Literatura
Reseña
mayo 2024
Reseña literaria: la canción del irlandés
por Guido Schiappacasse
En mi época estudiantil, allá por séptimo de humanidades, mi padre me llevó un domingo, día festivo como cualquier otro, a caminar sin un rumbo preestablecido. Sin embargo, nuestros pasos nos condujeron a una librería casi oculta, en un barrio añoso del viejo puerto… Cosa extraña, el recinto estaba abierto y su dueño, don Jaime, amigo de mi padre, nos esperaba para mostrarnos sus nuevas adquisiciones. La librería tenía un aroma a vetusto, casi misterioso, entremezclado con almizcle, algo de polvo y el perfume de la novedad bien escondida. Empapado de ese curioso elixir salí del recinto en compañía de mi progenitor, habíamos adquirido un libro de cuentos de un tal Oscar Wilde.
Hoy, siendo ya un adulto cercano al cenit, retomo el mamotreto y me siento en la plaza de mi barrio; los niños revolotean cubiertos con gorros multicolores, variopintos abrigos y bufandas al viento, las ocres hojas ya caen de los árboles y el cielo argentado me recuerda la estación otoñal que se hace presente, solo para que un recuerdo me invada casi por completo. Un sentimiento dulce, suave y violento y voraz a la vez que amalgama y modela el alma de todo ser humano que alguna vez ha vivido… El amor y solo este es lo que da sentido a la vida; y si por algún motivo no se ha experimentado tamaña emoción, el ser humano no puede pretender comprenderse a sí mismo. Bueno, aquello es lo que dice el Dante1 de dicho sentir. Y así, mares de tinta se han escrito sobre el amor desde ese entonces y desde un pretérito aún más remoto, basta con guardar silencio y escuchar a Ovidio2:
«Acudid a mis lecciones, jóvenes burlados que encontrasteis en el amor tristísimos desencantos. Yo os enseñaré a sanar de vuestras dolencias…»3.
Pero, os juro que no he de caer en la resistencia intelecto racional que algunos le tienen a la literatura romántica, considerándola un arte menor y de valía cuestionable, como es el caso del connotadísimo sociólogo y comunicador chileno, don Fernando Villegas4. Es más, tal es mi empecinamiento que hoy me abocaré en plenitud a recomendar cuentos románticos.
Al respecto, el Romanticismo es un movimiento cultural, artístico y literario que vio la luz en Alemania y el Reino Unido a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en respuesta a la razón ilustrada5. Este movimiento se caracterizó por valorar sobre todo el sentimiento, la inspiración y la subjetividad del artista, liberándolo de las reglas rígidas, subordinadas a la razón y a la moral del academicismo neoclasicista6.
Al respecto, uno de los representantes más aclamados de este estilo fue Oscar Fingal O, Flahertie Wills Wilde, nacido en Irlanda en 1.854 y fallecido en Francia en el año 1.900. Un escritor, cuentista, poeta y dramaturgo de lo más reconocido en el Londres victoriano tardío. Autor de obras de teatro como «Comedias divertidas para gente seria» y «La importancia de llamarse Ernesto» y de clásicos cuentos como «El príncipe feliz», «El amigo fiel», «El gigante egoísta» y «El famoso cohete», hoy joyas todas ellas de la literatura universal.
También fue un defensor del rol capital del arte en la vida humana, como lo deja entrever en su única novela «El retrato de Dorian Gray». Para Oscar Wilde el Esteticismo7 lo es todo, para él el arte es un fin en sí mismo, «el arte por el arte» es su más fiel consigna.
Sin duda, un personaje de lo más peculiar y no alejado del escándalo, porque demandó por difamación al padre de su amante, lo que solo le acarreó al escritor el repudio social por su homosexualidad; así que fue puesto tras las rejas y condenado a trabajos forzados por dos años, por el delito de indecencia grave (para poder entender este acaecer debemos situarnos y vestirnos con la moralidad anglicana del siglo XIX de la Britania victoriana).
Al ser liberado, viaja con «monos y petacas» a Francia, instalándose en París. Escribe su última obra, «La balada de la cárcel de Reading». La indigencia y una meningitis se lo llevan prematuramente a los 46 años de edad.
Pero Oscar Wilde, dado el martirio sufrido en sus últimos años, vivió pasajes pantanosos como han experimentado en su existir muchos otros hombres. Sin embargo, como ningún otro, su vista siempre contempló el firmamento. Prueba de ello es el cuento de su autoría que hoy os recomiendo, me refiero a «El ruiseñor y la rosa»8.
