Literatura
Poesía
Septiembre 2020
Poemas de Augusto Rubio Acosta
(Perú)
Aprendizaje
Como los pescadores
pudriéndose en las bolicheras
las madrugadas que no hay pesca
y es imposible hacerse a la mar
aprendí a vivir en el infierno como si nada sin parpadear y sin descanso
sin pensar en la angustia de hablar solo
de contar o aparentar contarlo
apagando el fuego en mi cabeza
la obsesiva idea de tener ideas siempre
de prolongarme en las mismas
durante el sueño o cuando estoy despierto la implacable energía con que apuñalo la almohada
íntima y distante
donde habita mi voz.
Como en las cartas que he escrito
en los daguerrotipos que he olvidado en las playas
en los mares que he navegado
aprendí a permitirme el derecho a hablar
a revisar sin ambages la vida larga y angosta que he tenido
las patrañas y comedias de neurólogos atormentados
presos de su futuro
incapaces de descifrar la estrategia
con que me oculto en primera persona
vieja y efectiva arma para la única posibilidad
de transferir las ideas de mi cabeza a mis aurículas
y de ahí a mis pulmones.
Como los pescadores
habitando embarcaderos sin edad envejeciendo en las chalanas enmohecidas por la brisa
y la juventud eterna
aprendí a vigilar mi casa desde el océano
a escribir poesía en los velorios y en las huelgas
a coleccionar indignación y desapegos
a respirar hondo y a lanzar mi voz
o morir para siempre
a arder y levantarme al compás de las corrientes
con el desborde de los amaneceres
a abrazar a mi pequeña amada y recordar
lo que nunca se olvida.
Un poema en el camino
Pregunté a los ancianos por tu rastro en los relámpagos
por tu infancia en las orillas de los cerros los arcoíris las acequias
los ríos y sus furias
mencionaron nombres desconocidos petrificados en el silencio
y la oscuridad de las montañas
en el aullar de las guitarras
y en el canto de los gallos
en las raíces de las plantas
emergiendo de las calaveras de los muertos en Guayabito y Tres Cruces
en la quietud de La Soledad
Pregunté a los niños que estornudaban en la plaza
a las mujeres amamantando a sus hijos entre los adobes y los valses de una pálida luna
nadie me dio razón de tu sombra
en el pueblo y las parcelas
milenario es el olvido
como la desesperación de los árboles
los delantales desteñidos que las mujeres flamean al sol
como el murmullo de los niños y el llanto de los viejos
la amargura de campesinos y maestros
en las chinganas frente a la escuela
milenaria es la nostalgia en los pétalos marchitos
y la oquedad de los recuerdos
como la sombra ante los cerros
y en los ojos vidriosos de los pájaros
Me alimenté del sol y los atardeceres
de las noches en el horizonte
y de las plantas silvestres creciendo
en las lomas del camino
los días que te buscaba
el sentido de la vida y la incertidumbre
de no saber en qué propiedad de las afueras doblar
me ahogaba la mirada en las neblinas
ante el hervor del agua en los tachos viejos frente el afiche de la fiesta de la Virgen
o ante las trenzas de las niñas pequeñas camino a la escuela que decidí fotografiar
intentando en vano llevarme tu semilla arrancarle el estrépito a tu esencia
las hojas secas de tu historia
Fue así que me uní
de alguna forma y para siempre a los caminos
al cielo a los puentes y al río
en cada partícula de eternidad
en la sangre derramada de mis palabras
va el sol llameante de tu origen hundiéndose en el horizonte
mi corazón es desde entonces esa aldea remota
donde ladran los perros y me pican los zancudos
donde nunca ha de apagarse la luz
del incendio de la espera y del desborde
de los fuegos fatuos del destino.
