Literatura
Narrativa
octubre 2023
Casa abandonada, cuento de Luis Daniel Álvarez
Sonríes al darte cuenta
que ha bastado la luz del crepúsculo
para cegarte y contrastar
con la penumbra del resto de la casa
“Aura”, Carlos Fuentes
Llegas a la casa donde disfrutaste la adolescencia. Prendes un cigarrillo. Entras despacio como si fuera un museo de antigüedades. Caminas despacio. Ves las paredes rasgadas por el abandono, los movimientos sísmicos, los años que sin compasión la golpearon. Aprecias el aroma del pasado. Una especie de saudade eriza tu piel al recordar que no deseabas haberte ido, y no poder poner resistencia a las órdenes de tu padre. Te detienes. Oyes carcajadas y correteadas. Lentamente comienzas a revivir, aquella tarde en que te escondite en el ropero, mientras Anabel te buscaba simulando ser una espía de mirada picarona, hasta que te encontró. Se quedaron mirándose con una fuerza insostenible y que estaba derribando las murallas de la amistad. Con algunas lágrimas germinándose en las pupilas, ríes: suena en tu memoria la voz de tu madre diciéndote: “se quedan acá, muchachas, regreso en seguida”, luego el portazo y la llave girando en la cerradura para que ustedes jueguen tranquilas.
Recorres el pasillo hasta salir al patio. El olor a jazmín, que viene de la casa de las difuntas vecinas, te acompaña a contemplar el esqueleto de la parra resecada. Aparecen mágicamente, como si la primavera resurgiera de las fauces de la tierra en pleno otoño, y en buen estado las plantas que cuidabas con tu madre, y con tu amiga. Disfrutas al ver como Anabel sostenía la manguera para regar el patio. Sientes, nuevamente, en tu cuerpo el agua que ella te larga para refrescarte y que la remera remarque tus costillas. Le respondes con sonrisa, semejando que realmente está sucediendo. Te ves abalanzándote sobre ella para mojarla, aunque la intención verdadera es abrazarla. Sonríes y te mueves como si estuvieras jugando con Anabel al carnaval. Recuerdas que no les importaba que algún dios las castigue con truenos.
En silencio, agradecen a Venus que desde el cielo las ayuda a manejar sus pasiones como guerreras de Amazonas o poetisas de Lesbos. Otra vez, en tu memoria, el retrato de la amistad se incinera porque las lenguas, otra vez, atraviesan las cavidades bucales, cavernas de palomas y mariposas que vuelan alrededor de la melodía de Summertime en la versión de Janis Joplin. Creerás que son las personajes de la película My Summer of love.
Regresas al interior de la vivienda. Caminas hacia tu habitación. Rozas las yemas de tus dedos por la pared raída. Apenas entras, Contemplas la pared. Imaginas que aún siguen los posters, la cortina verde de la ventana. Te observa- mejor dicho observas a la adolescente que fuiste de fisonomía robusta y delicada a la vez- sacándote la ropa mientras llamas a Anabel para que te busque. Juegas a la mancha escondiéndote en el ropero, simulando ser una gata ansiosa de atrapar a su pequeña pajarilla.
Anabel te busca en la cocina, en la habitación de tu madre, en el cuarto de tu hermana, dejando en cada espacio cada una de sus prendas mojadas, como quien deja pedazos de tela en los campos para no perderse. Y llega a tu escondite totalmente desnuda. Luego, Anabel, abre el ropero porque percibió el perfume de tu piel y tu respiración. Entra. Cierra la puerta. Y juntas, entre besos y caricias, dejan de ser niñas.
Sonríen al saber que por el himen corre un líquido viscoso producido por la exaltación. Te sientas debajo del marco de la puerta, y las ves descansar en la cama, contemplándose sus esbeltos cuerpos desnudos, creyéndose que son Daphne y Safo. Artemisa las elogia. Te sientes agotada porque los recuerdos removieron las fauces de tus sentimientos.
Anabel se levanta, pasa por tu lado, y camina por el pasillo recogiendo las prendas que dejó en cada habitación. Se viste. Y te quedas viéndote, sonriéndole a la piba que fuiste. Te sientes realizada al saber que tu nombre se escribe con tu propia historia.
Te levantas imaginado que una llave gira en la cerradura, y que es tu madre quien entra, saludándolas alegremente: “hola, pequeñas brujas, llegué” les dice.
Esta anocheciendo lentamente, como fue tu vida, y te alejas de la casa. Detrás de ti las muchachas se toman de la mano, y se van a tomar helados en la plaza.
Luis Daniel Álvarez nació el 28 de enero de 1988 en Andalgalá (Catamarca). En poesía publicó: “Pueblo y rebelión” (2013), “Vuelo onírico” (2015) y “Pájaros de aguardiente” (2017), “Transeúntes” (2020) “La desnudez del oasis” (2020) “Imaginar” (2022) “El Mar” (2022) “Antiestrés” (2023) “Las aves de mi jardín” (2023). En narrativa: “Sueños encajonados” (2015) “La fama de Edward Arparigowsky” (2019) Dirige la página web de cultura “La tuerca andante” https://latuercaandante.wixsite.com/website/blog . Instangram: @danielalvarezlit