Una corta narración que versa sobre un joven estudiante de Filosofía, de la cual sabe mucho, pero desconoce del sentimiento que ahora lo embarga. Así, llora amargamente en su jardín porque no encuentra en todo el vergel ni una sola rosa roja; y claro que le apremia poder poseer una, porque la moza dueña de la ensoñación del estudiante le ha prometido de que, si este le regala una purpúrea rosa, ella bailará con él en la fiesta del príncipe. El ruiseñor que siempre le canta al amor y para esta avecilla ese sentimiento es alegría y no desazón, desde su nido en las ramas de la encina del patio del estudiante, lo escucha entre lamentaciones, ojos enjugados por lágrimas y hasta griterío en desesperación. El ave decide ayudarlo en forma desinteresada, solo le pide al mozalbete que ame en forma verdadera, canto que el joven no alcanza a comprender. Así, el ruiseñor concurre donde el rosal del parque, pero este puede ofrecerle solo rosas albas como la espuma de las olas del mar. Luego va donde el rosal del viejo reloj de sol, pero las flores de aquel son amarillas como los cabellos de las sirenas. Finalmente, acude donde el rosal del jardín del estudiante, el cual siempre tiene rosas rojas, pero hoy no puede regalarle ninguna porque el viento ha resquebrajado las ramas de este rosal y la escarcha ha marchitado sus botones florales. Sin embargo, el rosal le cuenta a la avecilla el único método que existe para conseguir la tan anhelada rosa roja y de esa forma, el corazón de la amada del educando. «Ni corto ni perezoso», el ruiseñor, en un acto sublime de amor, porque está dispuesto a sacrificar su propia existencia a cambio de la felicidad del estudiante, le canta al amor durante toda la noche, ante la luz platinada de la luna, mientras acurruca su emplumado pecho contra las puntiagudas espinas del rosal. Y esto ocurre hasta que estas endiabladas filudas le atraviesan el corazón al ave cantora, así una solitaria rosa nace extendiendo sus pétalos carmesíes al velo de la luna; pero de esto no se percata el ingenuo pajarillo, porque cae muerto en el mismo instante.
A la mañana siguiente, el joven sale de casa y piensa que ha tenido suerte porque ha florecido en su jardín una única rosa púrpura. Con pies ligueros se la lleva a su amada, la hija del profesor, la cual le dice al desarrapado estudiante de Filosofía que no cumplirá su promesa. Acto de mezquindad extrema porque ella vende su amor en el mercado al mejor postor. ¡Sí, así es! No danzará con él, sino que dará en el baile su favor al hijo del chambelán porque este le regaló joyas, que a los ojos de la doncella son más valiosas que las flores. Con desilusión se retira el pretendiente, bota la rosa del sacrificio del ruiseñor al arroyo, y se conmina a seguir estudiando Lógica, porque a diferencia del amor, esta rama de la Filosofía no dice cosas que no ocurrirán y no nos engaña con cosas que ciertas no son…
Nuestro autor nos lleva de la mano de metáforas, comparaciones, elementos mágicos y prosa poética, a lo más elevado de una melodía compuesta por palabras… Estamos en un si sostenido en el momento del sacrificio del ruiseñor; sin embargo, el escritor, con humor sarcástico si se quiere, nos suelta y nos deja caer a una ronca nota musical do, en el instante en que el jovenzuelo arroja al riachuelo a la flor coloreada con la sangre del sublime amor y sacrificio de la avecilla cantora. Un amargo sabor a hiel entonces inunda nuestras entrañas y la meditación silenciosa sobre el amor nos lleva a un momento de recogimiento e introspección.
Nada más puedo decir, ahora la ausencia de melodía vale más que mil palabras. Quizá, tan solo tartamudeando de la impresión tras volver a leer este escrito, me atreva a recomendarles este cuento sobre un ruiseñor y su rosa; sobre el sacrificio, la empatía y el altruismo versus el amor que se compra en el bazar; y sobre la exaltación del Vitalismo9 que nos enseña que solo el que ha amado (aunque haya perdido al objeto de su cariño) ha vivido de verdad…
Porque de ser de otra forma, esa existencia se hace trunca, ya que nunca ha conocido el tronador sentimiento del amor…
- Dante Alighiere: nacido en Florencia en el 1.265 y fallecido en Rávena en el 1.321. Poeta y escritor italiano, autor de «La divina comedia», considerada obra cumbre de la literatura universal.
- Publio Ovidio Nasón (43 a.C. — 17 d.C.): poeta y escritor del incipiente Imperio romano. Sus obras poéticas influyeron en grandes autores posteriores como Chaucer, Milton, Dante, Shakespeare y Goethe.
- Cita del libro de Ovidio «El remedio del amor». El link en Internet es:https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Ovidio%20-%20El%20remedio%20del%20amor.pdf
- Fernando Villegas Darrouy: nacido en Santiago de Chile en 1.949. Destacado intelectual, sociólogo, comunicador y entrevistado chileno, autor de numerosos libros de corte sociológico.
- Ilustración: proceso histórico que abarcó el siglo XVIII (también conocido como el siglo de las luces) y en el que floreció en Europa el pensamiento racional y liberal.
- Neoclasicismo: movimiento estético del siglo XVIII que refleja en las artes los principios intelectuales de la Ilustración. Coincidiendo con la decadencia del emperador Napoleón Bonaparte, el Neoclasicismo fue perdiendo adeptos a favor del Romanticismo.
- Esteticismo: corriente intelectual y artística que antepone la belleza en el arte a cualquier otra consideración. Este movimiento pregona que el arte debe crearse solamente por el arte en sí mismo.
- El ruiseñor y la rosa: cuento de Oscar Wilde. Puede leerse en Internet en el siguiente link:https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ruisenor-y-la-rosa-y-otros-cuentos-poemas-en-prosa–0/html/ff0cedbe-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html
- Vitalismo: teoría filosófica que postula que la vida no puede reducirse a ninguna categoría ajena a sí misma, porque la vida en sí misma tiene una realidad propia.