Literatura
Narrativa
agosto 2023
La tristeza de Dios, por Omar Ortiz Forero[efn_note]Omar Ortiz Forero (Bogotá, Colombia, 1950) es editor, gestor cultural, poeta y profesor universitario. Abogado de la Universidad Santo Tomás. Director de la Revista Luna Verde.[/efn_note]
Palabras de presentación para el libro “Flores para un ocaso”, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013. Otras ediciones del mismo libro en 2015 y 2021).
Una de las preguntas que plantea este poemario de Omar Garzón tiene que ver con si es cierto o no que Dios pueda derramar lágrimas como cualquier mortal. Si la divinidad llora, ¿lo hace por nosotros?, ¿por ella misma?, o simplemente como decía la abuela del poeta es un llanto que pretende consolar nuestras humanas congojas, nuestro vacío frente a la inexorable muerte. Son interrogantes que tan solo se pueden responder desde la poesía, porque contraría a la fría, veraz, objetiva estadística que nos cuantifica la barbarie, que nos numera de cuantas maneras podemos darle salida a la bestia que nos habita. La poesía, nos documenta la forma como entramos en la muerte, nos ilustra el mapa de nuestras calles sembrado de manos y de tripas. Basta leer Testimonio no documentado sobre Chengue.
Por eso es importante la voz de los poetas, porque son ellos los testigos lúcidos de las sombras, de esa
sombra esquiva ya que ni siquiera tu sombra te acompaña porque la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque. Pero también son los privilegiados de la luz, de un efímero destello que se imprime en las huellas de un vaso vacío. Ese objeto que acompañó a Darío Betancourt Echeverry, natural de Restrepo, Valle, antes de ser desaparecido por los asesinos. Sí, la ausencia también puede acompañar desde un cortejo de luciérnagas.
Tal vez los poemas de Garzón no sean los de un poeta que pretenda contar con un público que busque en la poesía la tan maltrecha belleza o la perfección formal de los versos. Porque sus poemas están hechos desde una contenida furia que no puede hacer concesiones de porcelana frente a una realidad que violenta día tras día nuestra percepción hasta llevarnos a pensar que volar por un segundo o colgarte de las nubes por un instante son las únicas formas de abrirte paso entre la niebla. Pero sin duda es una voz con un contenido altamente poético que se aferra a la poesía para sobrevivir, como leemos en Lo que me salva es la noche lenta donde nace el verso, Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida. (…) Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas.
Tenemos a mano un libro de poemas, no de versos, menos de canciones, un libro, que como el fuego puede alimentarnos o consumirnos. Los que se atrevan por sus páginas no serán nunca favorecidos de los dioses.
“No sé por qué guardo entre los pasos
La absurda esperanza de encontrarme”
Germán Villamizar
VENGO DEL SILENCIO de las hojas, de la ausencia de los ríos, del lugar olvidado por los hombres donde sólo habita la sombra de los árboles. Vengo de la estancia donde el zumbido de las ramas es nuestra memoria, nuestro ruego a la Luna. Vengo de la más profunda entraña de esa tierra que se traga los habitantes a su paso: No hay tiempo para llorar en el campo cuando la única arma es el arado.
Crecimos con las plantas y la higuera no da frutos. Nuestros nombres están escritos en los peñascos y nadie nos recuerda. La lluvia, que nos arrulló tantas veces, no da testimonio de nosotros, ni siquiera una gota de rocío se posa en nuestra huella. La única esperanza es arar, arar, arar una tierra que no nos merece.
Vengo del lugar donde las manos son el testimonio de la vida: Gramo a gramo las cosechas dieron forma a nuestra piel y las aves son la voz de los que partieron volando entre bramidos.
Recuerdo a la abuela diciéndome: “Esas son las lágrimas de Dios cuando caen al suelo”. Tengo pocos años y menos heridas que las que tenía papá cuando lo enterramos, pero sé muy bien que las lágrimas no son destellos de fuego entre cortinas de noches y cenizas y cuerpos al viento. Las lágrimas de Dios no pueden ser ese mismo vacío que son las nuestras.
