Literatura
Poesía
julio 2023
Poemas de Pedro Larrea
27
El gusto es la memoria, las papilas un diario, una levadura volver.
Diagnostico la manzana con mesura para alzarme con la fuerza de su
gravedad. El taxista que me lleva cena cisne los domingos y bosteza
sin candados. Así sabe que en mi esquina no hay bolera ni teléfono
y que en el barrio nadie juega ni se engaña sino vive y anda siempre
con lo puesto. Y lo puesto es una piel que desconoce el frigorífico y la espera.
La frontera entre el perro y el lobo es el hombre. Catálogos de especies
sucumbieron al tridente y la botánica quedó hecha añicos con la sal.
Ni membranas ni chalecos antibalas sirven contra el Plan y su campaña
y aquí no vale hablar de cuánto cuesta el álgebra que explica los mordiscos
ni de qué modo secar la pólvora rebelde y el trazado de las moscas
sin que un pistoletazo ponga fin al anfitrión de la esperanza demoníaca.
Hay fisuras en este fuselaje. Es peligroso despegar. Esta chatarra fue
en su momento satélite y pronóstico de luz. Hoy no es más que una
cápsula de estómago ulcerado que acabó en alcantarilla y en desecho
de hojalata que no sirve ni siquiera de tazón para la leche. Los pilotos
hacen cola para entrar en el sorteo y no volar. Nadie les culpa.
Pasan hambruna en la tierra por amor a la horma de sus zapatos.
La granja envía su cosecha y el electricista instala enchufes.
¿Qué me falta? Una oportunidad de aprender la energía, el desove
del pez abisal que no ve pero enseña a nadar sin dejar huella alguna.
No me quejo de las cosas que no tengo porque un día las tendré
más que olvidadas. El desayuno siempre borra las arrugas de la cama.
¿Qué me falta entonces, qué? Quizá que no me priven de vajilla.
29
Dios es lo que hacemos de ello: curva de gatillo, leña y porcelana,
metralla que tatúa torsos torpes troceados por un hacha con amor.
Dios es ladrón de jofainas: lavarse las manos con asco es condena arbitraria
que sólo sabe soportar quien no costea la patrulla angelical ni su diluvio.
De todas las prisiones la de dios es la más húmeda, le sobran centinelas
y le faltan panaderos que me enseñen a amasar mi propia cara en el poliedro.
Dios es la caligrafía de lo que hago cuando no deseo recordar lo que hice
por miedo a hablar de más y silenciar así mi estruendo de mañana.
Dios conduce la ambulancia que me lleva de hoy a ayer para borrarme una
memoria que sabía apaciguar al estratega de mi vida con calor y olvido.
Y porque dios debuta cada día como ingenuo segador de mi pasado
creo lo que no creía, soy lo que no era, puedo comprenderme en el estiércol.
Dios es la intemperie con sordina, tanto anillo como cepo amortiguados,
clavo y martillo, víctima que sufre más el tránsito que el vértigo.
Dios cocina dromedarios en mi horno y refrigera morsas para celebrarme.
Camellos y pingüinos me sugieren que aproveche las mejores dentelladas.
Le queda tiempo a dios para vetar posibles lágrimas de hartazgo
y abrir más restaurantes mientras promociona la franquicia con dilema.
Dios no es lo que ha sido sino lo que fue después de la tristeza
domada por el ánimo de hablar abiertamente sin pactar el resultado.
Dios no está donde está, pero sí donde estaré contigo si me dejan
de perseguir la médula y el tiempo que costó pasar a limpio su diseño.
Tú sabes que te callas porque dios no nos conoce en nuestra trenza.
Atiéndeme un minuto mientras trato de tragarme la ración que sobrará.
34
Recordar por elección es traicionar al dios que me menciona
y que me envidia porque sigo hablando de las cosas que no importa
olvidar y porque no recuerdo lo que se supone que debía ser mi asignación,
mi parte en el alijo, mi desprecio por las horas insignificantes, mi desdicha.
He elegido ser feliz al elegir dejar pasar lo que soy yo con la linterna.
Es el centro el punto más cercano a lo inexacto de mi vida en las afueras.
Olvidar por elección es recordar lo que estará prohibido
y recordar con prohibición será olvidar la esclavitud que nunca fue obligada.
Ayer corría el riesgo de quedar sin rebelión. Mañana habré afrentado al líder.
Hoy se quema la zarza de todos los días y se desoxida la atroz herramienta
que desactiva deseo y recuerdo y me deja tiznado en mitad del presente.
Este tiempo es un niño con sombra de dios que me pide un juguete y paciencia.
Ayer es mañana incompleto. Mañana es ayer desbordado. Hoy no existió.
Hoy no existirá. Hoy es estar sólo con suelo y sin piernas. Hoy es yo sin soy.
Por eso un dios me ha puesto en medio de la muerte y no me escapo.
Sé que mis células vienen de atrás y que irán a después y que entonces
se habrá renovado el deseo que hubiera buscado el recuerdo y se enamorarían
para anunciarme que estoy en mitad de la vida y al filo del sueño.
Mañana es yo con quiero. Ayer es yo con tuve. Está en mis yemas lo que busco
pero no lo reconozco. Está en mis uñas lo que quise pero no lo identifico.
Está en mis dedos ese dios que viaja desterrado por mi tiempo pero
no me sabe distinguir de su designio y no comprende que soy otro
si me niega y soy tenaz si lo prohíbe y vuelvo a las andadas
por el carácter que sólo podría anularme un principio total y su llanto.
Pedro Larrea (España, 1981) es autor de tres libros de poemas: La orilla libre (Nueva York Poetry Press); La tribu y la llama (Amargord); y Manuscrito del hechicero (Valparaíso). Su poesía ha aparecido, entre otras, en la prestigiosa Revista de Occidente. Como ensayista, es autor del estudio Federico García Lorca en Buenos Aires (Renacimiento). Como traductor, ha publicado Libro de horas, de Kevin Young (Valparaíso) y Una defensa de la poesía, de Percy Bysshe Shelley, junto a Las cuatro edades de la poesía, de Thomas Love Peacock (Poéticas).