Literatura
Ensayo
marzo 2021
Acercamiento al Recienvenido que no cesa de recienvenir
por María Negro
Obsesionado por lograr que la muerte lo alcanzara con los ojos abiertos, Macedonio Fernández se sentó en su silla, y no volvió a despertar. Esta obsesión, que no era la única por supuesto, devenía del complejo artefacto que Macedonio construyó para sí mismo: la vida, la metafísica y la literatura como indisolubles, obra y pensamiento como íntima unidad.
Influenciado por sus lecturas filosóficas (donde podemos destacar a Herbert Spencer o William James), Macedonio comienza su trabajo de escritor desde un peldaño distinto para la literatura argentina de comienzos del siglo XX: la metafísica, ya no solo del pensamiento, sino del lenguaje, de la estructura literaria.
El desorden que supone su trabajo no es más que los dispositivos del saber y del poder que ejecuta para pensar, para cuestionarse, para ejercer la absoluta libertad de criterio.
“Téngase, pues presente que estamos escribiendo y estudiando; que rectificaremos sin dificultad cualquier afirmación de los primeros capítulos que al llegar a los últimos haya perdido nuestras simpatías, y también, que sabemos, en este momento, tan poco que ni aún podríamos decir si al fin sabremos algo irrefutable”1
El flujo del pensamiento puesto en el discurso es una de las primeras rupturas que propone su literatura, para articular con ella la actividad intelectual, el sentido común y la vida cotidiana en un universo anti-realista, atemporal, humano.
Se desentiende de las normas establecidas de cohesión y coherencia y obliga al lector (atento, para leer a Macedonio es necesario estar muy atento) a acompañarlo en el hilo de los tropiezos, los caminos erráticos e impredecibles del ejercicio de pensar, con recovecos cervantinos, simbólicos, poéticos, humorísticos (recuerda a Twain o Stern), formalistas, surrealistas y del absurdo.
Es así como su actividad creativa transforma en móvil la sintaxis del trabajo de escritor que escribe pensando, y lo lleva al límite que podría acompañar su obra: pensar, se piensa escribiendo.
Para Macedonio, la paradoja no es un tema a tratar, sino un método de trabajo.
Cada primer paso en la historia lleva consigo su carga. Macedonio es discutido, analizado, estudiado “hasta el devoto plagio”, ya no solo por sus contemporáneos sino por las generaciones posteriores que siguen debatiendo el cajón dónde acomodar la literatura de este muchacho:
“De ahí que las marcas de su presencia transgresora e irritante no tengan una parcela determinada, sino que intersectan los demás géneros en toda su extensión.” 2
Se lo “acusa” de híbrido, por no caber en el realismo ni en la vanguardia, cuando en realidad no es a través de la simetría de los géneros, sino en el cruce de todos ellos, donde Macedonio construye una maquinaria textual propia.
Un degenerado, en la literalidad de la palabra. Sus novelas abundan en prólogos que podrían ejecutarse como obras individuales o como parte de la novela que juegan a prologar. Sus cuentos observan con delicadeza poética los más complejos dilemas que la filosofía aún discute.
Macedonio se comporta como un portal, en el lenguaje y en el método en que ese lenguaje se ejecuta. Ha dicho Ricardo Piglia que la literatura argentina es Macedonio, y que el nuevo siglo (es decir, este siglo que transitamos, pandémico y disruptivo) iba a ser Macedoniano. No creo que haya faltado a la verdad, por lo menos en su observación del tiempo. Ese portal que abrió el escritor, no se comporta como un camino obligado, ni por la Academia, que seguirá estudiando los hilos del pensar escribiendo mientras obliga a sus alumnos a escribir con cada objetivo pensando, no. Ese portal acontece, con la misma naturalidad con la que el escritor operó sobre la palabra. Se llega a Macedonio por el camino de quienes dialogaron con su literatura (no tendríamos Tlön*, sin los derroteros de una metafísica fantaseada y una novela metafísica) o por casualidad, y sin importar cuál de los dos haya sido el responsable de nuestro acercamiento, lo cierto es que de Macedonio no se sale ileso. Cada criterio, aprendido con esfuerzo en la escolaridad, se desvanece y entonces, lo que nos queda ahí, es la literatura sana y salva, aparentemente desorientada pero solo para que esa apariencia nos maree como un licor hasta dejarnos el corazón encendido, y el deseo de creer que tras el portal de los juegos propuestos podremos encontrar más, si nos atrevemos a construirlo nosotros.
“Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.
Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.
Debió enseñársenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.
Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.” 3
Acercanos al recienvenido es acercarnos a la duda del todo.
El mareo conciencial recién comienza.
*Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius, Jorge Luis Borges