Vengo del silencio de las hojas, de la ausencia de los ríos. No sé para donde voy. Antes de ir al cielo, mamá me dijo cuándo pasar el semáforo cuando estuviera solo, pero no recuerdo cómo hacerlo.
DESPEDIDA EN TACUEYÓ
Después de lo de ayer, solo me resta renunciar a todo lo que fui y a lo que seré, porque de lo poco que ahora soy, lo único seguro es esta última palabra que pronuncio.
No se salvó ni una mosca sospechosa, ni siquiera Dios por reclamar, ni el diablo por tardío, ni el río por ruidoso. No se salvó ni un árbol infiltrado entre nosotros. Todos hicimos parte del fuego: como sombra retorcida o humo de la noche; como cerillo consumido o ceniza entre la brisa; como piedra sobre piedra o piedra entre la boca. Todos hicimos parte del fuego.
No fue la danza de la lluvia, tampoco un cortejo de luciérnagas. Sólo recuerdo un corazón entre unas manos y un gemido como abismo y un ojo en una estaca, o era un niño, aún no sé. Un grito, un macabro grito dado en vano: ni los pájaros vinieron, y un cuello en otro cuello, en otro cuello, en otro cuello enclavado en un madero. Un pulmón entre las hojas que estaban en el suelo como manto sobre tierra que cubría otro pulmón agonizante.
Mirar a todos los puntos cardinales y en cada dirección presenciar una versión diferente del infierno que se hacía más y más grande con el paso de las nubes. No hubo santo, ni ave María, ni oración, ni ruego que fuera la respuesta, la esperanza, la última palabra. No hubo confesión o lengua seca, o rostro en suelo que determinara la estocada final. Todos los dolores del mundo nacían en mis heridas y mi estómago era una bandada de aves de rapiña y mi cabeza un enjambre de gusanos.
El fuego, recuerdo muy bien el fuego: Fuego y mis brazos en el piso;
Fuego y mis piernas todavía en el árbol como fuego.
Fuego y mis palabras de ceniza solo quedan y mi cuerpo como puerto calcinado que nadie visitó.
TESTIMONIO NO DOCUMENTADO SOBRE CHENGUE
“Tratemos de entrar a la muerte
con los ojos abiertos”
Marguerite Yourcenar
Mi abuela decía que entrar a la muerte con los ojos abiertos era de valientes. Nosotros entramos con los ojos abiertos, sin piernas, con las manos sembradas en una calle desolada del pueblo y, en vez de tripas, piedras.
Todos los que partimos hoy en esta noche triste, entramos a la muerte como dioses, sin embargo, nadie, absolutamente nadie, nos recordará, salvo –y con algo de suerte– uno que otro estudioso del tema y este cuchillo que nos atraviesa el cuello como castaña caliente que baja por la gargan…
UNA NIÑA DE RAMALLAH
Estuvo con nosotros hasta que cayó el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva.
Poco supimos de ella: Que se detenía en las tardes a ver pasar el Sol y que corría tras las mariposas, casi volaba con ellas.
Algunos oyeron su grito, pero estaban muy ocupados levantando cercos, según ellos, para que no entraran los cerdos a sus casas.
Florecieron los jardines, los pájaros surcaron el cielo, las hojas cayeron secas sobre el prado. Aún nadie nos escucha y tal vez nadie lo haga en lo que resta de cosechas, pero queda la lluvia que seguirá humedeciendo esa huella en el camino; quedan las mariposas que recorrerán la misma ruta de la tarde y quedan los malditos cercos que nuca serán mayores que estos montes que darán testimonio de nosotros y los peñascos que gritarán siempre los nombres de los nuestros, los de aquellos que ahora son árbol de memoria.
SOLILOQUIO EN PALESTINA
Lo único que a veces salva al hombre del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los habitantes de este espejismo del desierto es una bala que de nuevo se nos siembra entre los ojos.
