Literatura
Narrativa / Cuento
agosto, 2020
La vida es eterna en cinco minutos, un cuento que invita a reflexionar sobre la memoria
de Sebastián Alvarado Fuentes
Las paredes y el piso son blancos. El entorno es pálido, excepto por una mesa negra en la que están dos personas sentadas: un hombre muy joven y una mujer muy vieja. El hombre contempla una pantalla de televisión adherida a uno de los muros. La mujer ostenta unos ojos perdidos que casi no parpadean, los que apuntan a un punto muerto. Ninguno de los dos se mira, nunca.
La memoria abre sus piernas y los recuerdos manan como sangre menstruada, el pasado se vierte y abarca el oscuro espacio de la mente. Los sentimientos aguardan, lo hacen como perros hambrientos que esperan comer gracias a la imagen, a las imágenes, a la explosión inevitable de ellas.
Manuel juega con una niña pequeña, Amanda lo ayuda, entre ambos la entretienen. La niña está contenta, su boca es alegre, es como si la expresión de su felicidad quisiera rebelarse y escapar de sus contornos, de los límites de su rostro. Manuel se comunica con Amanda a través de su lenguaje corporal y ella le responde, lo hace con el potencial que le permite su juventud, que le permite una historia marcada por las inseguridades, las que cree que pronto no existirán, que no importarán.
Manuel acaricia el vientre de Amanda mientras ella acaricia su anillo, luego se hinca y abraza a la niña. Estrecha su mano y la guía por la vereda. La pequeña cree que nunca estará sola. Sin embargo, el hombre es invadido por una repentina ansiedad y se detiene. Las palpitaciones se descontrolan. Manuel le da un beso a la pequeña en la frente, uno que en su ínfima duración es tan intenso que sobrepasa las dimensiones paternales, las dimensiones individuales: con sus labios expresa a la humanidad. Se escuchan tiros, una ráfaga de balazos corta el aire y el pecho de Manuel es destrozado. Las balas lo acribillan y la sangre se derrama sobre la niña, sobre su frente, cayendo en el mismo lugar donde se depositó el beso. Amanda grita “¡MANUEL! ¡MANUEL! ¡MANUEL!”
Las imágenes se confunden, los sentimientos se multiplican y se comen al cuerpo. El pasado abre sus brazos y expande su alcance, el pasado corre y enturbia al presente. La conciencia se nubla y la historia prevalece.
Las paredes y el piso son blancos. El entorno es pálido, excepto por una mesa negra en la que están dos personas sentadas: un hombre muy joven y una mujer muy vieja. El hombre contempla una pantalla de televisión adherida a uno de los muros. La mujer ostenta unos ojos perdidos que casi no parpadean, los que apuntan a un punto muerto. Ninguno de los dos se mira, nunca.
La mujer despierta y encendida grita:
—¡MANUEL! ¡MANUEL! ¡MANUEL!
—¡Ya, para, mamá!
—¡Manuel! ¡Lo mataron! ¡Los milicos lo mataron! ¡Asesinos! ¿Por qué no me mataron a mí? ¡Asesinos! ¡Manuel! ¿Qué te hicieron?
—¡Siempre quejándote por lo mismo, mamá! Córtala, eso pasó hace mucho tiempo y a nadie le importa.
La mujer retorna a su apariencia previa y al silencio. El hombre continúa mirando a la pantalla, concentrado, y después de dos horas una lágrima se asoma por su ojo izquierdo. Una escena lo conmueve y llora, una sobre un perro que muere esperando a su dueño en Norteamérica.
*Este cuento obtuvo Mención Honrosa en el I Concurso de Narrativas y Visuales de la Memoria de la Comisión de Memoria y DDHH de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
Sebastián Alvarado Fuentes (Santiago de Chile, 1989). Licenciado en Lingüística y Literatura con mención en Literatura en la Universidad de Chile. En la actualidad cursa el Programa de Formación Pedagógica de la Universidad Católica. Administra el blog de difusión literaria: http://mataralbuda.wordpress.com, y el portal de ensayos: http://mipostura.wordpress.com.