Comunidad
Nota política social
enero 2025
Gisèle Pelicot: “Que la vergüenza cambie de lado”
por Olga Viglieca
El jueves 20 de diciembre, en toda Francia y en las puertas del tribunal penal de Aviñón, se repitieron carteles con las dos leyendas: “Es hora de que la vergüenza cambie de lado” y “Merci madam”.
Este jueves, el tribunal declaró culpable de violación agravada al hombre del que “madam” Gisèle Pelicot (72) se enamoró cuando estrenaban los 20 años, que fue su marido por medio siglo, con quien tuvo tres hijos.
Dominique (71), el vecino bonachón y solidario, el marido ejemplar, el padre cariñoso, el abuelo comprometido con sus nietos, la había drogado durante casi una década para que la violaran, en la cama matrimonial, decenas de hombres de entre 26 y 73 años, a los que había invitado a través de una red de pornografía, Coco.gg.
Gisèle Pelicot, una jubilada, antes gerente de la empresa estatal de electricidad, que se ha convertido en una heroína, una abanderada de la lucha contra la violencia sexual en todo el planeta a partir de que renunció a su derecho a que el juicio tuviera carácter privado.
La mujer pidió un juicio público, que develara la magnitud de los abusos sexuales en la propia familia y los peligros que representa la “sumisión química”, las drogas como las que utilizó su esposo para someterla mientras estaba inconsciente. Un juicio que subrayara que la violencia sexual no deja al margen a las mujeres mayores.
“Es hora de que la vergüenza cambie de lado”, dijo entonces ella, que debía reescribir su vida entera, y volvió a decirlo tras conocer la sentencia: “Es hora de que la vergüenza cambie de lado y que no recaiga sobre las víctimas sino sobre los violadores”.
La condena, a 20 años de prisión, es la pena máxima que contempla la legislación francesa. Se corroboró que los otros 50 acusados -solo se pudo identificar a la mitad de los que aceptaron la “invitación”- abusaron de Gisèle aunque solo recibieron penas de entre 3 y 15 años, menores que lo que había pedido la fiscalía.
El juicio ha servido para mostrar una vez más la complicidad de la Justicia con los agresores. Gisèle enfrentó un aluvión de preguntas sobre sus hábitos sexuales, sobre su ropa, sobre sus “antecedentes”; la defensa sugirió reiteradamente que había dado su consentimiento para que la violaran. El escándalo llegó al punto de que, digna, tuvo que recordarle al tribunal que no ella era la que estaba siendo juzgada.
La verdad de esa “familia feliz”, amiga de los días de campo y de las reuniones donde las tres generaciones se encontraban en alegre montón, se descubrió cuando Dominique fue detenido, en setiembre del 2020, por filmar bajo las faldas de mujeres en un supermercado. La policía confiscó su teléfono y después su computadora, y encontró miles de chats entre el acusado y sus cómplices. Y cientos de fotos y videos de las violaciones a su esposa, que ocurrieron mientras estaba fuertemente sedada.
El hombre también fotografió a su hija y a sus dos nueras, dormidas, en el baño, desnudas. En total hallaron más de veinte mil imágenes entre fotografías y videos prolijamente archivados con fecha, nombre, edad, número de teléfono y naturaleza de los actos cometidos. Todos agrupados en una carpeta llamada “Abuso”.
El 2 de noviembre del 2020, después de dos meses de investigaciones, la policía citó a Gisèle. Estuvo horas mirándose en las fotos. Comprendió por qué ningún médico había logrado explicar sus fatigas, sus infecciones, el dolor constante en el cuerpo desde que habían dejado París para vivir sus vidas de jubilados en un pueblito apacible del sur de Francia. Todavía le faltaba sentarse con sus hijos, y demoler palabra a palabra al padre y a la vida que habían creído tener.
Las primeras agresiones contra Gisèle se remontan a 2011. Pelicot participaba regularmente de un foro llamado “Sin su conocimiento” en Coco.fr, un sitio web que propone la violencia sexual. Allí reclutó a los otros hombres.
No solo preparó cuidadosamente las dosis de Lorazepam para garantizar que ella no despertara sino que filmó metódicamente con un trípode cómo violaban al infinito el cuerpo muerto de su mujer. Era para volver a gozarlo después, explicó en el juicio. “Soy un violador como todos los que están en esta sala”, aceptó, cínicamente, y no pareció referirse solo a los acusados.
