Literarura
Reseña
abril 2024
Reseña literaria: entre picotas, realismo social y el temible grisú
por Guido Schiappacasse
En el año 2.010, en la nortina provincia de Atacama, en un sureño país llamado Chile, ocurrió una tragedia impensada si hubiésemos considerado que ya cursábamos el siglo XXI, con todos sus orgullosos adelantos científicos, tecnológicos y sociales. En la mina de San José acaeció un derrumbe monstruoso que dejó atrapados a 33 infortunados mineros en un húmedo, sucio, maloliente y lúgubre socavón, a unos 700 metros de profundidad.
Tal vez, si tuviéremos una visión más sensible, hubiéremos vislumbrado que los millares de periodistas que se reunieron en el campamento aledaño fueron acompañados de un espíritu no convencional. El de un antiguo escritor, muerto ya por lo demás hacía mucho tiempo, pero un letrado que mucho traía de periodista consigo en su alma. Esta fantasmagórica figura, seguramente al contemplar este horror, hubiese encontrado la fuente de la inspiración para escribir un nuevo libro de cuentos como lo hizo en su vida.
Y seguramente en esta última entrega, el espectro se hubiere deleitado con relatos que nos hubieren contado que en relación al tiempo en que a él le tocó vivir, el desarrollo de las cartas y aplicaciones de los derechos laborales de los hombres del subsuelo habían progresado de nada a mucho; sin embargo, aún se escatimaba en el desarrollo de la seguridad laboral minera, porque la empresa dueña de la compañía no terminó de construir la escalera de escape que hubiere permitido rescatar a esas 33 almas con mayor facilidad de como realmente ocurrió. Y qué decir del departamento gubernamental encargado de la vigilancia del cumplimiento de la legislación de protección laboral bajo el sol, que su tarea cumplía con decidía y solo mal y nunca.
Pero bueno, dejando de lado esta elucubración de corte fantástico, hoy nos dedicaremos a investigar sobre Baldomero Lillo Figueroa, que como cuentista nada tiene de fantasioso, salvo que en la realidad encontró mucho más que narrar, y eso sí que llega a sorprender y dejar boquiabierto al lector.
Nuestro autor vivió entre los años 1.867 al 1.923, teniendo una vida fructífera como cuentista y siendo considerado en Chile, su país de nacimiento, como el pionero del estilo literario del realismo como forma de denuncia social; tendiendo con su pluma a representar personajes, situaciones y ambientes de la vida cotidiana en forma verosímil. Así, su forma realista de escribir, alejándose de lo heroico y lo romántico todo lo que sus pies pudieron, lo llevaron al naturalismo, porque en sus narraciones reprodujo la realidad con una objetividad documental en todos sus aspectos, sobre todo en lo referentes a las vidas cotidianas de los mineros del carbón. De esa forma narró el sufrido vivir del que desgarra las entrañas de la tierra con sudor, pala y picota, experimentando la inequidad social más extrema, sin derechos laborales, vejados por la explotación de sus hijos; así como describiendo los aspectos de su existencia tal como fueron, en lo vulgar y en el padecer que se acompaña del hambre y la falta de esperanzas y posibilidades de poder acceder a una vida menos mísera y más humana.
Baldomero vivió su infancia en Lota y así sus ojos experimentaron la tragedia de la existencia del minero del carbón; así como su temor continuo a bajar a la mina y no volver nunca más a ver un rayo del astro rey, porque un derrumbe o la explosión del gas grisú, oculto en las grietas, se lo podían llevar para siempre. Es cierto, por fin el miserable topo podría descansar, pero su familia tendría que pasar más hambruna y los hijos pequeños se verían obligados a asumir el puesto laboral de sus fenecidos padres, escapándose para siempre de sus corazones la ternura de la infancia. Y qué decir cuando el minero envejecía, que pronto ocurría por el degaste laboral inhumano en la mina, era dado de baja sin más por el patrón inglés y sin miramiento ninguno.
Ya adulto, nuestro autor se traslada a la capital de Chile, y en 1.903 gana un concurso de cuentos con su ya clásico «Juan Fariñas», lo que desemboca en su primera publicación en una revista literaria, su incorporación al diario El Mercurio y su posterior llamado a colaborar para la revista Zig-Zag.
