Literatura
Reseña literaria
noviembre 2024
Pedro Mairal y la sagacidad de la prosa en La uruguaya.
por Manuel Aguilar Vanegas
Escribir se ha convertido en una recopilación de experiencias y recuerdos, una memoria que arde como combustible en la mente del escritor, una llamada insistente que lo revuelca desde adentro. Como afirma Juan Cruz Ruiz en Egos Revueltos: “La memoria. Golpea, insiste, viene como en olas, trae noticias, asociaciones de ideas, tacha, reconstruye”. Esa memoria, erigida a través de la palabra, surge a menudo desde el subconsciente. Así, escribir es el ejercicio de la palabra y de la memoria.
Es cierto que los escritores se apoyan en la memoria para escribir, pero también son artistas que reconstruyen y dan vida a la realidad. La reconstruye o la modifica. Cada escritura es un cincel o una pincelada, y con esa magia construye la obra. Esa obra en sí es el amasijo de la memoria que perdura en la palabra y Mairal lo hace de una forma increíble.
Con Mairal me pasó lo mismo que con otros grandes de la literatura: llegué a sus obras a través de la recomendación de una adaptación cinematográfica. La Uruguaya apareció en una sugerencia de streaming un fin de semana, en un momento de hartazgo ante las responsabilidades laborales y, por qué no, también de familiares. De esas mismas ofuscaciones brota la historia de Mairal, una obra que entrelaza lo cotidiano, el tiempo, lo familiar y el oficio de escribir.
Hay un punto inflexible en la vida del ser humano, un punto donde la fragilidad se proyecta de forma ineludible. En ese lugar convergen lo familiar, lo laboral y el anhelo profundo de nuevas experiencias, o, mejor dicho, el placer de reencontrarse con sensaciones carnales que nos hagan sentir vivos y capaces de comernos el mundo. Una analogía hedonista, pero secamente real. El ser humano busca, en el fondo, regresar a una eterna juventud. Lucas Pereyra encarna estas características en La Uruguaya, la novela de Pedro Mairal.
Lucas se asemeja a esa camada de escritores que surgieron en Nicaragua a mediados de los 2000 (los famosos del grupo de #Los2000). Ayer hombres, hoy leyendas con temblor de aparecidos… dice un poema gaucho de Luis Escagria. Muchos de ellos emergieron en esa época y hoy viven del recuerdo, como lo hace Pereyra. Y es que el personaje de Pereyra no es un personaje cualquiera; representa a todos los escritores en crisis de mediana edad. Pereyra se ha asfixiado en la cotidianidad, en la rutina marital y familiar. Evoca, con profunda nostalgia, aquellos años en los que él mismo fue un escritor emergente, llenando talleres y conferencias rodeado de una jauría de prospectos que lo idolatraban y ensalzaban sus ponencias. Entre las reuniones a las que asiste, Pereyra busca un oasis que lo libere de la tortura en que se ha convertido su monótona vida familiar.
¿Y quién podría juzgarlo? ¿Quién no ha deseado, al menos una vez, la soledad de la casa para escribir un ensayo? ¿Quién no ha anhelado entregarse sin reservas al oficio de escritor en una entrega total, 24/7? Mairal convierte a Pereyra en el símbolo de todos los escritores. La sagacidad de la prosa se revela en los conflictos que Lucas atraviesa. Los cuarenta y tantos años soplan con fuerza en ese mar de dudas e incertidumbres. El paso inexorable del tiempo lo sacude, mientras intenta calmar su sed con esporádicos sorbos de gloria en lecturas de textos en Valizas, donde acude para aliviar el ahogo de lo rutinario. Las deudas y los problemas familiares nos trasladan a ese plano que bien podríamos llamar roce de la realidad inmediata. Nos convertimos en Pereyra, sentimos empatía por ese escritor cuarentón que aún sueña con una juventud que, fugaz y lejana, parece escapársele de las manos.
La uruguaya está cargada de humor, erotismo y un profundo sentimiento de nostalgia. Es una obra escrita como una carta sensible y sincera de Pereyra para su esposa. El narrador en primera persona nos permite sumergirnos en los pensamientos más íntimos de este escritor, Lucas Pereyra. Mairal logra una excelente ejecución de la ironía, que se convierte en un humor agrio, derivado de las desgracias transformadas en pequeñas dosis de adrenalina. La estructuración del espacio y del tiempo es sorprendente, ya que toda la historia transcurre en un solo día: un martes.
Un recurso infalible es el monólogo del personaje entre esas líneas de las historias matizadas de misiva, podemos identificar en él las frustraciones hacia la familia. El niño que llora, que se cae, que necesita atención, las salidas inesperadas de su esposa de un día para otro, la transformación de Cata de lo simple a lo extravagante, arreglos en su aspecto sugieren indicios de una infidelidad; la falta de tiempo de Pereyra para escribir, para lograr la novela que lo haga flotar en ese éxtasis de fascinación. También destaca su recuerdo de Valizas, en Uruguay, y el término “Guerra” que se convierte en una palabra simbólica que inicia esta genial prosa de Mairal.
