Literatura
Poesía
diciembre 2022
INFIDELIDAD
cuento de Manuel Aguilar Vanegas
Desde el primer momento supo que estaba equivocado. Sintió sus ojos cercanos a él y su respiración pausada como queriendo expandirse por la pieza. Estaban solos, la tarde fue condescendiente con ellos. Solamente a las cinco, después de su trabajo, tenía tiempo para este momento. Lo necesitaba, su piel gemía a gritos para ser atendida, y saber que alguien ajeno a su vida podía causar una extraña sensación de bienestar le causaba seguridad, esa seguridad que solo alguien adquiere con la complicidad del tiempo. Pero, ante todo, esta nueva experiencia le decía que no era lo justo. Caer en esas manos tan nuevas le roía la conciencia.
Se entregó entonces sin remordimiento. “Es solo esta vez” pensó. Ambos pares de ojos se toparon varias veces, y él esquivó las miradas como si en sus ojos se asomara a gritos la culpa. Los espejos frente a él le arrojaban su rostro empapado de inquietud. No había nada de lealtad en ese acto. Antes, lo hubiera hecho sin sentir esa extraña sensación de terror, antes cuando era jovencito y podía andar de lugar en lugar sin sentirse culpable.
Entonces pensó en él. Recordó cuántos años le había guardado lealtad en su apretujada vida anegada de procesos burocráticos que lo asfixiaba en la rutina de lo cotidiano. Recordó su primera vez con el hombre al que estaba acostumbrado. Cuando se dejó guiar por su experiencia y por su capacidad de entablar una conversación política, social y cultural. Sus dieciocho años de jovencito inexperto, que solo en la intimidad de su baño lo había experimentado, a dos manos, o con una, afilando el tacto como si se pudiera explorar la piel sin verse al espejo. Pero se cansó de usar sus manos, de querer la perfección y alcanzarla porque con sus propias manos le era casi impenetrable los resquicios que solo otro hombre pudiera acceder. Se decidió por él, lo había conocido en una fiesta donde hablaron sobre sus trabajos y lo escuchó hablar sobre temas que a cualquiera le hubiesen parecido aburridos, pero que a él le fueron desusadamente interesantes. Después de mucho tiempo supo que estaba listo para dar su bien más preciado a alguien que podía cuidarlo con la misma intensidad con que se cuidan las cosas frágiles en un viaje y desde entonces solo a él le había confiado esa intimidad.
Ahora se había entregado a un inusitado impulso que no supo dónde se originó. Cuando abrió los ojos el hombre yacía frente a él cambiando de posiciones a su gusto y antojo, y para evitar el contacto visual, cerraba los ojos y pensaba en su antiguo compañero de años. “Será breve y después jamás volveré” se dijo para sí mismo. Pero habían culminado, y esa premura no le dejaría concebir sus expectativas con este nuevo individuo.
Sintió su respiración cerca, sus manos que al tacto exploraban alguna imperfección se fueron perdiendo por su cabellera. “Déjala así” dijo con una temerosa voz imperiosa que más pareció una súplica. Odiaba estar explicando lo que quería, odiaba estar guiándolo. porque con su antiguo compañero no había necesidad de explicaciones, ya lo conocía y sabía lo que quería.
El hombre descansaba de vez en cuando. El televisor en la pieza del lugar rompió ese incómodo silencio que le pesaba desde hace mucho tiempo, desde que entró al lugar explorando con la negrura de su pupila tratando de encontrar un retazo de decencia a su alrededor. Olía a colonia barata, a uno que otro cigarro y a una terrible sensación de decadencia. Supo entonces que no era el primero en ese lugar, que antes de él habían desfilado otros hombres parecidos o distintos los unos de los otros, pero todo en busca de la misma satisfacción.
Se dio cuenta que esas manos habían tocado otras pieles, otros cabellos y que había hecho magia con el compás de tiempo y espacio. En esa pieza tan pequeña y acalorada, estaban incrustadas miradas que se estancaron en la eternidad de los espejos, y ahora no solo eran sus ojos, si no los otros pares de ojos que se vieron con el mismo desencanto cuando se encontraron en ese mar de reflejos.
Intercambiaron miradas para comprobar su satisfacción. Pero no cedía al impulso de huir empapado en culpa. Se contuvo y volvió a recordarlo. Recordó sus ojos que se entrelazaban de frente o se encontraban por error en los espejos cuando esquivaba la mirada de vez en cuando. La sensación de impotencia lo tomaba cuando sintió que sus ojos se cruzaron sin reparo en una ocasión en la que él trató de esquivarlo, pero esta mirada de este nuevo hombre no le decía nada. Su antiguo compañero podía contarle sin mover los labios alguna que otra inquietud de su trabajo. Muchas veces lo escuchó atento, como si cada historia pudiera almacenarse en botellas de vidrio. “Hoy es el partido de fútbol” intentó hablarle el nuevo hombre, pero solo le pudo responder con un simple –Ajá. “Si no hablo con él la vergüenza será menor” pensó y siguió en silencio mientras el hombre volvía a cambiar de posición. Cuando lo tuvo detrás, sus manos sostuvieron su nuca y la movía con una formalidad inefable tratando de concentrarse en que ambos se sintieran bien.
Se sintió desleal, pero la necesidad era imposible de evitar. Así que dejó que él terminara, que se limpiara las manos y se escabullera por cualquier resquicio, hasta que ya en pie, ambos volvieron a verse, satisfechos los dos por sus necesidades, el primero porque la situación lo ameritaba y se sentía culpable de no estar con el hombre al que le había guardado fidelidad por diecinueve años, y el segundo por la plenitud de haberlo hecho con alguien nuevo y que a su parecer se sentía satisfecho.
De modo que cuando pudieron extenderse la mano sin decir una sola palabra, él se juró eternamente que jamás volvería cortarse el pelo con otro hombre que no fuera su barbero de años, porque la experiencia con ese joven no podía cumplir sus expectativas como las cumplía su barbero de siempre. No había necesidad de explicarle a él sus gustos. Ya lo conocía, y por diecinueve años se había hecho el mismo corte sin ninguna contrariedad. Hasta ese día en que el mismo destino los antepuso el uno frente al otro. Entonces sin despedirse, ninguno de los dos volvió la vista, y se dispersaron cada uno por la curva de su vida.
Manuel Aguilar Vanegas (Sn Marcos, Nicaragua) Narrador y fotógrafo. Graduado de la UNAN FAREM – Carazo, como licenciado en ciencias de la educación con mención en Lengua y literatura hispánica. Publicado en la revista Álastor literario de Nicaragua y en las revistas mexicana ESPORAS y Marabunta. Primer lugar en el concurso de cuentos “escritores noveles” en honor a Lizandro Chávez Alfaro. Participó en el encuentro internacional de narrativa contemporánea promovido por la Revista Mal de Ojo en el 2020.