Literatura
Narrativa
enero 2024
Bifurcaciones
por Miguel Ángel Di Giovanni
Y Dios lo hizo morir durante cien años
y luego lo animó y le dijo:
¿Cuánto tiempo has estado aquí?
Un día o parte de un día, respondió.
En el año 1957 de nuestra forma de contar el tiempo, el físico estadounidense, Hugh Everett iii, propuso la teoría de los universos paralelos. Por ese entonces, Borges ya había escrito el cuento, El jardín de los senderos que se bifurcan. Más tarde, Everett, desalentado por la indiferencia de la comunidad científica hacia su teoría, abandona la física. Borges seguiría escribiendo.
Según H. G. Wells, el tiempo es la dimensión donde viaja la conciencia, así que yo, en pleno uso de mis facultades, nacido en 1957, tengo motivos para asomar mi conciencia a un sábado otoñal del año 1968 y espiar al pibe de 11 años en el empedrado barrio de Colegiales de la ciudad de Buenos Aires.
Desde temprano, nos habíamos propuesto dar vueltas a la manzana con la bicicleta. Lo más importante era que no se podía tocar el freno y se tenía que andar lo más rápido posible. Si se tocaba el freno, desde ahí se arrancaba otra vez de cero.
Siempre salíamos para la izquierda, hacia la esquina de Freyre y Loreto.
Ni bien damos vuelta en la esquina, allá estaba otra vez la vieja de mierda barriendo la vereda.
— Hola, doña Lala.
— Hola nene. ¡Cuidado!
— Sí sí sí.
¡Qué ganas de barrer la vereda a cada rato!
Por su culpa tuve que empezar de cero varias veces. Y eso que le tocaba el timbre de la bici para que se corra. Pero la vieja sorda: nada. Se paraba en la mitad de la vereda. Justo entre el árbol y las maderas de la obra. Tenía que frenar y pasar bien despacito. Otra posibilidad era pasar entre el árbol y el cordón de la vereda sin frenar, pero no me animaba. Más que nada por mi amigo, no quería asustarlo, o peor aún: que le contara a mamá si teníamos un accidente.
En la última vuelta, la vieja no se corrió, apunté bien y entrecerré los ojos. Pasamos justito entre la escoba y el árbol. Apenas toqué el freno. Ni mi amigo se dio cuenta. Pero a la vuelta, ya estaba mamá en la puerta porque se enfriaban las milanesas.
—Lavate las manos —me gritó yendo a la cocina.
— ¿Lavate? ¡Lávense! —la corregí.
Mientras me secaba las manos en el delantal de mamá, ella me peinaba con los dedos.
—¿Y a mi amigo invisible no lo peinás también?
—Bueno —dijo mamá moviendo la mano en el aire para sacarme de encima.
—Así no, mamá. Peinalo bien.
Y mamá, siguiéndome la corriente, peinaba a mi amigo.
Hoy, por más que me esfuerzo, no recuerdo su nombre. No sé siquiera si tenía uno, pero sospecho que había una realidad donde él, sí era visto tal como yo lo imaginaba. Aunque me inquieta que, en esa realidad, el invisible fuera yo.
Después de comer, mamá se decidió por una siesta. Con mi amigo salimos de nuevo en la bici. Vamos para la izquierda, le dije. Ojalá la vieja Lala también se haya ido a dormir. Y sí, a esa hora el barrio queda desierto. Nos sentíamos muy reales, sólo que nadie nos veía.
En la tercera o cuarta vuelta a la manzana, la cosa empezaba a aburrirnos. Vimos algo en el cordón de la vereda. Paré. Era un libro destartalado con tapas rojas. Lo llevamos a casa, y empezamos a investigarlo.
Nunca pude deshacerme del libro, cosas de la vida, me acompañó en cada mudanza.
Recuerdo ese día en Colegiales como si pudiera ver la escena ahora mismo. Wells, creo que ya lo mencioné, me abrió la puerta al viaje en el tiempo.
Cuánto misterio nos causó no ver en la cubierta o el lomo del libro, nombre ni marcas. Las hojas que faltaban al principio y al final, lo hacían anónimo. Un pedazo de cordón de zapatos marcaba una página.
Como remedo de alguna película de agentes secretos, tomamos la idea de analizar el libro acomodando la palabra inicial de cada párrafo. Y obviamente no dudamos que la marca del cordón, era la señal para concentrarnos en esa página y no en otra.
Yo proponía resolver el acertijo con la primera letra de cada oración, mi amigo insistía con métodos más complicados. Como sea, y sin ningún resultado coherente, aquel día terminó. En los días siguientes nos ocuparon otros enigmas.
Pasaron los años. Mi amigo invisible desapareció con mi infancia. El nene del barrio de Colegiales que en el año 1968 encontró un libro en la calle, también quedó en el pasado.