A veces creo que en este corto suspiro que es la vida, el acto principal de algunos de nosotros (tal vez los menos protagónicos, los menos primordiales, los menos hombres) es habitar en el silencio, hacernos uno con la sombra, estar donde nadie está, ver donde nadie ve, gritar donde nadie escucha, no estar.
Esa es nuestra encomienda: susurrar el nombre de nuestros muertos mientras caminamos sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro Sol, sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro paso.
Poemas con voces que trascienden en la noche
“Voy hacia la luz que me trasciende,
hacia la palabra trascendida sin buscarte
y allí estas oculto en tu agua”
ES EXTRAÑO VER tanta sonrisa, tanta mano atada, tanta sombra junta, tanta flor comprometida en las manos de aquellos que caminan por la calle y tú, sin más, sentirte libre. Pero es más extraño llegar a casa, echarte agua en la cara, levantar el rostro y darte cuenta de la aridez que te rodea y que ni siquiera tu sombra te acompaña porque la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque.
LO QUE ME SALVA ES LA NOCHE LENTA DONDE NACE EL VERSO
Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal, a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos, a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida.
Aún deseo escribir. Observo la figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de las nubes con unos pocos versos. A penas, si puedo, me pongo de pie y saludo desde este tronco a una migración de aves. Pero no puedo mentirme, no puedo engañarme –me digo ahora que amanece–:
Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas.
Omar Garzón Pinto (Bogotá). Poeta, profesor y periodista autodidacta con textos publicados en antologías, periódicos y revistas de Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, España, EE. UU., Guinea Ecuatorial, México, Nicaragua, y Venezuela. Ha llevado su trabajo literario a varias ciudades de Colombia, Ecuador y Venezuela. Director del Colegio Van Leeuwenhoek, director del Liceo Antonio Nariño, fundador de la Corporación ESHAC, director de la Revista Occidente XXI y de Occidente XXI Radio. Sus poemas han sido musicalizados por el cantautor colombiano Leandro Sabogal y por el músico venezolano Josué Ojeda. Su libro “Flores para un ocaso” ha sido parcialmente traducido al francés, inglés e italiano. Libros publicados: Faro desnudo (Liga Latinoamericana de Artistas. Btá. 2011); Flores para un ocaso (Liga Latinoamericana de Artistas. Btá. 2013); Un poeta es un satélite en constante caída (Senderos Editores. Btá. 2015); Bruma (Piedra de Toque Editores. Btá. 2020). Reconocimientos recibidos: Premio IDPAC 15 AÑOS por la Revista Occidente XXI (2022); Premio de Periodismo Álvaro Gómez Hurtado del Concejo de Bogotá (2022); Mención de Honor: Cuarto lugar en el VII Concurso Internacional de Poesía El mundo lleva alas. Editorial Voces de Hoy. 2016 (EE. UU.); Finalista del Concurso Internacional de Aforismos. Cuponeta Ediciones-Logo Editorial. 2015 (México); Finalista en el I Certamen de Poesía Rafael Maya. 2015 (Colombia); Tercer lugar en el XIII Concurso Internacional de Poesía Eduardo Carranza. 2015. (Alcaldía de Sopó, Colombia); Segundo lugar en el I Concurso de microrrelato “Otoño e Invierno”. Diversidad Literaria. 2014 (España); Segundo lugar en el Concurso nacional de poesía “Poetas en Carnaval”. 2014 (Pasto, Colombia); Finalista en la segunda convocatoria “Mil poemas por la paz de Colombia”. Fundación Plenilunio. 2014 (Cali, Colombia); Finalista en el concurso Nacional de poesía “Nuevas voces para la poesía colombiana”. Corporación Ulrika. 2013 (Bogotá, Colombia); Tercer lugar en el Concurso Distrital de estímulos para la creación literaria. 2011 (Suba, Bogotá, Colombia).