Literatura
Narrativa
noviembre 2022
El pequeño migrante y el Club de los botones solitarios
fragmento de la novela de Carlos Aponte
CAPÍTULO I: EL ORIGEN Y LA PÉRDIDA.
—Cuando llegamos a Flores de Obregón fuimos reprochados por nuestro gentilicio, mis hijas estuvieron al borde de la locura por el acoso escolar, a mi esposa y a mí por poco nos matan. Ahora somos parte de sus raíces, este pueblo no fue malo… solo se dejó envenenar— fue la respuesta de mi padre a la reportera.
Nadie debería ser excluido por su nacionalidad, condición mental o física pero, lamentablemente la intolerancia carcome el alma de algunos. Una de las peores palabras que he oído en este país y fue golpe para mis oídos… “veneco”.
Para comenzar a contar esta historia recalco las raíces de mi origen, recordando de dónde vengo. En mi escuela aprendí que tengo tres símbolos que me identifican, un hermoso himno llamado “Gloria al Bravo pueblo”, el segundo es una colorida bandera que encierra en sus acuarelas la majestuosidad de un país, y tercero un escudo de armas, que en sus tres pequeñas divisiones cuenta las historias de grandes batallas qué se libraron para formar una patria además, mi cariñosa maestra de geografía me decía a viva voz: “América es una patria grande”.
Nací donde según mi abuela, se forjaron los primeros sueños de libertad, hermosos valles de Aragua, específicamente en la ciudad jardín de Venezuela. Mi Maracay luminosa.
Soy el mayor de cuatro hermanos Luisa quien me sucede, con siete años de edad, luego Isabella Y por último Santiago. Isabella con cinco años y Santiago de dos, nuestra hermosa casa estaba en el barrio los cocos, era la de rejas blancas con un par de piedras en la puerta de entrada, las ponía mi abuela como fieles guardianas para que no estacionaran vehículos frente a la casa. La gente en mi barrio tenía poco respeto por el derecho de frente de los demás, pero no los quiero aburrir con pleitos de vecinos desadaptados. En vez de eso les contaré de dos temas que han perturbado mi infancia, el bullying o chalequeo como decimos en Venezuela, y el segundo, la migración. El primer tema me cuesta un poco más de tratar, creo que es por el hecho de que aun mi amigo Diego Camilo quién hoy día está en terapia de rehabilitación, debido a la hipoxia cerebral que sufrió por picaduras de abejas, producto de la maldad de algunos compañeros de la escuela. Al igual que el recuerdo de mi amiga Anita, presa del abuso intrafamiliar que le desgarró el alma y le succionó la vida.
Siempre trato de ser el mejor en clases, me gusta además divertirme con mis amigos, hacer chistes pero no confundo el humor con la ofensa o la humillación. Considero que no cualquier cosa perturba mi tranquilidad, no por eso creo que todos los demás sean así, llevo una lección que escuché en la escuela dominical de la iglesia cristiana que estaba al lado de mi casa, “no hacer con lo demás como no me gustaría que los demás hicieran conmigo”. Qué lección más hermosa, aplicarla me ha hecho merecedor de elogios por parte de los mayores, tales como: —qué niño tan empático, ojalá nunca cambie su personalidad.
Teniendo apenas 6 años oía a mis padres tener acalorada discusiones, el punto de origen de las disputas era el mismo, la falta de dinero. Mi capacidad comprensiva para ese momento era más precaria que la que poseo ahora, tal vez fermentada por las circunstancias, pera esa época mi facultad racional estaba centrada en mi impaciente estómago.
No sabía de una palabra que al emigrar tuve que añadir a mi vocabulario, “ xenofobia”. Y aún hay otros términos que a pesar de aprenderme su definición, no los entiendo.
Mi madre decía a papá:
—aquí nos va a matar el hambre solo por qué tú no te atreves a salir del país—cada vez que discutían en su habitación.
Mi padre, un hombre de leyes, graduado en una de las mejores universidades del país, solo sabía hacer lo que su carrera de abogado le había enseñado. Ahora que lo pienso creo que mi padre tenía razón en no querer salir, según como yo lo veo la salida del país donde se nació y creció, se puede tornar oscura y agresiva para unos, pasiva y triste para otros, y para los resilientes como mi familia, así considero a mi grupo sin jactarme y más adelante sabrán que lo digo no por exaltar, pues la narración de los hechos se los dejará a la luz del sol. Fue una experiencia que moldeó nuestras vidas para siempre, yo no sabía lo que era una recesión económica, pero sí una arepa sin relleno. No me importaba en lo más mínimo lo que era un bloqueo económico, pero sí sabía de los bloqueos mentales en el kínder al no poder distinguir los colores por el cansancio que sentía por la molestia en el estómago, tampoco entendía el dólar para paralelo pero si el angustioso llanto de Luisa por un tetero al que le faltaba la leche, no comprendía lo que era una diáspora, pero si el mal genio de mi madre apunto de dar a luz incitando a mi padre para que saliera del país a buscar oportunidades. Para los que ya estén pensando que mi madre era la troncha toro venezolana, no siempre tenía ese comportamiento. Mi madre es un amor de mujer, pero con un embarazo avanzado y las cosas del bebé sin poder comprarlas, tres niños más que no entienden de escasez, ustedes juzguen si tenía razón o no la pobre de estallar ante la pasividad de mi padre.
La contraparte perfecta de mi mamá hecha a la medida era mi señor padre, ella toda planificadora milimétricamente, esperar no es su virtud le gusta el accionar a corto plazo, mi padre por el contrario es de “mañana veremos qué pasa”. Mi abuela Ernestina vivía también con nosotros, era la madre de mi papá, también la niñera a tiempo completo, la abuela era de esas que uno se pregunta ¿por qué no son eternas?, ella era la de contar cuentos por las noches para que pudiéramos conciliar el sueño. Nos consentía y apoyaba en casi todo, menos en decir malas palabras, era de avanzada edad tenía arrugas de alegría y canas de felicidad, yo sospecho que tal vez oyó entre las tantas discusiones de mis padres, el pretexto de que no se iban del país por no dejarla a ella sola, creo que la abuela se sentiría como una carga aunque nunca me atreví a preguntarle, ella tampoco lo comentó, pero los abuelos como todo ser humano no son eternos. La muerte no tiene consideración con adultos jóvenes, niños o ancianos, creo que es como el verdugo cobrador de la renta, el cual no le da importancia a tu situación económica para llegar a cobrar. Entre los días qué he marcado como de lo más triste de mi corta vida, ha sido el día que mi padre llegó del hospital con lágrimas en los ojos y exclamó:
—la abuela nos dejó.
Carlos Aponte. Nació el 07 de enero de 1988 en el caserío Terecay de la parroquia Cabruta, municipio Juan José Rondón del estado Guárico-Venezuela. Ha publicado con la editorial Afrodita su poema “Tu distancia” y con la editorial Goldeditorial el cuento “Anamelia desaparecida”. Es finalista del concurso “notas migratorias Cesar Vallejo” (Perú 2022) seleccionado para el próximo número de publicación de la revista Zur (Chile 2024), con el poema “Olvidar amando”. Tiene una recopilación de relatos en un libro que publicó este año en la plataforma Wattpad, titulado Relatos de luz de luna