Literatura
Narrativa /Reseña
junio 2021
Comentario sobre la novela “La brecha” de Mercedes Valdivieso por Juan Manuel Mancilla
“Dejé de pertenecerme por fuera y me amurallé por dentro”
Mercedes Valdivieso, La brecha.
En el contexto cultural de los 50’, así como hoy, en Chile predomina la directriz masculina y políticamente conservadora que cruza prácticamente todo los espectros y agentes de la sociedad. De esta manera, vemos que el rol de la mujer ha sido definido y enmarcado desde la mente patriarcal, donde los principales ejes establecidos tienden a construir y patentar una imagen de la mujer sujeta (prisionera) de los valores cristianos que impugnan cualquier posibilidad de desestabilizar los márgenes de su reducido espacio, entendido este último como el lugar del tránsito y desplazamiento: la casa, la ciudad, la iglesia, etc., pero por otra parte, también lo que está directamente relacionado con su espacio íntimo, en tanto su cuerpo como “objeto” expropiado y disponible para la voluntad y satisfacción masculina. Un cuerpo reprimido y confiscado, construido y privado de autonomía, prohibido de deseo y solamente dispuesto para continuar con los valores transmitidos por la iglesia, esto es, la creación ideal de una mujer hecha a imagen y semejanza de la virgen, cuya única misión (función) es la procreación y el cuidado de la (sagrada) familia.
Todos los elementos y rasgos expuestos anteriormente, podemos decir que son desestabilizados en la propuesta de Mercedes Valdivieso, ya que en La brecha (1961), tanto los patrones como los ejes claves del modelo patriarcal son puestos en tensión, y en el desarrollo del texto, van desarticulando cada uno sus principios, revelando de ellos su imposición arbitraria, a saber, las reglamentaciones referidas a la “idea” de mujer que la sociedad del contexto estima (o desestima) por modelo y donde unos de los problemas principalmente enfocados es el placer y el goce de su cuerpo.
Es en este último punto mencionado que quisiera detallar y exponer las ideas principales del ensayo. Algunas preguntas que guiarán esta reflexión son: ¿Quién narra?, ¿Desde qué posición cuenta?, ¿Cuál es la voz y qué expone?
Según las definiciones de la RAE para brecha:
1. f. Rotura o abertura irregular, especialmente en una pared o muralla.
2. f. Rotura de un frente de combate.
3. f. Resquicio por donde algo empieza a perder su seguridad. Hacer brecha en algo.
4. f. Herida, especialmente en la cabeza.
De la pluralidad de significados atribuibles a la palabra, privilegiamos la acepción primera que refiere “rotura o abertura irregular en una muralla”. En nuestra lectura, la brecha podría relacionarse con la salida de la voz de la protagonista a través de los muros tanto a nivel simbólico como el “muro social”, como así también a las barreras concretas del espacio físico, como lo es “la casa”. Una voz ya ni siquiera “femenina”, dado que esto ha sido definido desde lo patriarcal, sino una voz de mujer, una mujer que levanta la voz. A este respecto es importante señalar que al texto le antecede una suerte de epígrafe que señala: “El personaje de esta novela no tiene nombre”. Este gesto del decir lo interpretamos de la siguiente manera: carecer de nombre podría estar contraviniendo la idea cristiana del bautismo, es decir, se trata de alguien que no ha sido de-nominado, por lo tanto, no podría identificarse con nadie en específico pero paradójicamente podría ser todos y cualquiera a la vez. En este último sentido, también estaría desestabilizando la noción masculina de los principios de “identidad”; un(a) personaje que no tiene nombre ni señas de identificación. Por otra parte, el pequeño texto, también nos sugiere que al tratarse de cualquiera, brinda la posibilidad de romper la idea de individualización o sujeto(a), por lo tanto, con este gesto, la instancia narrativa se corporeiza in verbis como la representación de una totalidad: un personaje que cede la voz, que pone voz a todas quienes han sido acalladas por las imposiciones de la cultura patriarcal. No se trata de “ella” sino que de “todas la mujeres”.
Por lo tanto, en La brecha, la voz se fuga por los intersticios de los muros patronales del fundo o de la casa o del convento, y no sólo se trata de los sentimientos femeninos, sino también de su pensamiento, esto último, contraviniendo el sentido tradicional de las jerarquías bipolares, lo sentimental femenino se opone a lo racional masculino, guardando y reservando el espacio de la razón para el ejercicio masculino. Aquí nos hace mucho sentido también la acepción n° 4 de la RAE, que refiere “herida, especialmente de la cabeza”, y nos da fundamento para vincular al personaje con la diosa Atenea, la cual, precisamente nace de la rotura de la cabeza de Zeus y es venerada como la diosa de la razón.
Así, este personaje sin nombre propio pero con voz propia, viene a ser una instancia de reflexión respecto del rol, de las acciones y de las determinaciones a las cuales han sido sometidas las mujeres, en este sentido, la instancia narrativa nos propone una posible autonomía, una mujer no sujeta sino emancipada del reglamento que fija las leyes y deberes de la mujer en la sociedad y la tradición, la mujer que rompe las normas. Esta voz surge a través de esa “abertura irregular” referida en la otra definición.
Siguiendo con las posibilidades abiertas por el título dado a la obra, también está la utilizada en un sentido más general, “la brecha social”, como una fractura que evidencia que un grupo no es homogéneo, que indica distancias entre sus miembros, que expone la desigualdad. Por lo tanto, también se trata de una obra que intenta instalar la idea de inequidad social a la que ha sido sometida la mujer en el campo social, donde sus espacios de participación son absolutamente restringidos y cerrados. Ahí tenemos que los personajes transitan por lugares cerrados como la casa, el living, el dormitorio, la iglesia, el convento, o si se trata de la ciudad, siempre acompañada y vigilada por el marido o por otra instancia súper-vigilante, como la suegra del personaje protagónico.