En 1.904 sale a luz pública su «Sub terra: cuentos mineros», libro de relatos cortos que narra la vida del minero del carbón, sobre todo en la mina El Chiflón del Diablo. Y solo un año después, tiene presencia su «Sub sole», con trece cuentos sobre la vida campesina y marítima. En 1.917 jubila como administrativo de la Universidad de Chile, diagnosticándosele tuberculosis pulmonar, que lo lleva al descanso eterno en 1.923 en la comuna de San Bernardo, al sur de la capital de Chile.
Afortunadamente, su obra no se la llevó una explosión de grisú, porque su reconocimiento al menos fue póstumo, saliendo a la luz la mayoría de sus escritos y adquiriendo una merecidísima connotación.
Yo tampoco he olvidado que, en octavo de humanidades, mi queridísima profesora de lenguaje, doña Elsa Flange, nos dio a leer «Sub terra». Y precisamente ahora quisiese repasar sus líneas y recomendarles esta magistral obra, colmada del realismo social y el naturalismo de la vida del minero de Lota, un manifiesto de la existencia sufrida del hombre armado de picota, pala y un desteñido casco con linterna de luz insana y siempre pronta a esfumarse en la oscuridad de la mina.
«Sub terra»1 es un libro compuesto por ocho cuentos que narra la vida paupérrima y llena de explotaciones e injusticias del minero a vista y paciencia del patrón, el cual se llena las manos con el dinero mancillado que le trae el sudor de su trabajador, que es tratado más como una bestia que como un ser humano. Estos cuentos son ambientados en las minas del carbón de Lota, en donde Baldomero introduce al lector con maestría en la atmósfera de la oscuridad bajo tierra.
Dentro de estos cuentos destaco «Los inválidos», que narra la historia de Diamante, un caballo que ha vivido toda su vida productiva arrastrando carromatos llenos de negro carbón en la mina, no saliendo a la luz hasta el momento que es desechado porque ya está anciano, sin fuerzas, casi ciego, deforme y lleno de mugrosas cicatrices. Mientras sus últimos momentos los pasa atrapado en una zanja vecina a la mina, mordisqueado hasta el hartazgo por hambrientos tábanos, los mineros también abandonan el socavón para dirigirse a descansar a sus hogares, porque ya cae la noche. Sin embargo, solo se ven sus figuras lúgubres arrastrándose con dificultad, tan deformes como el jamelgo, ya prontos a ser desechados por viejos e inservibles para la labor con picota.
En «La compuerta número 12», la explotación infantil es retratada con brutalidad, porque pese a los chillidos de pánico de un niño de no más de 8 años de edad, su padre lo lleva al trabajo bajo tierra, porque ya debe ayudarlo en la sustentación del hogar. El progenitor «hace de tripas corazón» y a su vástago lo ata con una fuerte cuerda al lugar de su primer trabajo en la compuerta 12 de la mina. Al alejarse el minero solo escucha la voz de espanto de su retoño y un golpeteo rítmico en las paredes de la mina… Es el continuo azote de las aguas porque están bajo el nivel del mar… Horripilante escena, porque aquel que ha nacido en familia de mineros no le queda más que ese mismo destino, allí bajo tierra la esperanza pierde todo sentido.
En «El grisú», el ingeniero jefe, míster Davies, gringo, alto, fuerte, entrado en carnes y de mejillas pintarrajeadas por el whisky, baja de mal humor a su inspección al interior de la mina. Aplica por aquí y por doquier multas injustas a los esforzados mineros, los trata con desprecio, orgulloso y convencido solo como él de su raza superior, considerando a sus subordinados como meras bestias. En su travesía aplica una arbitraria condena a Viento Negro, un pendenciero minero y de muy «malas pulgas». Es por eso que discute a puñetazos con el capataz que acompaña a Davies. Este gringo solo atina a manotear al malogrado minero que al trastabillar golpea con su martillo la pared de la mina, una chispa surge y el grisú inflama la atmósfera encerrada circundante. Tomas y otros intrépidos mineros bajan pese a ser aún peligroso y se encuentran con Davies muerto y empalado en el pecho por fierros inmisericordes. Solo con mucho esfuerzo pudieron arrastrar al gringo hasta la superficie, ¡hasta muerto el infeliz jefe les amargaba a los mineros la vida!
