Literatura
Narrativa
diciembre 2023
La camiseta amarilla
por Gustavo Leyton Herrera
En un mediodía otoñal del año 1991, jugué en la cancha del Estadio Municipal de San Fernando. Don Andrés, el profe de las inferiores de Colchagua, formó los equipos. A mí me puso en el arco, a pesar de no tener guantes. Recuerdo que corté varias jugadas de riesgo. En los tiros de esquina, atenacé con seguridad el balón entre mis brazos. Dejé la valla invicta, en cero. Terminé la práctica, extenuado. En las afueras del recinto esperé a Felipe, mi hermano mayor.
Felipe llegó en un camión al cabo de una hora. Él era transportista de productos lácteos y bebidas. Por ese motivo viajaba seguido a Santiago y tardaba en ir a recogerme. Luego de la muerte de papá, él se hizo cargo de mí. Mi hermano tenía treinta años y yo catorce, aunque congeniábamos bien. Cuando transitábamos por una avenida vacía, Felipe quebró el hielo.
—Mati, ¿hiciste algún gol?
—Jugué en el arco.
—¡Ja, ja, ja!
—Pero atajé todo.
—Buena, enano. Te felicito.
Mi casa quedaba en un block del norte de la ciudad. Apenas pisamos el comedor, Felipe prendió el televisor Sharp y se sentó en un sillón roído. En ese lapso, no quise jugar con mi Atari y preferí sentarme al lado de él. TVN daba un partido del campeonato nacional: Colo-Colo vs. Cobresal. El equipo albo ganaba por tres a uno, en el Estadio Monumental. Las anotaciones del “Cacique” habían sido convertidas por Espinoza -en dos ocasiones- y Martínez.
En una imagen apareció Mirko Jozić, enfundado en su buzo Adidas. El técnico croata se paró de la banca colocolina y se aproximó al borde de la cancha para instruir a sus pupilos.
En la transmisión, Carcuro y Livingstone alababan la técnica de Yañez, el liderazgo de Pizarro y la velocidad de Mendoza. Yo, en cambio, preferí observar en detalle a Morón. Cuando fue exigido por los nortinos, él respondió con un par de atajadas solventes. El color amarillo de su indumentaria era inusual en esos años.
Al término del partido, Felipe preparó la once. Después, saqué una pelota de mi pieza y salí a la cancha del barrio.
La cancha era en realidad un páramo seco, sin arcos. No había nadie alrededor. Hice dominadas con el balón. Recordé a papá. Solía jugar con él en ese terreno polvoriento. Murió de cáncer hepático, en 1989. En la mesa siempre nos hablaba del equipo dirigido por Álamos en el ´73. Dejé de cavilar en el pasado y regresé al block. Me acosté temprano.
Al mes siguiente, Felipe me llevó en su camión al Estadio Municipal. En el trayecto, pensé en el partido que debía jugar contra el Sub-15 de Santa Cruz y en mi futuro como jugador. No tenía explosión ni la viveza requerida para eludir jugadores. Don Andrés me relegaba a posiciones defensivas; incluso prefería dejarme en la portería. A él parecía gustarle mi desempeño como golero.
Cuando calentábamos en el borde de la cancha, Don Andrés se acercó a mí. Él me avisó que sería el portero titular. El jugador que tenía esa posición en el campo había sido expulsado por indisciplina.
—Cárdenas, aquí tenís guantes.
—Gracias, profe.
—Quiero que atajes como Morón.
—Trataré.
En los primeros minutos del partido, pifié varios pases y cometí una falta en el área. El referí decretó penal. Adiviné la dirección del lanzamiento, pero no pude detener el esférico. En el resto del partido, aguanté bien las acometidas de los delanteros rivales. Pensé en las palabras de Don Andrés. Intenté imitar a Morón. Mis nervios iniciales menguaron y así pude atajar con solvencia.
Los minutos pasaron. No pudimos revertir el resultado. Perdimos por un error mío. Me fui del estadio con sensaciones encontradas.
Al llegar a casa, Felipe pasaba la fregona por el suelo del baño. Descubrí una sonrisa intrigante en su rostro. Me llamó para que me acercara a él. Al verlo trajinar en su billetera, sabía que tramaba algo.
—Enano, tengo dos entradas para ver la semifinal.
—Es mentira. Nunca hacís esas cosas.
—Aquí están. Estuve en Macul y aproveché de comprarlas.
No podía creerlo. Al día siguiente, estaba en el Estadio Monumental, a punto de ver el partido de semifinales de la Copa Libertadores entre Colo-Colo y Boca Juniors. El partido era un acontecimiento histórico para el fútbol chileno, y yo estaba allí, en las primeras filas.
Con Felipe estábamos tan emocionados que no podíamos parar de hablar. El estadio estaba lleno de gente, y el ambiente era electrizante.
Cuando los equipos salieron al campo, me quedé mirando a Daniel Morón.
Moron era un jugador excepcional, tanto en lo futbolístico como en lo humano. Era un arquero de clase internacional, con reflejos felinos y una gran capacidad para atajar remates imposibles. Además, era un líder nato, que siempre levantaba la moral de sus compañeros y los motivaba a dar lo mejor de sí mismos.
Pero lo que más admiraba de Morón era su personalidad. Era un hombre humilde, sencillo y cercano a la gente. Siempre tenía tiempo para saludar a los hinchas y para firmar autógrafos. Además, era un ejemplo de deportividad y de respeto por el rival.
El partido fue muy emocionante. Colo-Colo y Boca Juniors se dieron un gran espectáculo. Yo estaba nervioso, pero también muy emocionado.
En el segundo tiempo, Boca Juniors tuvo una oportunidad clara de anotar. Batistuta aprovechó un contragolpe y se lanzó hacia el área colocolina. Morón salió a su encuentro y despejó el balón con una gran atajada.
Grité de alegría. Morón había salvado a Colo-Colo.
El partido terminó con triunfo del Cacique, victoria que clasificó al equipo albo para la final de la Copa Libertadores.
Estaba exultante. Había visto a mi equipo favorito ganar un partido memorable.
Después del partido, Felipe y yo nos fuimos a casa. Yo estaba cansado, pero feliz. No podía creer que acababa de vivir la noche de mi vida.
Cuento corregido. Publicado en “Relatos de un Artísta Recóndito” (Editorial de los Cuatro Vientos, Buenos Aires.) Gustavo Andrés Leyton (2017).
Gustavo Andrés Leyton Herrera (Chillán, Chile. 3 de mayo de 1986) es diseñador gráfico, con estudios en Historia y Periodismo. Ha publicado artículos en revistas especializadas de Chile, México, Argentina y España. Ha recibido reconocimientos como el primer lugar en el concurso “Andalucía en el siglo XXII” del Centro Cultural Andaluz, el tercer lugar en el concurso literario “Una región con cuento” de la Cámara Chilena de la Construcción, y el primer lugar en el certamen de microrrelatos de Toledo. En 2016, asistió al taller de creación literaria de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2017, publicó su primera obra, “Relatos de un artista recóndito”, y en 2020, su segunda obra, “Lejos del ruido”. En 2023, publicará su primer libro de poesía, “La danza mágica de mythos y logos”.