Literatura
Narrativa
febrero 2024
El laberinto de Tsuki
por Marcelo Rubio
Tsuki despertó luego de un largo sueño, solo pudo murmurar tres palabras: “Llegó el día”. Se levantó de la cama sin decir más, recorrió con la vista el cuarto y dejó que una leve sonrisa apareciera. Luego fue hasta el espejo, buscó el cepillo de pelo que le dejé en el lugar indicado y comenzó a peinarse. Me asomé por la puerta, y al verla decidí volver sobre mis pasos y preparar el desayuno. Por primera vez en años, nada era igual en esa casa. Por primera vez en años, pude conocer su voz, ella cantaba mientras yo preparaba el café.
Cuando regresé al cuarto con la bandeja del desayuno, ella ya estaba peinada y conservaba su camisón blanco. Como hice durante todo este tiempo, no le miré el rostro. Sentada, en posición de loto, me susurró:
––¿Te gustó la canción?
––Si -dije con la cabeza gacha, cumpliendo la orden que se me había dado desde que comencé a cuidarla.
––Se llama “Arrullo de luna”.
––Es muy bonita.
––La escuché durante el sueño, alguien la cantaba para mí, una mujer de voz muy dulce que tocaba el shamisen. Y ya que el día llegó, me parece que es la melodía ideal para este despertar ¿No te parece?
––Si ––respondí y hundí mi mirada en el piso.
––Luna maquillada de campos/llevo tu voz a los ríos. Esos versos me gustan, parecen escritos para mí.
Con un pequeño movimiento de cabeza afirmé. Ella se quedó unos segundos en silencio, quizá tarareaba la canción para sí. Imaginé que frunció la nariz, o que sonrió. Era todo lo que podía hacer.
––Si, es la canción para este día, no tengo dudas. Necesito que hagas algo para mí, sé muy bien que has pasado mucho tiempo cuidándome. Pero por favor, cierra los ojos y levanta la cara, quiero verte.
Tomé aire, y cumplí con su orden.
––Ah, bien, gracias. Muy bien. Puedes bajar la cara. ¿Sabes cómo reconocí que era el momento de despertar?
––No. No puedo imaginarlo.
––El sueño de hoy fue distinto, totalmente. Porque me han preparado desde los tres años para reconocer este día y voy a confesarte, tenía miedo de equivocarme ¿Cómo decirlo? ––volvió a hacer otro silencio ancho y continuó–– A veces dudaba si ya el día había pasado, es decir si el sueño había ocurrido y yo, bueno, no lo había advertido. Porque siempre, en cada soñar, había algo distinto. Y también, a que negarlo, me cuestioné si estaba bien elegida.
––Tsuki, tú siempre…
––No, déjame hablar. Escucha. Al principio fuimos diez niñas las elegidas. Solo quedamos dos, el resto o no soportó la presión o no pasaron las pruebas. Es que saber que por años vas a soñar todos los días lo mismo, a veces asusta. Verdad es que hay variantes pero el protagonista se reitera, no cambia, y el final, ah, el final se repite con insistencia, tanta que llega a doler. ¿Cuánto hace que yo, es decir?
––Catorce años, Tsuki.
––¿Catorce? ¿Habré tardado mucho?
––No lo sé.
––Voy a contarte algo más a ti, que recién te conozco, pero que pasaste estos catorce años viéndome soñar y cuidando de mí. Todos los sueños transcurrieron en un laberinto, allí transcurría la historia. La protagonista era un niña, hoy pude verle el rostro y debería decir, era yo de pequeña. Me acompañaba siempre una mariposa de con alas blancas y en los bordes de color rojo ––tomé aire con fuerza, ella lo notó, apenas detuvo su relato, yo cerré los ojos, no quería escuchar lo que seguía–– Esa mariposa me acompañó en el sueño siempre. Me pregunté mil veces quién podría ser ––dijo y apenas sonrió, como con culpa.
Aflojé los párpados, noté mis ojos húmedos. Sentí que el piso giraba y que mis pies no podían sostenerme. Llevé una mano a mi frente como si eso solucionara algo. Sabía que este momento podía llegar y que no debía decir ni una palabra. Ella volvió a contar.
––Esa mariposa hoy me acompañó hasta el final del laberinto, a la salida de todas las salidas. Pero ella se quedó allí, tan silenciosa como bella, allí, donde el laberinto pierde su nombre y permite abandonarlo. Y pude entrar al recinto sagrado, a la morada de los sueños. Entonces comprendí como se elaboran, de qué modo se construyen de a uno. Conocí también el secreto de las pesadillas y finalmente construí mi primer sueño, aquel que hoy debo entregar a modo de mensaje para poder servir en el Templo.
––Con todo respeto.
––No terminé todavía. También comprendí cuál es el camino para llegar al Templo de Todai Ji, y la forma en que debo ir vestida. Ahora sí, te escucho.
Junté mis manos en señal de respeto, con un delicado hilo de voz dije:
––Tsuki, comprendo la emoción, pero el día comienza a quebrarse, es necesario salir en marcha.
––Debo preparar todo, no volveré a este lugar hasta que haya fabricado el último de los sueños que encierro. Y eso parece un trabajo muy largo. Recuerdo que durante mi enseñanza me hablaron de hacedoras de sueños que llevan el Templo de Todai Ji, más de noventa años y son pocas las que han abandonado el lugar. La mayoría terminan sus días allí. Ahora es momento de empezar a prepararme, si me disculpas.