Por lo tanto, vemos en la propuesta de Valdivieso un cambio de registro, específicamente en la voz: una primera persona, una yo mujer. No el yo tradicional relacionado con la voz de mando masculino, como la voz del vate, la voz del comando militar o la voz alta del padre, sino voz corporalmente producida y hecha de mujer, la que a nivel diegético se opone a la del principio mimético, en tanto representación imitativa de la realidad. En este sentido, la obra quebranta los principios de imitación del retrato masculino del poder, y es más bien una voz que se insubordina ante ese poder impuesto sobre ella(s).
Así, la narradora nos muestra imágenes que pretenden chocar y subvertir la construcción masculina de la mujer: desde el “Capítulo I”, ya se pueden observar las críticas que hace respecto de la antigua sociedad: el clericalismo, la imposición de deberes, la transa del matrimonio, la castidad, etc., son observados vía recuerdo y narrados desde una perspectiva no sólo crítica y provocadora, sino que audaz y contestaría también. En este sentido, emerge el tema tabú del sexo. La sexualidad es abordada y desbordada como instancia de goce, no solamente vista y consumada con la unilateralidad productiva y reproductiva del patriarcado (símil de la tierra o del fundo), sino como la posibilidad de experimentar el placer de la carne, la liberación del cuerpo en sus sensaciones “in crescendo” (18). A este respecto, valga la siguiente cita textual: “El miedo representado por el sexo y trasmitido como el pecado original desde antes de nacer. Sexo demonio ¿Por qué?” (18).
Observamos aquí un anticlericalismo, la puesta en duda o de plano el cuestionamiento sobre los mandamientos divinos y la administración eclesiástica del cuerpo de la mujer, eso que misteriosamente al inicio de la narración se señala como “el dedo en alto, guardián de la castidad de las niñas” (13). Gesto que se muestra insubordinado al mandato establecido en este otro fragmento textual: “Contrariamente a los cuchicheos de la hora de recreo en el colegio… Tras un ligero dolor, un atisbo de placer, el primero, in crescendo” (18), o en la escena de los celos, donde la personaje se permite traspasar las fronteras corporales y sociales al tocar y contactarse con otro cuerpo distinto del de su marido en una fiesta:
Bailé con un muchacho alto, que me gustó por su agilidad. Después de movernos disparatadamente un rato, pegó su cuerpo al mío con avidez. Conservé las apariencias manteniendo aparte la cabeza. Sentía dos ojos maritales sobre mí y resultaba divertido. La ropa de verano seguía siendo demasiado gruesa sobre la piel, los descubrimientos seguían siendo maravillosos. Acostumbrada a beber poco, había comenzado a beber licores dulces, los únicos posibles. Miré el rostro tostado de mi compañero, los labios sedientos de mi compañero.
¿Cómo sería el whisky?
Aquella noche, no bajamos a comer. Los celos enloquecieron a Gastón. Oí una y otra vez su gemido:
-¡Mía, mía, mía!
En este fragmento podemos observar la manera en que la personaje desestabiliza y pone en evidencia los ejes centrales del patriarcado, a través de la provocación (de celos) al marido, pero también en la posibilidad de la seducción con el otro cuerpo, rompiendo el espacio cercado de lo prohibido, el encuentro furtivo y placentero con el otro, en el baile, en la seducción y en la experiencia que libera los sentidos de las amarras de la razón (masculina). Los cuerpos (cueros-pieles) pegados, sintiendo y sintiéndose en el otro, dejándose llevar por los movimientos, por la embriaguez dulce del licor y desenado aún más traspasar fronteras, por ejemplo, queriendo experimentar la sensación del whisky, licor reservado solamente para el paladar masculino, por lo tanto, la personaje quiere romper eso a lo que ha sido “acostumbrada”, manipulada y adiestrada por el poder, por la voz de mando masculino. De este modo, la voz de ella(s) se superpone al dominio del marido e irónicamente se refiere a los gemidos del hombre que se la atribuye como propiedad: “mía”.
Es decir, con este gesto de insubordinación, la personaje comienza a patentar su poder, su emancipación del yugo patriarcal. Rompe las reglas de la imposición y juega con los sentimientos dominantes del otro, lo desnuda en su debilidad, le “golpea” donde más le duele, en el orgullo de la posesión, lo hace “enloquecer”, finalmente, lo domina, le invierte los polos de sus jerarquías, y ahora es él quien queda en el estado de sumisión ante la voz y el cuerpo de la mujer. Logra acortar y revertir la brecha anteriormente definida, logra borrar las reglas inscriptas e inaugura otras nuevas aberturas y espacios de fuga por donde puede transitar hacia su plena libertad.
En suma, contra los votos sagrados del matrimonio, contra la figura de la madre cristiana, pura, santa y virgen, destinada a salvaguardar la vida por una parte y prolongarla por otra, en la novela se concreta el desbaratamiento de una idea productiva y reproductiva de la mujer. El cuestionamiento ante la idea del “encuentro carnal”, nada más estipulado como un intercambio de bienes recíprocos y en la mejor instancia, con misión monogámica, progenitora y productiva.
Sobre el autor
Juan M Mancilla T. (Santiago 1980) Escritor y músico. Ha publicado Arca (Oxímoron, 2015, 2016), Baúl (Bordelibre, 2015) y Testamento (Bordelibre, 2017), libros que conforman el tríptico “Grabados”.
En el ámbito musical ha editado Latitud (2013) y hoy se encuentra preparando la publicación digital de todo su proyecto musical Cántaro, el cual, incluye un libro recopilatorio llamado Letras. En esta área también ha colaborado en proyectos audiovisuales y teatrales.