Literatura
Narrativa
marzo 2024
Calcinar
por Christian Pedroza
Cuando camino por la calle mis pisadas son como un tic tac que resuena en el espacio. Hoy por ejemplo conté cuántos pasos hay desde mi casa a la estación del metro. Son trescientos treinta y tres. Es decir, tres centenas con tres decenas con tres unidades. Llegando a la entrada de la Jiménez sentí un poco de pánico, no sé si tenga que ver con la última experiencia que tuve en el transporte público, puede que sea así. El pánico me hace retorcer de risa, no es algo amable para mi cuerpo.
Las risas nerviosas no son lo que se debe imaginar cuando hablo del pánico. Desde que tuve o tengo uso de razón mis sentimientos han estado trucados. Vivo en un mundo en el que las expresiones no son acompañadas de un acto reflejo concordante. Para mí no existe la comunión entre cuerpo y alma.
Mi cuerpo es el patio de pruebas de la evolución. La forma en que mi organismo responde a los estímulos varía respecto al común general. Quiero dar un ejemplo de lo que me pasa, así será más fácil comprender el mundo en el que vivo. Voy a empezar por las manos. Escribo mucho en papel, con lápiz y borrador. Sesiones de cuatro o cinco horas son las que dedico a escribir mis pensamientos. Pasado el tiempo mis dedos se entumecen y necesito parar, mi cuerpo pide calma. Es aquí donde pasa la magia. Al intentar hacer el movimiento normal de estirar los dedos y las manos sucede algo maravilloso; maravilloso cuando lo presencias por primera vez, terrible cuando vives con él. De mis manos no sale el sonido del crac que acompaña al estiramiento de los tendones. No. Sale un ja, ja, ja.
La penúltima vez que tomé el metro tenía un fuerte dolor de cabeza, habían pasado varios meses sin la aparición de un episodio de migraña. Me subí en la estación de Ciudad Montes y me senté en el vagón del medio. Estaba reparando en lo largas que estaban mis uñas, pensaba en lo que debería hacer al llegar a casa. Cortarlas y pulirlas. Estaba abstraído en las formas irregulares de mis uñas cuando vi que un policía se acercaba. Levantó su tonfa y me señaló. Enfoqué la mirada en el nombre del oficial. Francisco Valderrama era su nombre.
Se puede llegar a imaginar que la situación tiene un cariz delictivo o que mi encuentro con el patrullero Valderrama tiene un aire de inequívoco. No obstante, la situación no deja de ser a todas luces fantástica. El policía me señaló porque reconoció un silbido que salía del puesto que ocupaba. Mi jaqueca emitía un sonido. Un fiip. Qué sorpresa. Siempre que me duele la cabeza procuro no salir de mi casa. Y con qué asombro me recibe el mundo cuando decido hacerlo. En un primer momento supuse que generaría un puente para entablar una conversación. Qué equivocado estaba. El agente de policía me reconvino por la insistencia con la que silbaba. Sin embargo, las palabras que usó me dejaron desconcertado. Él dijo:
Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.
Lo dijo con tal convicción y lo oí con tal anhelo de interpretación que sus palabras se volcaron a mis ojos como fotografías. Vi que su nada era un estruendo vacío en la penumbra. Observé cómo su querencia se traducía en un volverse los ojos hacia adentro del sonido. Después me vi como una hoja que al ser trillada solloza de dolor. Mi cuerpo se desdobló en un color amatista que me permitió soñar los sueños que nunca serían soñados. Qué experiencia tan gratificante; amable para el espíritu, pero dolorosa para el corazón.
El policía siguió con su meliflua cantinela mientras mi mente se separaba de mi cuerpo. Entre más versos ponía él en mis ojos, más dolor sentía el cerebro. No sé si silbé o si produje otro sonido extraño como el que medió para que se diera dicha conversación. Un espasmo calcáreo recorrió mis entrañas y la risa salió por mis poros. Qué dolor. Qué desfallecimiento sentí al sudar risa. Cuál sería el nirvana que mi mente había alcanzado. No lo sé y me importa muy poco. Solo tengo la certeza del dolor terrible que mi cuerpo experimentaba.
Alguien me reprochará que una palabra extranjera derramada ante los ojos no puede ser más que una pequeña golondrina cantando en una tarde calurosa. Yo le diré que un verso, el más corto o el más extenso, se explaya en el alma como el fuego en la paja si y solo si el alma del poeta se quemó al escribirlo. Mientras mi cuerpo se derramaba el policía continúo:
Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.
Si es exquisito morir por escuchar un poema, ¿qué placer guardará el leerlo? Y si el leerlo es un éxtasis, el escribirlo debe ser la gloria. Una lengua es todas las lenguas. Un fuego es todos los fuegos.