Retiré la bandeja con el desayuno, limpié la cocina. Tsuki no volvería a este lugar y yo tampoco, pero esto ella no lo sabía. La casa sería utilizada por otra niña para dormir por años y alguien estaría a su cargo. Así es la vida, una repetición de hechos. Yo acompañaría a Tsuki hasta el Templo, pero por mi condición social no se me permite ingresar, no es un lugar para vulgares acompañantes.
Guardé unos bocadillos en el furoshiki y cargué agua fresca. Volví al cuarto, ella me pidió que la ayudara a vestirse. Se puso de pie, unas hebras de luz le acariciaron la piel. Solo podía ver su espalda, su nuca. La contemplé de ese modo por primera vez, sabiendo que sería la última. Observé la pequeña luna sobre el hombro derecho, una luna cobriza que latía en esa blancura. Lejos de afear, esa imperfección era una belleza única. Tuve ganas de besarla y me contuve. Con cuidado le acerqué el yukata azul con las imágenes de cerezos. Luego perfumé su nuca, tal como lo pidió, con agua de glicina.
––¿Está todo listo?
––Si, Tsuki. ¿Es mucho lo que debemos andar?
––Eso lo sabremos cuando estemos en los jardines del Templo. Debemos ser pacientes, salgamos ahora, tu lleva mi furoshiki y tus cosas. Camina dos pasos detrás de mis pies. Y solo habla cuando te lo pida.
Cuando llegamos al sendero, el sol se escondió tras unas nubes, la tarde era fresca, una brisa liviana remoloneaba entre las flores. Tsuki caminaba con pasos cortos y disfrutaba de su primer paseo fuera de la casa. Yo procuraba disfrutarlo también. Al entrar al bosque de sugis, las sombras nos cubrieron. Anduvimos entre esos gigantes. Ella se detuvo, estiró una mano. Presurosa le acerqué el agua.
––Deberás esperarme aquí, tengo que hacer esto sola.
––Es un bosque peligroso para andar sin compañía.
––Más peligros hay cuando se construyen sueños.
La vi alejarse por un camino angosto, me senté junto a un árbol, probé algún bocado. Debí haberme dormido algunos minutos. Me despertó el murmullo de los paso de Tsuki. Como siempre bajé la cabeza, advertí que su voz no era la misma, sonaba más madura.
––No falta mucho, estamos más cerca de lo pensado. Debemos caminar hacia la derecha y luego cruzar un arroyo, y luego atravesar los caminos en cruz, para llegar al Templo. Una vez allí será libre.
Caminamos hasta llegar al arroyo, el agua era lila, y fluía con lentitud. Antes de cruzarlo, Tsuki se ubicó en una roca y yo a sus espaldas. Comimos y bebimos sin hablar. Cuando estuvo satisfecha se paró, dejó caer el yukata. Volvía a contemplar esa luna. Caminó hasta el arroyó.
––Debo llegar al Templo con la piel fresca.
Tan pronto como hundió un pie en el agua, la envolvió un halo lila. Allí, la pequeña luna, brillaba más, latía. Tsuki se sumergió dos veces. Luego pidió que le acercara su furoshiki y de allí sacó unos copos de algodón con los cuales se secó. La ayudé a vestirse, no evité rozar la luna pequeña. Al hacerlo sentí un calor que me recorrió el cuerpo. Ella creo que no advirtió nada. Cruzamos el arroyó por unas piedras algo inestables. La luz caía oblicua. Llegamos a los caminos en cruz, los atravesamos y dimos con los jardines del Templo. Tsuki se detuvo, la escuché respirar profundo, ambas sabíamos que ya no habría tiempo para plurales.
––¿Qué vas a hacer ahora que eres libre? ––dijo y estiró una mano para que le alcanzara sus cosas.
––Me gustaría hacer muchas cosas, pero creo que lo mejor es que decida el destino.
––Ah, estos destinos tan cierto como inciertos. Hasta aquí llega nuestro viaje, mi preciada compañía. Quizá, si un día regreso, pueda buscarte.
Una vez más no quise decirle la verdad.
––Pero, antes de que ingrese a este Templo, quiero cumplirte un deseo, dime cuál
No vacilé, lo dije con claridad.
––Quiero, por una vez, poder mirarte a los ojos.
––Concedido ––dijo.
Y por fin pude confirmar todo lo que había imaginado durante tantos años. Ella se alejó, a cada paso el día se iba y sus ojos se tatuaban en los míos. La vi entrar al templo. Repetí su nombre como un rezo suave “Tsuki, t su ki, Tsu, ki, Ts uki” Y de todas las formas me pareció hermoso.
Estaba lista para mi próximo paso. Sentí el deseo de ver la luna de Tsuki, de ser parte de unos de sus sueños. Estiré los brazos y volé por los jardines del Templo, como lo había hecho cientos de veces, en el laberinto.
Minerva
Marcelo Rubio nació en 1966. Es periodista, conduce el programa de radio Kriminal Mambo por am530 radio de las Madres de Plaza de Mayo. Publicó algunos libros de cuentos, La Strada, Bajo el signo de Eva, Fútbol sin tiempo, Nueve relatos atravesados en la garganta, todo ellos por Textos Intrusos. En 2018 por medio Indómita luz Editorial sacó su primera novela breve, Lo que trae la niebla. y en 2019 se editó El Cristo roto por medio de la editorial También el caracol. Para fin de este año tiene planeado sacar un libro de cuentos con el título tentativo de El largo viaje, será un libro artesanal, publicado por Omashu editorial.