitad, el gusano había vuelto a cobrar vida, mientras nos llevaba de vuelta al origen, al principio, al edén perdido.
Y como soy un apasionado por la literatura con sentido estético y temático, os deseo que disfruten como infantes con este cuento existencialista.
¡Hasta la próxima entrega!
- Teresa Porzekanski: nacida en Montevideo en 1.945, licenciada en Antropología y doctora en Trabajo Social con posgrado en Hermenéutica y maestra en Tecnología de la Comunicación Social. Escritora y profesora de antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de Montevideo. Su obra abarca múltiples tópicos, desde lo femenino y lo religioso a las vivencias y tradiciones de las minorías judías asentadas en Uruguay. También su trabajo incluye ensayos en las áreas de antropología, ciencias sociales y trabajo social. Autora de novelas como «La vida simple. Crónicas cotidianas» e «Irse y andar», cuentos como «Historias para mi abuela» y «Cosas imposibles de explicar y otros cuentos escogidos» y antologías poéticas como «Palabra líquida».
- «El acertijo»: cuento existencialista escrito por Teresa Porzekanski y parte del libro de relatos cortos «El acertijo y otros cuentos», Arca Editorial S.R.L., año 1.967, Colonia 1.263, Montevideo, Uruguay.
- Jean-Paul Sartre (1.905-1.980): filósofo, escritor, novelista, dramaturgo y activista político, exponente del existencialismo y el marxismo. Ganador del Premio Nobel de Literatura, el cual rechazó esgrimiendo que los lazos entre la cultura y el hombre debían desarrollarse libremente, sin pasar por las instituciones establecidas.
- Albert Camus (1.913-1.960): novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista argelino-francés, padre del pensamiento filosófico conocido como absurdismo, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1.956.