Lovesong
Yo tenía cuarenta y tres cuando me asomaba
al mar de Huanchaco
a ver la muerte del sol
a veces me dormía de cansancio en la Biblioteca
hasta la hora de cierre
almorzaba lo que sea en una fonda del parque Cusco
y nunca desayunaba
en las noches le echaba una copa
en el café de Independencia que se llevó el río
intentando entender lo que ocurría en el mundo
para tomar buenas decisiones
el mar nunca me abrazaba por entonces
como tampoco a los que nada sueñan
el viejo muelle era un llamado insistente cada noche
a la contemplación infinita
Me asomaba al océano como los ciegos
pálidos de tantos colores
mis ideas nebulosas
(efímeras y erróneas)
agonizaban siempre en los papeles del escritorio
en la ruta silenciosa de la historia humana
en el azar y en la palabra perdida
en la vida de cada palabra
en la palabra de cada existencia
Yo tenía cuarenta y tres
cuando una barca se amarró a las bases
que sostienen el muelle a su lecho acuático
la edad de los pueblos tristes
sin bandera y sin himno
los años imposibles de quien escribe cartas en el desierto
y empieza a conocer las propiedades analgésicas y astringentes
de las raíces
de los arbustos silvestres provenientes de los bosques lluviosos
tenía la edad de quien no sabe para qué o cuándo
el tiempo hace marcas sobre uno
aniquilando la visión intemporal de la nostalgia
y permitiendo el florecer de los helechos después de las tormentas
tenía los años los modos de pensar
las prácticas culturales y sociales
de quienes interpretan las sociedades prehispánicas
mascando un chicle globo y reventándolo con el alma
con que los niños y las niñas desobedientes
entienden la belleza y la más radical pluralidad
tenía cuarenta y tres y me asomaba al mar de Huanchaco
Las Delicias Puerto Morín o La Bocana
porque total: el sol y mis nebulosas ideas ya no importaban
habías llegado Azucena con tus rosas
para hacerme entender que en esta región de la vida
se acurruca la palabra se encienden los candiles
se escucha tu música y nos habita la alegría
de una vida de utopías rebeldía y entrega.
Traspapelada imagen de la lluvia
A la cuna donde duerme
al viento que la impulsa por las calles
las tardes de cuarentena
en que va en busca de croquetas y antibióticos
para las infecciones y las tripas de Perla
que se echa una siesta
pensando en las flemas
y en su terco corazón
aviento estas líneas en papel de despacho
para que al tanteo de las noches y presagios
a la hora de la sangre avivando la lumbre
la envuelva el sosiego de la memoria
el hormigueo de la alegría en las guitarras sordas
los fogonazos de la historia
la garúa
un poquito de mí
¿Qué has hecho con el paisaje ciego
de los pantanos purulentos
con las calles polvorientas y cenagosas
de los barrios rumorosos
con callejones y quintas
donde cada tanto amanecí
asesinado a manos de malhechores y fumones
de policías y cachacos réprobos
que aparecen en las noticias de la pandemia
económica y neoliberal
en los periódicos del gobierno
con que se envuelve el pescado
en las esquinas donde mean gatos y declamadores
burócratas y comerciantes
del paseo peatonal?
¿Qué has hecho con el dolor en mis ojos
cuando el sol golpea
con el rastro de la muerte
el recuerdo de la tos y de las fiebres
en las canciones perdidas
con las cicatrices ancestrales medievales y postmodernas
y con mis huesos en el camino
que nadie pudo encontrar?
A la cuna donde duerme
donde patea y donde sueña
con cabezas de carnero
cataplasmas sábilas y ajicitos
aviento esta fotografía
del mar de Buenos Aires
extensión inconfundible
de nuestras puestas de sol
de viajar por el claroscuro de la lluvia
y del cielo nublado
en busca de nuevos augurios
aviento esta historia traspapelada
en mi esperanza
mi alegría
yacones maticos y copaibas
un poquito de ti.
Subita morte
Muero hoy sin haber vivido
sembrado
sin haber encendido
las fogatas en la noche
muero en las nubes
[donde siempre he estado]
con mis sueños y lágrimas
mis ataditos de muña
las flores de cúrcuma
que recogí en el camino
Muero a esta hora
porque le temo a la filosofía
mis escasas alegrías
son fósforo y silencio
fuego para este cadáver que hoy se pudre
exhausto de tanta vida
[tamaña ilusión]
de tanta espera.
Augusto Rubio Acosta es escritor, gestor cultural y comunicador social egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado tres libros de poesía, dos plaquetas del mismo género y cinco libros de narrativa, entre ellos su novela Fraga [2015] y La peste que te habita [2020], diarios de pandemia de reciente publicación. Actualmente, el autor trabaja en la escritura de un nuevo libro de poemas.