Literatura
Narrativa
enero 2024
EL LIBRO QUE NO QUERÍA MORIR
por Beatriz Elena Puertas
Era el último tomo de la colección que papá le compró al turco. No lo hizo a gusto. Mamá había acordado con el hombre de la valija un pago en cuotas mensuales. Lo hizo sin consultarle. Eso originó un desacuerdo estentóreo.
Doce tomos. La colección Jackson con tapas de imitación cuero. Imágenes diáfanas. Buenas fotografías. Infogramas. Temas variados. Cada uno de ellos tenía tres apartados. Biología-Bordado a Mano-Contabilidad era el libro en cuestión.
Cuando los estantes de la biblioteca amenazaron con tirar abajo la moderna pared de materiales magros decidí deshacerme de esos testigos de mi niñez.
Los fui separando de a uno. Cada día dejaba un ejemplar en el contenedor. No fue fácil. No era solo papel sino un pedazo de mi vida. Crucé a la vereda de enfrente y abandoné el último que quedaba. No me atreví a acariciarlo porque había gente.
Esa tarde se largó a llover. A pesar del agua salí a pasear a mi mascota. Me llevé una sorpresa. La perra se detuvo a oler un objeto que flotaba sobre un charco. La tapa roja me estremeció. Lo levanté y lo volví a poner en su lugar.
Dentro del recipiente municipal había bolsas negras y verdes. Un trozo de lo que alguna vez fue una escalera. Un zapato de cuero. Cerré la tapa, temerosa de que saltara un ratón.
Luego de un paseo rutinario tirando de la soga volví a casa. Un par de horas más tarde salí a comprar pan. El libro había cruzado. Me esperaba en la vereda.
Miré para todos lados sospechando de algún vecino bromista. Nada. En la cuadra, de solo cincuenta metros, no había nadie. Tampoco había una ventana abierta. Lo llevé de nuevo a su destino final. Entré y puse la pava al fuego. Hasta la noche no volví a salir. La lluvia había cesado y la luna trataba de asomar. Caminé unos veinticinco metros, tres veredas, allí lo encontré otra vez. Estaba intacto. Lo recogí con respeto. Lo abrí por la mitad más o menos. A pesar de haber flotado, de haber compartido el día con desechos, de haber sufrido el descarte estaba entero. Felicité mentalmente a la Editorial Jackson. No me atrevía a tirarlo otra vez. Miré con aprensión a derecha e izquierda. No había testigos.
Lo levanté. Lo acuné como si fuera un bebé. volví a mi piso. Ya en el ascensor me animé a dedicarle algunas palabras. Elogié su resistencia. Sus hermanos se habían ido sin hacerse notar. Me sentí una asesina.
Abrí la puerta de mi departamento. Lo puse sobre la mesa. Le pasé un secador en frío para que no se doblen las páginas. Lo rocié con antipolillas. Improvisé un papel secante con rollo de cocina y por último lo ubiqué en una estantería. Desde allí, se empeña en recordarme que la infancia no se puede echar en el olvido.
Beatriz Elena Puertas. Licenciada en Letras-Prof. Lengua y Literatura UBA. Primer premio Poesía La criba verde. Poesías 1975. 2015. Finalista Cuento Fundación Victoria Ocampo. 2020. Mención La Galera 2020 Crímenes bajo los tilos. Publicaciones: 2015 Poesía. Anudadas. Novela El Desfiladero 2019 Paseo por Territorio Enemigo 2015. 2019 2020.Novela. La corta luz de Junio, 2020-2021 Programa de Radio En busca del verso perdido