Un recurso infalible es el monólogo del personaje; en esas líneas con tono de misiva, podemos identificar sus frustraciones hacia la familia. El niño que llora, que se cae, que necesita atención constante; las salidas inesperadas de su esposa de un día para otro; la transformación de Cata de lo simple a lo extravagante, con cambios en su apariencia que sugieren indicios de una infidelidad; la falta de tiempo de Pereyra para escribir, para crear esa novela que lo eleve a un éxtasis de fascinación. También destacan sus recuerdos de Valizas, en Uruguay, y el término “Guerra”, que se convierte en una palabra simbólica y que es la catalizadora de esta genial prosa de Mairal.
Magalí Guerra es uno de los personajes más logrados de Mairal. Sin duda el símbolo del ideal, tanto carnal como una fuente de adrenalina. Una joven de veinte años que cautiva al estilo de una cazadora de talentos, un conjunto de cualidades que apetecen desde el primer instante en que Pereyra la ve en la playa de Valizas. Una niñata interesante, con un toque hippie que roza lo salvaje en una ciudad donde emerge la belleza de lo urbano.
La relación fugaz de Pereyra y Guerra es, sin duda, una ironía en sí misma. ¿Te la follás o no te la follás? Eso es la pregunta que ronda en la mente a lo largo de toda la novela. Guerra es calculadora, o al menos eso nos quiere hacer creer Mairal, en esas tantas inferencias que se despliegan a medida que la historia avanza…
Pero… ¿Y qué es lo que lleva a Pereyra a Uruguay? A trasegar dinero. Un dinero que es suyo pero que la inflación argentina amenaza con esfumarse si lo retira en su país. Lucas Pereyra es el sueño de cualquier escritor. Le han pagado por adelantado dos libros. ¿Te imaginás? ¡Dos libros! ¡Le pagan por escribir!
En la íntima carta Pereyra revela sus desaciertos, la dependencia económica que tiene en Cata por falta de empleo, las deudas que agobian como a cualquier mortal y la esperanza puesta en los dólares que de antemano le han enviado por dos libros que no ha procesado ni siquiera en la mente.
Mairal hace un deleite leer la uruguaya. Utiliza sin temor el trayecto del personaje hacia la locura. Ese trayecto que se van trazando con Pereyra recorriendo la ciudad con Guerra, y una débil insistencia de Lucas para que Guerra acepte la habitación previamente reservada en el Radison, para por fin darle alas al sexo inconcluso de la playa en Valisas. Pero el laberinto se expande con Pereyra en un recoveco de Uruguay, en las plazas, en esa calle lejana, en la casa de los amigos de Guerra, en la librería asfixiante de polvo y libros viejos, en el estudio de tatuajes, en la venta de instrumentos donde compra un Ukelele, hasta llegar a la playa donde la vuelta de tuerca se muestra clara y meritoria.
Por fin el recorrido acaba. Pensás por un instante que el sexo deseado y ardiente (Ese que te devolverá la seguridad de macho o la satisfacción de haberte tirado una veinteañera) ha pronunciado la frase esperada: consummatum est.
Pereyra es despojado de los dólares. Y la narración acrecienta en esta parte. Un final perfecto para una historia perfecta. La ironía en su máximo esplendor. Queriendo ganar algo que le devolviera la seguridad, Pereyra pierde todo en una Uruguay que no se inmuta ante sus desgracias.
¿Quién planeo el atraco? ¿El novio de Guerra que lo menciona escasas veces? ¿La misma Guerra que sabía el itinerario de Pereyra? ¿Alguien lo marcó en ese trayecto del laberinto de Uruguay?
La duda, ese recurso narrativo que posee la belleza en lo implícito. Lo no narrado que nos introduce sin fuerza en la historia. ¿Podés perdonar eso? ¿Podés volver a ser el mismo después de leer una narrativa sagaz y brutal como la de Mairal?
Sin duda esta novela está cargada de ironía y de humor. Los planos bien logrados de lo cotidiano que se enlaza con lo familiar producen el efecto de conmiseración con Pereyra. Mairal nos presenta esa realidad que todo escritor suele transitar: La incertidumbre. Una realidad donde temas como la infidelidad, la paternidad y la nostalgia juegan un papel catártico. Aunque la realidad, como decía Tomas Eloy Martínez, no es una línea recta sino un sistema de bifurcaciones. Todo puede suceder.
Manuel Aguilar Vanegas (San Marcos, Nicaragua) Docente, narrador y fotógrafo. Sus cuentos han sido publicados en la revista Álastor literario de Nicaragua y en las revistas mexicana ESPORAS y Marabunta. Primer lugar en el concurso de cuentos “escritores noveles” en honor a Lizandro Chávez Alfaro. En 2020 participó en el encuentro internacional de narrativa contemporánea promovido por la Revista Mal de Ojo en donde también han publicado uno de sus textos.