Literatura
Narrativa
octubre 2020
ETERNA CAMINATA
Cae una densa oscuridad en esta frágil noche rural. Respiro una tensa calma. Un silencio apaciguado retumba mis oídos. Las luces de los faroles titilan con un destello tenue y mortecino que alerta mis emociones. Traigo una manta que me acoge en el frío. Mi mente está confusa, no tengo noción de dónde estoy. Mis manos pesan, y siento mi cabeza palpitar pero no percibo dolor. Intento descifrar el entorno en el cual me encuentro. Es solo una calle que pareciera ser sempiterna, vacía por donde se mire. Avanzo lentamente por la vereda, la soledad se vuelve mi compañera en este confuso momento, pero de cierta manera, me hace sentir intranquilo. Mientras camino, a lo lejos distingo a una mujer de avanzada edad que con una rama, que usa como bastón, intenta caminar. La saludo y
trato de preguntarle sobre el paradero más cercano. Noto que hace caso omiso a mi pregunta y con unos ojos cristalinos, que quisieran desentrañar el cosmos, me pide ayuda pues no sabe cómo encontrar a su zorro. Me distraigo con una pequeña ave que pasa por el lugar.
−Mejor búsquelo de madrugada porque a estas horas se podría perder −le respondo con cautela, tratando de disimular cierto nerviosismo que me asalta en el instante.
−No puedo, joven, él es muy listo y sabe que si lo dejo de buscar se irá para siempre –agrega la mujer, enérgica y misteriosa. En seguida se retira del sitio.
Preferí continuar mi búsqueda, pues el frío se hacía cada vez más intenso. Divisé una banca en la esquina; al llegar ahí, noté que había abundante cabello encima de ella, tomé un mechón con curiosidad y noté que era de un color rojizo bermellón. De pronto, sentí a mi espalda algo pasar, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Había un cartel enorme, uno como nunca había visto, pero no logré descifrar lo que decía, puesto que las letras que conformaban el escrito eran diminutas. Estaba al otro lado de la calle. Al acercarme el mensaje se volvió cada vez más nítido: ¨Solo por hoy, la new vie en black. Única función. Teatro Buenos Aires.¨ me extrañó el hecho de no haber visto ningún teatro cerca, siquiera gente. Pienso que de seguro debe ser antiguo aquel cartel. Al mirar a mi izquierda me percaté que había un pequeño parque, sin saber qué más hacer me dirigí a ese lugar, se hallaba cercado, pero la puerta estaba abierta. Cuando ya estuve adentro, mis náuseas volvieron, de a poco más intensas pero aun así tolerables. Me recosté un segundo y cuando el dolor se disipo un ruido repentino azotó mi cabeza. Una parvada de aves salió volando del lugar. A menos de dos metros, en un arbusto, vi una cola rojiza que se movía al ritmo del viento, al ocultarse. Intenté levantarme y observar con recelo de lo que se trataba, pero cuando pude hacerlo no había nada. Una luz emergió detrás de un árbol, era muy potente, tanto que tuve que taparme los ojos para que no siguiera encandilándome, luego se apagó y un pequeño zumbido comenzó a sonar. Preferí retirarme del lugar.
Seguí mi camino y al cabo de unas cuadras, divisé un carro de venta de comida rápida, en donde sobre una pequeña mesa había una bandeja con comida y una bebida gaseosa, sin servirse. Decidí tomarlas y en su lugar, dejar unas monedas; aun cuando no había nadie vendiendo. Ni en ese local ni en los otros contiguos a éste. Me senté en la acera para comer, tenía mucho hambre. Tras el primer bocado algo llamó mi atención, pues la comida no tenía sabor. Comí uno tras otro y nada, hasta que se acabaron. Pero mi hambre persistía. Boté las envolturas al basurero, sin fondo, por lo visto negro como el cielo.
Tras veinte minutos de caminata, por fin encontré la parada de buses, al aproximarme al lugar distingo a la misma anciana del zorro. Se hallaba postrada, cubierta por lo que parecía ser una manta destrozada y manchada. De inmediato, corrí a socorrerla pero cuando la destapé quedé perplejo al descubrir que en realidad era un zorro el que ahí agonizaba. El animal me observaba clavándome una mirada de autocompasión con los ojos inyectados en sangre. De pronto mi mente se transformó en un torbellino y empezó a nublarse; al igual que mis ojos que veían todo difuminado. Mientras a lo lejos unas potentes luces, que ahora sí encandilaron aún más mi mirada, venían directo y a toda velocidad hacia mí. Entonces, todo se volvió oscuro. A mi cuerpo lo invadió un dolor intenso, sentí que me desgarraban la pierna, mi cara se anestesiaba, y mi visión se desvanecía. Ya casi no respiraba. Me vi tirado en el piso y con las ultimas fuerzas que me quedaban me cubrí con mi abrigo. No sin angustiarme, ignoraba qué me estaba sucediendo. Sentí unas pisadas cerca de mí, cuyo calzado me resulto muy familiar. Mi sombra moribunda me había destapado. Lo que había en verdad ahí, tumbado en el suelo ensangrentado, vaciado de espíritu, era el cuerpo desvencijado de un joven. Ese joven era yo.
Autor cuento: Matías Tapia Oliva.
Habitante de la sexta región, de Lolol
Edad: 19 años
Alumno de Taller de Escritura Creativa impartido por el cineasta y escritor José Guerrero Urzúa