Literatura
Narrativa
septiembre 2024
El matrimonio
por Silvia Frank
Todo iba bien hasta que bajó la vista y vio su jardín lleno de esos asquerosos arrastrándose. Nunca le habían parecido amistosos ni tiernos, aunque llevaran su “casita a cuestas”. Le daba asco esa baba que desprendían a su paso y se horrorizaba con la forma en la que devoraban las plantas. Así encontró todo, muerto. Las bestias trabajaron durante toda la noche con el fin de arruinar la vida de Marta.
Corrió desesperada hasta la cocina y buscó la sal gruesa, hirvió unos huevos, les sacó su cáscara y también los esparció por el jardín.
Sintió que nada haría efecto, prendió la computadora y se puso a buscar información sobre cómo matar caracoles y leyó la palabra Metaldehído. Volvió de la ferretería con una botella grande de aquel veneno. Decidió colocar menos dosis en una botella chica para que fuese más fácil rociarlo entre las plantas.
Encontró una botella de edulcorante que había descartado en la bolsa de residuos, colocó el líquido con satisfacción, sintiendo que su vida tal vez no estaba del todo arruinada.
Marta escuchó la puerta. Pedro llegaba del trabajo. No se había dado cuenta que ya era el mediodía.
- ¡Hola mi amor! Llegué…
- ¿Qué hacés tan temprano acá, Pedro?
- ¿Tan temprano?, son las doce.
- Ah, no me di cuenta. Tomate un mate, recién lo preparé.
- Mate, mmmm bueno. ¿Qué hiciste de comer?
- ¿Nada, no ibas a traer algo de la rotisería?
- No me dijiste nada
- Sí, te dije que iba a estar en el jardín.
- Pero no me dijiste que traiga comida. ¿Y estuviste toda la mañana en el jardín?
- Tomá otro mate. Sí, tuve un problema.
- ¿Qué problema? Vos siempre encontrás excusas para no cocinar. Me tenés harto.
Marta había leído que la aparición de caracoles representaba la paciencia.
Pedro seguía maldiciendo a Marta y su falta de amor por la cocina.
- Nunca cocinás nada y si lo hacés no te sale la comida rica, no tiene sabor. Sos un desastre.
- ¿Y por qué no te cocinás vos? ¿Qué soy yo acá? ¿Tu sirvienta?
- Ese es tu papel en esta casa desde que nos casamos, Marta.
Los mates iban y venían de mano en mano.
A Marta se le llenaron los ojos de lágrimas, de bronca, de un casi odio hacía ese hombre que tenía enfrente.
El mate siguiente no iba con azúcar. No era su turno de tomarlo, era el de Pedro. Y con los ojos vidriosos tomó la botellita que hacía un rato había estado en sus manos.