Literatura
Narrativa
enero
El pecado original
por Verónica Giménez
—Bien, entonces sufrirás en carne propia la traición — agregó— no tengo idea de cómo ni de cuándo,pero va a ser horrible,te lo juro.
Él se rió y se preparó para el nuevo trabajo.
Hacía como 20 años había buscado la forma de devolver la injusticia,pero jamás había podido… al tiempo se olvidó, la maternidad la mantuvo muy ocupada.
Durante toda la infancia de sus hijos, casi como naturalmente, los diferenció uno del otro. A uno lo trataba siempre bien, le daba esperanza y seguridad en sus quehaceres,lo incentivaba para que sea cada vez más sabio, más inteligente, más digno de ser su hijo. Es que le caía tan bien, eran tan parecidos ella y su hijo…. Tenían la misma curiosidad, el mismo deseo de conocer el mundo. El después joven se acercó mucho a su padre y trabajaban muchísimo ambos, cada cual en su lugar.
Al otro, lo castigaba desproporcionadamente, le quitaba todo, le decía una cosa y hacía otra. Lo desprestigiaba, lo minimizaba. De chico, lo había dejado debajo de un árbol 3 días. Era igual al abuelo, autoritario, descortés, de fácil ofensa, irracional.
Ella era la mejor madre del mundo, les decía a ambos y hacía que se lo repitieran al unísono. Pero en la inseguridad por manejar mal su amor o su rol, se polarizó inconscientemente, con el fin de saber cuál de los dos ensayos le saldría bien.
No había una manera por la cual guiarse, no había tenido madre y su padre… su padre la había abandonado con muchas responsabilidades y corta edad. Su compañero… ¿qué decir de su compañero? Todo el día trabajando y al llegar, recriminándole las elecciones de la vida. Como si él no hubiera participado de las veces que se acostaron juntos, como si a él no le hubieran parecido ridículas las reglas en aquel pueblo. En torno a la paternidad, reforzaba todo lo que ella decidía frente a sus hijos, para no caer en discordia.
Un día, harto de cansancio, llegó el padre a la casa y ella lo esperaba en aquel espacio lúgubre y pequeño, toda llena de sangre las manos y el cuello. En los brazos yacía su hijo menor, inerte, se resbalaba el cuerpo joven hacia el suelo y ella lo volvía a juntar contra su pecho.
El otro, el mas adorado, huyó con el peso de la culpa en sus hombros.
El padre, sin mediar palabra, abrazó a su mujer y a su hijo muerto. Ella le dijo algo sobre que no pudo, no vio, no entendía…
Al día siguiente, le pidió aquel perdón de rodillas que le debía…. Por aquella primera traición, cuando él no la dejó sola con semejante impotencia…. esa que les había permitido tener dos hijos hermosos. Y recordó que le había advertido que él también iba a sufrir con su carne la traición.
Esa escena de su juventud, donde , él se había enamorado perdidamente de su valentía para siempre, de su lucha inclaudicable por la verdad…. mientras ella de lejos, conversaba con una serpiente y mordía una manzana.