Hoy, el amigo invisible es cualquiera en las redes sociales. Amigos virtuales como, Alberto Rojo, el músico y físico argentino. A él le mostré esta historia y se sorprendió, ya que como a cualquiera, le persiguen tantos universos, como amigos imaginarios.
El nombre Alberto, creo que conviene. Verán que hasta incluso, como un guiño al personaje, Stephen Albert del cuento, El jardín de los senderos que se bifurcan, de 1941. En ese cuento, Borges, pone en tela de juicio a Newton y se adelanta a otro Alberto, el físico Einstein que dijo: Dios no juega a los dados.
En la actualidad sabemos que Dios, sí juega a los dados. Juega y además pondera la incertidumbre, de modo que una moneda cuántica en el aire, antes de caer cara o cruz abre dos caminos posibles. Cada acto, es la puerta de al menos dos nuevos laberintos, que incluirán el pasado y el futuro.
Quizás, Borges intuyó que el mundo no era desgraciadamente real y nada más. Que siempre soñamos premonitoriamente que alguien nos sueña. Que los sueños recurrentes son más que una mezcla de neurosis y cena pesada.
Durante mi infancia, en mi familia, donde no se pasaba de leer alguna novelita de aventuras, Borges era, un escritor ciego, loco y antiperonista. A mí, ante esos adjetivos, solo se me ocurría preguntar: ¿cómo podía existir un escritor ciego?
Ese desconocimiento de su obra por entonces, hace que me estremezca el párrafo de, El jardín de los senderos que se bifurcan, donde los niños le indican al protagonista el camino: “usted no se perderá si toma ese camino a la izquierda y en cada encrucijada del camino dobla a la izquierda”, al compararlo con la dirección que siempre elegía cuando salía a dar vueltas a la manzana en bicicleta. Doblar a la izquierda es, además, el procedimiento común para descubrir el centro de ciertos laberintos.
Escribo estas líneas porque hoy desperté sobresaltado y empapado en sudor. Mis manos y piernas todavía tiemblan mientras recuerdo el sueño. Un sueño recurrente al que esta vez se suma un sujeto. En esa realidad, el personaje se me acerca a la salida de un edificio de oficinas. El edificio está rodeado por un borgeano jardín de Hai Feng, prolijo y muerto como una maqueta. Ese sujeto, que me resulta familiar, me muestra una foto de mi madre y susurra en mí oído: Tenías razón. La primera letra de cada oración del primer párrafo en la página marcada, guarda un nombre, mí nombre, pero no recuerdo el tuyo.
Después, como ocurre en los sueños, todo se desvaneció.
Inmediatamente abrí el cajón de la renegrida mesa de noche y saqué el libro de tapas antes carmesí, y ahora de un rojo muy tenue. Busqué la página marcada mientras me calzaba los lentes.
Avanzamos, siempre con fervor, a varios porvenires (no a todos). Los fanáticos, solo repetirán sin pensamiento. Bastará incluir como salvadoras redenciones, versículos de la Biblia. Esos serán tristes y largos años. Reiremos, sí, pero ha de pasar mucha agua bajo el puente. Tengámonos la justa paciencia, para continuar leyendo un libro, donde primera y última página son la misma.
Ahora mi amigo de infancia, tiene nombre. Además, con esta teoría vislumbro que, en otros universos, soy completamente invisible, justificando así, mi estado de debilidad y apatía por esta realidad. Sin duda mis otros yo de tan distintas vocaciones, se han ido detrás de sus intereses, y me han dejado solo, asomado a una ventana, que, a momentos, se me antoja guillotina.
Miguel Ángel Di Giovanni nació en la Ciudad de Buenos Aires el 14 de octubre de 1957. A pesar de su formación técnica, y su paso por la Universidad Tecnológica Nacional, las letras y la música terminaron por imponerse en su vida. Escribe desde la adolescencia y ha transitado distintos talleres literarios; narrativa con Marcelo di Marco, dramaturgia con Sol Pavéz, guión de cine con María Meira, entre otros. Desde el año 2014 ha publicado cuentos en distintas revistas digitales: Cronopio de Colombia, Almiar de España, Letralia de Venezuela, Axxón, El Narratorio, Sello de Tinta, Extrañas Noches, Kundra y Gualicho de Argentina y también publicó el libro de narrativa infantil, Un mar de mieditos, Editorial Peces de Ciudad 2017, segunda edición en 2018 y edición especial en 2021 para la secretaría de Educación de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Y durante el año 2020 y 2021 escribió editoriales y notas para los programas “Curvas del aire” y “Citonalterna” de Radio Curvas, Salsipuedes, Córdoba, Argentina.