Finalmente, en «El Chiflón del Diablo», Baldomero con claridad y sin tapujos denuncia la inequidad social que experimentan los mineros del carbón y el trato despiadado que sufren por parte de sus jefes. El Cabeza de cobre es despedido de su mina por ausencia de nuevos pedidos de carbón, sin embargo, el capataz le ofrece trabajo en El Chiflón del Diablo, una mina submarina que es altamente peligrosa. El jefe no tiene un acto de caridad, todo lo contrario, se aprovecha de la circunstancia porque dada la fama de esta mina, le cuesta ocupar las vacantes de trabajo en El Chiflón. El Cabeza de cobre acepta por necesidad ya que cuida de su madre, así mismo no le cuenta a ella de su nuevo lugar de ocupación para no angustiarla. El desenlace conmueve, el Cabeza de cobre fallece por un derrumbe en El Chiflón, porque la mina carece de seguridad, así como de maderos que sostengan su cielo.
Como vemos, nuestro autor en su «Sub terra» hace una denuncia social al desnudo, evitando vestir lo que sucede en Lota con ropajes finos. Todo lo contrario, es brutal y feroz en su lenguaje, con descripciones no tan detallistas, pero sí conmovedoras, que sumergen al lector en el interior de la mina del carbón, permitiéndole experimentar, desde la comodidad de su lectura, el peligro de la labor minera, la inequidad social, la vida llena de carencias del humilde bajo tierra, la explotación infantil y el ultraje al que son sometidos los trabajadores por parte de los patrones.
Para Lillo el arte no tiene un valor en sí mismo, no es solo la contemplación de lo bello que carece de una utilidad práctica. Es mucho más que aquello. Para este escritor el arte y su literatura solo brilla y adquiere valor si narra con realismo descarnado la injusticia social, y para ello debe concientizar al lector. Y sin caer en ideologías políticas, la concientización del que lee solo es posible si puede conmoverlo hasta poder enfriar el calor habitual del líquido escarlata que corre por sus venas.
Sin duda, Baldomero Lillo disfruta del éxito en su primer cometido. Porque solo su meta última la logrará si las inequidades e injusticias sociales se acortan. Esto es aún más difícil de llevar a cabo, porque el hombre es un ser de presa, «el hombre es el lobo del hombre», siempre ha sido y siempre lo será. Pero no nos desanimemos, el primer paso para un cambio social que perdure en el tiempo es la sensibilización de la comunidad, algo que, al remover a la sociedad hasta su médula, nuestro autor alcanza con maestría… Y aquello, de una u otra forma, ha contribuido a mejorar las condiciones laborales de los mineros chilenos, aboliéndose en el país la explotación del infante, aumentando significativamente el sueldo base del minero y mejorando la dignidad en su trato. Es cierto, aún queda bastante más por avanzar en los tópicos laborales mineros, como lo demuestra el accidente del año 2.010, pero sin miedo a equivocarme, es justo afirmar que mucho en Chile ya se ha caminado.
¡Gracias Baldomero por haber entregado tu vida y tus cuentos a la denuncia social en tu país!
Les parece que ahora volvamos a las páginas de «Sub terra» e introduzcámonos nuevamente en la mina. Pero tengamos cuidado esta vez, no vayamos a tropezarnos, ser víctimas de un derrumbe que caiga sobre nuestras cabezas o volemos en mil pedazos por culpa de una repentina explosión del gas grisú…
- Sub terra: cuentos mineros: libro escrito por Baldomero Lillo Figueroa y formado originalmente por ocho cuentos que versan sobre las vicisitudes de la vida del minero del carbón, en la comuna de Lota, al sur de Chile. Publicado el 12 de julio del año 1.904. Les recomiendo el siguiente enlace para su compra: https://www.ocholibros.cl/libro/subterra-ed/