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septiembre 2020
EL CHICHO: COMPAÑERO PRESIDENTE
Desde la instalación en el poder del dictador, para el golpe de Estado de 1973, la mayoría de los chilenos, que hemos cruzado las décadas más combativas y más heroicas de nuestro pueblo; no hemos podido evitar sentir vergüenza ajena, de los sucesivos primeros mandatarios que, algunos por ambición personal, como Patricio Aylwin; otros por un servilismo rastrero al imperialismo, como Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet; y otro aún peor, por su narcisismo extremo, su avaricia y su afán desmedido de poder, como Sebastián Piñera; representan desde entonces para el Chile actual, lo más mediocre que ha tenido nuestro país como Presidentes (tas) y estadistas.
Pablo Neruda lo dijo una vez, José Manuel Balmaceda y Salvador Allende, son hasta este momento de la historia política de nuestro país, los mejores presidentes que ha tenido Chile, y ambos, realmente dignatarios, por su autoridad política y moral, por su prestigio y legitimidad y por la honorabilidad con que ejercieron su alto cargo; fueron capaces de ofrendar su vida por nuestro Chile y por el proyecto de justicia social que encarnaron.
Creemos que hemos instalado, el cotejo obligado para en esta oportunidad, referirnos con la responsabilidad y el compromiso revolucionario que supone, a la figura del compañero Presidente Salvador Allende Gossen. Hacerlo -lo sabemos- es una tarea delicada y que comporta la necesaria humildad para entender que nuestra pluma, cumplirá un desafío enorme para cubrir con nuestras limitaciones y con nuestras palabras, la estatura histórica de su ejemplo como el apóstol del pueblo que el representó. Sin temor a construir una semblanza oportunista, idílica y a histórica, hemos tomado la decisión de escribir de él, desde la única significación política, social y económica que estableció como el claro cimiento de su compromiso claro y pristino, desde que iniciara su camino por casi mas de 30 años, como el candidato de la clase obrera y el pueblo. Lo decimos así, porque en su itinerario, en su esforzado camino hacia el socialismo; no hubo dobleces, no hubo vacilación, no hubo traición y entonces su pueblo lo elevo a la Moneda.
LAS 40 MEDIDAS: LO MAS CONCRETO, LO MAS HISTÓRICO
Salvador Allende, fue estudioso de la realidad nacional y mundial, atendió con rigor científico los antagonismos y contradicciones que expresaba la lucha de clases; pero, no fue simplemente una mirada intelectual y distante, ya desde hacía muchos años, el “Chicho” Allende recorría los distintos frentes sociales y con cercanía y empatía se enteraba de la realidad que vivián los trabajadores y los sectores populares en Chile. Ese conocimiento de los dramas sociales y económicos que vivía el pueblo, lo acompañaba como una referencia clara de los problemas que se tenían que resolver en un país cruzado por enormes brechas de desigualdades e injusticias.
Su acción y lucha como líder estudiantil primero, como médico después, como ministro de salud en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda y ya como un Senador de la república posteriormente, lo muestran como una personalidad comprometida en profundidad con los anhelos e intereses de las clases oprimidas y explotadas. No era un ejercicio electoral lo que obligaba al parlamentario a estar en medio de las penurias y pobrezas del pueblo, era su responsabilidad y deber como representante de ese pueblo, el que lo obligaba a llegar a las faenas laborales, a las poblaciones, a las universidades y más aún, acudir al centro trágico y doloroso de las masacres que desataba el poder burgués con las instituciones represivas de ese mismo Estado. Concurrió y llegó a donde se derramó sangre obrera y popular. Cuestiono y condenó con fuerza y claridad la acción asesina de los gobiernos y pidió castigo para los culpables y justicia para las víctimas de estos crímenes de estado. Estuvo en el mineral del Salvador y en Pampa Irigoyen en Puerto Montt, condoliéndose con el pueblo en esas horas de dolor. Esos hechos, no menores en la conciencia de clase de los obreros, pobladores y campesinos, estuvieron como el fundamento y la justificación de un programa de justicia social, que se hacia necesario en el escenario nacional de la lucha de clases. Los diagnósticos de las primeras décadas del siglo pasado, estaban hechos. La crisis del sistema y el fracaso del modelo económico eran más que evidente, del mismo modo la conciencia de clase se desarrollaba y el descontento de las masas se expresaba como un alza incontenible de movilizaciones por los derechos del pueblo. Los estudiantes secundarios y universitarios, los obreros, campesinos y los pobladores de las masivas marchas pasaron incorporar en sus luchas la acción directa de masas y comenzaron a multiplicarse como una tendencia insurgente, las tomas. La clase obrera y el pueblo hacían práctica la consigna de que sólo “la lucha da lo que la ley niega”. Las necesidades básicas como la alimentación, la vivienda, el trabajo, los salarios justos, la educación y el desarrollo cultural, la salud, la libertad de expresión, en fin, toda una dimensión democratizadora de la sociedad, se plasma en el Programa de las 40 medidas de la coalición de partidos de la Unidad popular que abanderaba Salvador Allende. De este programa sus hitos más emblemáticos fueron la Nacionalización del Cobre y de las riquezas básicas, la Reforma Agraria real y efectiva y el Medio Litro de leche para todos los niños de Chile.