Pelicot a menudo realizaba videollamadas “preparatorias” durante las cuales giraba la cámara para mostrarles a su esposa sin que ella se diera cuenta. Había elaborado un estricto protocolo de seguridad para que los cómplices ingresaran a la casa y la violaran sin despertar a Gisèle Algunos invitados aceptaron y otros no. Pero ninguno consideró que debía denunciar lo que estaba ocurriendo.
No se trata de un monstruo solitario, un ser excepcional. En un radio de 40 km a la redonda, Pelicot encontró cientos de “monstruos solitarios”, de todas las edades, razas, religiones, empresarios, periodistas, estudiantes, obrero, bomberos, gente del común, que gozaban de penetrar hasta por 6 horas el cuerpo de una mujer exánime mientras un par, el marido, los filmaba. Algunos repitieron la visita.
La decadencia de un régimen social, la barbarie, carcome hasta los huesos a sus víctimas y también a las instituciones que lo han sostenido. Por ejemplo, la familia. No todos los hombres son así, pero los que son así son todos hombres.
Gisèle Pelicot fue sabia para encontrar la medicina. Fue capaz de situar una tragedia personal horrible, una traición demoledora, en el contexto social que la permite y la oculta. Fue capaz de eludir la venganza personal para colocar en el centro de su interés la denuncia de este estado de cosas. Dejó su historia singular para hablar de millones de mujeres que son violentadas.
Y la devolución de las otras mujeres la sostuvo. En sus palabras: “Pienso en todas las víctimas desconocidas cuyas historias siguen sin contarse. Quiero que sepan que compartimos la misma lucha. Quiero expresar mi agradecimiento a las personas que me han apoyado durante esta dura prueba. Sus mensajes y testimonios me han conmovido profundamente y me han dado la fuerza para volver, cada día, y sobrevivir a estas largas audiencias diarias”.
La hija de Gisèle y Dominique, Caroline Darian, está al frente de una campaña de sensibilización llamada “M’endors Pas”, que significa “No me duermas”, para alertar sobre la sumisión química.
El juicio ha conmocionado a Francia y más allá de las fronteras. Las movilizaciones en apoyo a Gisèle se multiplicaron en toda Europa. Cartas y ramos de flores llegaron día tras día al tribunal. Los murales con su rostro se han convertido en símbolo de la capacidad de lucha y reconstitución de las mujeres abusadas. Ancianas de pueblos originarios en Australia le tejieron un enorme pañuelo para envolverla en ese abrazo.
Párrafo aparte merece el tratamiento que el estado brindó a Coco.fr. Recién en 2023 la unidad de ciberdelitos abrió una investigación, con el apoyo de ONG francesas que habían seguido al sitio durante años. Y recién en junio de 2024 lo cerraron.
Su fundador, Isaac Steidl, renunció a la ciudadanía francesa y se mudó a continuar sus actividades a Sofía, Bulgaria. Si bien fue interrogado en relación con la investigación, no ha sido acusado de ningún delito.
Sin embargo, según la Fiscalía de París, ya fueron iniciados más de 23.000 procedimientos legales por 480 víctimas.
Según la ONU, 736 millones de mujeres han sido víctimas en al menos una ocasión de violencia física o sexual, o de ambas a la vez. Esto significa 1 de cada 3 mujeres. En la mayoría de las ocasiones el agresor no es un extraño que la sorprende en un callejón oscuro: es la propia pareja.
Cerca de 15 millones de adolescentes mujeres han sido sometidas a relaciones sexuales forzadas, según cifras de las Naciones Unidas.
«Esperamos que cuando acabe el juicio pueda sentir el sol en su piel y saber que es apreciada por muchísimas mujeres de todo el mundo», le escribieron las australianas a Gisele. Así sea.
Olga Viglieca (Corrientes, Argentina,1956) Periodista y escritora. Investiga la historia de las mujeres y la clase obrera. Dicta cursos y seminarios en universidades, escuelas, sindicatos, organizaciones sociales. Como editora del suplemento Zona (Clarín), integró el equipo que obtuvo el Premio Rey de España por una investigación sobre los vínculos de la dictadura de Videla y los Estados Unidos. Entre 1990 y 1994 codirigió la Biblioteca de las Mujeres (Ed. Biblos), la primera colección especializada en temas de género del país. Coautora de la obra de teatro Nenina. Guionista del documental La cena blanca de Romina. Escribió Las obreras que voltearon al zar, breve historia de la revolución de febrero de 1917 en Rusia. Prepara un libro sobre la participación de las mujeres en las revoluciones modernas.