Literatura
Narrativa
septiembre 2024
CUCHILLOS
por Eduardo Zvetelman
1
Lo filman mientras cocina.
El sobrevalorado ambiente gastronómico dice que es uno de los jóvenes e innovadores chefs del momento y muestra, orgulloso, su técnica y sus recetas.
La cocina de utilería que armaron en el estudio se ve impecable. Lo único que trajo de su restó para la filmación es su juego de cuchillos sueco, uno de sus mayores orgullos en cuanto a equipamiento se refiere.
Y cuando sabe que el primer plano está sobre sus manos, se esmera en manejar el cuchillo como si de un fino pincel se tratara. Lo mueve con velocidad y destreza y va fileteando un salmón rosado de buen tamaño en fetas asombrosamente iguales.
El tropezón de una asistente de producción fue suficiente para hacer caer un pie de iluminación y generar un estruendo tal que lo hizo desconcentrar, y su dedo índice de la mano izquierda recibió un tajo preciso y contundente.
Por suerte, el director había ponchado la cámara unos segundos antes y la saborizada ilusión de la sibarita audiencia no llegó a verse enrojecida como el salmón a punto de cocción, sellado con una falange que dejó el chef, a modo de toque único y personal.
2
Claudia vive en una zona de chacras, cerca de Cañuelas. Tiene 62 años y hace ocho que está sola. Su marido, veterinario, había comprado esa hermosa casona diez meses antes de la muerte súbita. Desde entonces, ella decidió que ése sería su lugar. Disfrutaba de los amplios parques de añosas arboledas y solía pasar horas sentada a la vera de un ciprés jugando, con el cuchillo preferido de su marido, a tallar trozos de leña, o ramas cuya forma le parecían originales.
Casi sin percibirlo, había desarrollado la habilidad del tallado, y disfrutaba de ello. La mantenía en calma, le permitía estar al aire libre, sin importar la estación del año.
Por alguna razón indescifrable, jamás lo hacía dentro de su casa. Sentarse en el pasto, con la espalda apoyada en el tronco del árbol y sentir los aromas que el aire del lugar le obsequiaba mientras horadaba con el filo las diferentes pieles de la madera, la hacía creerse feliz.
Un día, mientras descansaba un rato de su trabajo, en lugar de apoyar el cuchillo sobre la madera, como hacía siempre, de modo instintivo y con cierta violencia, lo tomó con su mano derecha y lo clavó en la tierra, a no más de cincuenta centímetros de su muslo. Se quedó mirando el cuchillo enterrado y, además de asombro por lo que había hecho, sintió algo en su cuerpo que, al igual que el frío y filoso acero, rompía la comunión con el lugar.
Intentó sacar su herramienta de su nueva y terrosa funda. No pudo.
Probó haciendo más y más fuerza pero el cuchillo, como si dispusiera de voluntad y raciocinio, había decidido quedarse allí, mientras la copa del árbol que le daba cobijo se movía agitada por un viento fuerte y repentino.
Sin levantarse del lugar, Claudia miró su chacra, sus árboles, la madera en la que estaba trabajando y el mango, con su filo caprichosamente enterrado.
Sólo el viento se mantuvo vivo.
De afuera vienen los fríos, Linda y Fatal Ediciones, Buenos Aires (2024)