UNA ATMÓSFERA DE PROTAGONISMO POPULAR
El triunfo de la Unidad Popular con Salvador Allende como su líder indiscutible, se puede desdoblar a imágenes que con legitimidad podemos asociar a este líder que había ganado con creces la mente y el corazón de los pobres de Chile. Salió a celebrar ese triunfo en las calles de las poblaciones y campamentos, en los campamentos mineros, en los pasajes interiores de las industrias y fabricas, en las caletas de los pescadores artesanales, en los caminos rurales, en los liceos, en los campus universitarios, en las avenidas y por cierto en la Alameda del centro de Santiago donde desde la sede de la FECH, el ya elegido Presidente de Chile, dirige su discurso al pueblo que lo eligió para conducir el proceso de cambios que Chile necesitaba con urgencia.
La cocina de leña o a parafina, el jarro enlozado con saltaduras, la carencia de loza, de vajilla, de muebles, no conocer un juego de comedor, un juego de living, un aparador. Las “viviendas” hechas de trozos de madera, cartones, calaminas y con techos de fonolitas que permitían aguantar algún tiempo las lluvias. Vestimentas que cubrían la desnudez pero que no cubrían del frío, los alimentos, productos muy escasos en los hogares de los populares, aún en la de aquellos que trabajaban y tenían por suerte un ingreso regular. Se era pobre, muy pobre, con parches que no decoraban la vestimenta, tapaban la rotura de la ropa, con remiendos que pretendían restaurar su utilidad, con pitas o suspensores desgastados sujetando los pantalones; se era dolorosamente pobre, muchas veces hasta el llanto o la rabia. Salvador Allende llegó y conoció esos espacios de la miseria y se inclinó respetuosamente ante esa realidad que lo conmovió y que -como se diría en el lenguaje de la teología de la liberación- lo interpelo y lo convirtió a la causa de ese heroico pueblo, que tanto batallaba sin descanso contra esas seculares deprivaciones.
Aparecía la imagen del compañero Presidente, en los diarios, en las revistas, en los semanarios, los que tenían televisores podían verlo en la pantalla. Un rostro siempre sereno, siempre seguro, una postura de certeza, de confianza, de control de los hechos. No había arrogancia en su discurso, había inteligencia; no había soberbia, había sabiduría y espíritu honesto y limpio. El pueblo estaba sobradamente orgulloso de su presidente, orgulloso de su representante histórico, confiaron en su proyecto, confiaron en su palabra, “confianza que depositaron en un hombre que sólo fue interprete de grandes anhelos de justicia…” como lo dijera con sus propias palabras. Y ese anhelo de justicia fue cobrando forma como protagonismo popular.
La reforma universitaria de los años 60, consolidaba en las universidades estatales la triestamentalidad y proyectaba hacia la sociedad inéditos esfuerzos de extensión que acercaron el ámbito académico al mundo del trabajo y viceversa, como resultado de esta concepción de universidad surgieron por todo el país las “Escuelas de Temporada”, “los trabajos voluntarios” y una cantidad extraordinarias de iniciativas, que contribuyeron a articular el quehacer intelectual con el manual, configurándose de esta forma una revalorización y resignificación del trabajo manual ante los ojos de los estudiantes y los académicos e intelectuales en general. El traslado de retazos de la ciencia y del conocimiento a los espacios del campo obrero y popular, crea favorables condiciones culturales para la masificación de la organización artístico-cultural de los trabajadores y sectores del pueblo. En las fabricas e industrias, en los sectores reformados del campo, en las poblaciones y campamentos, en los hospitales, en las universidades, nacieron por doquier grupos excelentes de teatro aficionados, organizados nacionalmente en la Asociación de Teatro aficionados de Chile (ANTACH) y como resultado del compromiso político del personal del Departamento de Extensión y Comunicaciones de la Universidad Católica. El Departamento Universitario Obrero-Campesino (DUOC) fue otra expresión de esta atmósfera de conciencia que alcanzaba también instituciones privadas y que abogaba por una sociedad nueva y más justa.
