Literatura
Narrativa
enero 2025
El viejo y el joven
por Miguel González Troncoso
Antes de que sonara la alarma de su celular, Efraín abandonó la cama y se fue al baño donde abrió el grifo del agua caliente y se duchó.
Después de vestirse, se dirigió a la cocina donde se preparó un té, el que se bebió a pequeños sorbos mientras comía una media luna del día anterior. Aún estaba oscuro cuando salió a la calle para tomar el microbús que lo llevaría hasta la estación del metro donde abordaría el primer tren en dirección a su trabajo.
Antes de entrar a la estación, dirigió una rápida mirada hacia el oriente para ver las luces del amanecer detrás de las montañas, pero todo seguía oscuro, como si aún estuviera de noche.
Subió al metro ubicándose al lado de la puerta. Después de ponerse los audífonos para escuchar música desde su walkman, se aferró al pasamano al momento en que el tren iniciaba su marcha.
No se sorprendió al constatar que pese a que era temprano, el carro estaba lleno de pasajeros que viajaban de pie. Llamó su atención que la mayoría de estos eran personas de avanzada edad, viejos como él, y que sus rostros adustos hacían presumir que iban sumidos en profundos pensamientos, como aquellos que hacen recordar los juegos de la niñez, los momentos de gloria, los fracasos, las penas y las alegrías; la esperanza que tuvieron algún día de acogerse a un merecido descanso y que nunca llegó. Efraín quiso creer también que esos pensamientos tenían que ver con la búsqueda del sentido de todo esto, pues las miradas de estas personas se perdían en algún punto cualquiera e insinuaban la espera de una respuesta, y que sin importar cuál pudiera ser, justificaba el hecho de que pese a ser viejos aún eran parte de la fuerza laboral, pero no porque ellos así lo quisieran, sino porque el sistema despiadado y cruel, no les permitía acogerse a la ansiada jubilación.
De seguro temen que al jubilarse se conviertan en indigentes debido a las bajas pensiones –reflexionó-
En una de las estaciones subieron al carro dos hombres, uno de ellos aparentaba ser de mediana edad, pero en realidad era viejo; el otro era joven aún. Por el parecido podría decirse que eran padre e hijo. Ambos colgaban al hombro una mochila, donde con seguridad llevaban el almuerzo y herramientas -pensaba Efraín-, que sacándose los audífonos se dedicó a escucharlos y a observarlos discretamente.
El hombre que aparentaba ser más joven de lo que en realidad era, el viejo, hablaba animadamente, y según podía oír Efraín, la conversación era en torno al trabajo, a lo bueno que era tener un empleo seguro que les permitiera ganarse la vida sin sobresaltos, y recomendaba al más joven, ser un trabajador responsable y llegar siempre temprano.
El joven, que escuchaba respetuosamente, de pronto preguntó:
– ¿Padre, y hasta qué edad cree usted que deberé trabajar?…
– Sinceramente, no lo sé hijo. Solo espero que tengas suerte y que este asunto de las pensiones se arregle alguna vez, y puedas retirarte a tiempo: ¡joven y con buena salud! -contestó el viejo-, mientras gotas de sudor se escurrían por sus sienes, arrastrando tintura de cabello de color negro y dejando traslucir lo encanecido que estaba.
Al descender del tren Efraín se colocó nuevamente los audífonos para escuchar música, y mientras comenzaba a subir la escala para salir de la estación, en el walkman sonó:
“Y en este barco de soledad, navegan todos, ¿adónde va?”…*
*Quiero Paz. Eduardo Gatti
Miguel González Troncoso, Santiago, Chile, de profesión Orientador Familiar y Mediador. Sus obras publicadas son: “Relatos y cuentos breves”, “Helga de Berlín y otros relatos”, “Cuentos y Relatos”, “El Viaje”,” Los Navegantes”. Sus cuentos y relatos han sido publicados en Suecia, en el Semanario “Liberación”, en algunas Antologías y diversas revistas literarias.