Literatura
Narrativa
mayo 2024
Maam
Gustavo Calanni
Despierta de un sueño inquieto. El frío húmedo del interior de la cueva le hace sentir un dolor intenso dentro del cuerpo. Instintivamente toca la parte del pie donde sintió primero la mordedura y luego el ingreso, inmediato, ascendente, de la ponzoña. El silencio absoluto de la cueva lo intranquiliza, no se oye sonido alguno, y eso significa que los demás se fueron. Se adormece otra vez pensando en Maam. La situación se repite varias veces, la constante es el desasosiego, cada vez que despierta, de saberse —por primera vez en su corta existencia— lejos de Maam. Pero ella seguro está viniendo. Se habrá entretenido con el más pequeño, el que carga siempre sobre sus hombros o su cintura, aquel que no sabe desplazarse por su cuenta y depende en todo de ella. Quien compite por el líquido dulce de su aplastado pecho, pero, a diferencia de él, tan solo se alimenta de eso. Le resulta extraño que también falta el resto, ¿dónde están todos? El que monta a las hembras desde la última nevada —tras ultimar en aquella feroz lucha al que hasta ese momento lo venía haciendo—, las hembras, sus crías, los cazadores que procuran el alimento. Todos han desaparecido. Estaban todos, estaba Maam, estaba él en el interior profundo de la cueva. No importa, de un momento a otro ha de llegar Maam para procurarle su alimento. Sabe que Maam no lo va a abandonar. Cada nuevo despertar toca su pie para sentir —al tacto, no puede ver nada porque dentro de la profundidad de la gruta la noche es eterna— que el lugar en el que fue mordido está cada vez más húmedo. La última vez que despierta percibe un olor desagradable, como el que emiten los animales muertos. Proviene de su herida, al olfatearla, el olor se torna intenso, pero no siente dolor.
Otra vez cae presa del letargo hasta que percibe un perfume dulce que lo tranquiliza y poco a poco lo despierta. Es Maam, lo está llevando fuera de la cueva. Aunque se siente débil, intenta alcanzar su pecho, pero Maam se lo niega, y, exhausto, se abandona en sus brazos. Despierta, aún en brazos de Maam, pero esta vez lo enceguece el brillo del sol. Están fuera, comprende, al percibir ese nuevo universo. Cuando logra ver, entiende que Maam, con él en sus brazos, se encuentra rodeada del resto, los cazadores, las hembras, sus crías. Pero el que monta a las hembras, no está con ellos. Lo ve alejado, a una distancia prudencial, es sostenido por un grupo de machos de otro grupo, que lo mantienen sujeto. Delante del grupo se encuentra el más fuerte de todos, y a su lado, una hembra espigada que sostiene a dos críos sobre su cintura, a los que amamanta al mismo tiempo.
Maam se acerca, con él en brazos, muy lentamente, al que lidera al grupo opuesto. Y, con sumo cuidado, lo deposita frente al gigante y a su hembra, en el suelo. Se retira caminando hacia atrás, algo agachada, hasta toparse nuevamente con los suyos.
Los machos del grupo ajeno sueltan al que tenían sujeto, y comienzan a aullar en coro, con sonidos guturales, abalanzándose hacia él. Aúllan estrepitosamente, como lo hacen las bestias en celo. Como aúllan, a veces también los suyos, cuando los que cazan han atrapado a una nueva presa, cuando se disponen a repartir entre todos el nuevo alimento.
Gustavo Calanni (Argentina)