En el campo se multiplicaba la sindicalización campesina y se demandaba ampliar la expropiación de fundos con 40 hectáreas de riego básico. Se consideraba insuficiente la Reforma iniciada y el campesinado con mayores niveles de conciencia aspiraba al desmantelamiento definitivo del latifundio en el país.
Una situación similar a la señalada en el párrafo anterior, ocurría con el mundo industrial y fabril, también los obreros aspiraban a un control obrero extendido en la producción, la distribución y el consumo. Este sello de radicalización de los trabajadores fue ganando concreción en la organización de los Cordones Industriales concebidos como gérmenes de poder popular que exigían ampliar el “Área Social” de la economía, planteando la expropiación de las industrias con mayor bienes de capital y que en ese entonces constituían la reserva económica más importante de la gran burguesía industrial.
La clásica “Alianza Obrero-Estudiantil”, en ese periodo estaba permeada por dos discursos antagónicos: los débiles discursos de la derecha reaccionaria y el social-cristianismo en ese entonces con una impronta anticomunista, con la típica acusación del control de las mentes por parte del marxismo. En la otra posición estaba el proyecto gubernamental de la Escuela Nacional Unificada, que en lo central buscaba la cancelación histórica de actos y contenidos segregadores y clasista de la metodología y pedagogía de carácter burgués. El estudiantado que se asumía como un sector auxiliar de la clase obrera había optado por una lucha resueltamente revolucionaria por una educación al servicio del pueblo y de carácter integral persiguiendo acortar progresivamente la brecha entre el trabajo manual y el trabajo intelectual.
El mundo poblacional y de los campamentos, desarrollo sus niveles de conciencia elaborando sus propias plataformas de lucha y de derechos, para ganar una idea de dignificación social, incluyendo en sus demandas el concepto de “espacio vital”. Incorporó en su dinámica las tomas de terreno, la autodefensa popular, las milicias y fueron forjando una concepción de justicia popular ejercitando formas de tribunales populares. Su mayor desarrollo organizativo se expreso en las Juntas de Abastecimientos y Control de Precios (JAP) que a pesar de ser puestas bajo un marco legal con el Decreto con Fuerza de Ley N° 2 de la Dirección Nacional de Comercio (DIRINCO), cumplió ampliamente como un verdadero órgano de poder popular, en la medida que pudo, en un contexto de mercado negro, especulación, acaparamiento y desabastecimiento ocasionado por la burguesía, asegurar y garantizar la alimentación en las poblaciones, asumiendo tareas de control, distribución y en caso extremos la requisición de productos a la burguesía ligada al comercio de alimentos de primera necesidad.
De manera sucinta enumeramos hechos, vivenciados por todo un pueblo, que sabía con una profunda convicción, que allá en la moneda había un hombre que desató nudos importantes de la historia y devolvió al pueblo la confianza en su fuerza y en su poder, como así mismo, la seguridad en la justeza de su causa. A pesar de la ofensiva patronal, de la complicidad de un mando militar golpista rastrero y cobarde y de un imperialismo enemigo de la humanidad; Allende, que confeso públicamente a los suyos, no tener vocación de mártir; ese día 11 de septiembre de 1973, llegó a la Moneda ocupó su puesto de combate y en medio del fuego y del humo proclamo: “Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo…Superaran otros hombres este momento gris y amargo…Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas…”
Solo las grandes figuras pueden llegar a ser una inflexión en la historia, Allende fue una inflexión, quizás la más importante en la historia de Chile.
Los ya nombrados y nombrada y otros, son simples figurines.
Comité por la Recuperación del ex Cuartel Borgoño
Chile, Junio 21 del 2020