Comunidad
Ensayo
julio 2023
EL LIBRO, PUENTE DE CONOCIMIENTO Y REBELIÓN
por Sonia Valderrama
“Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres”
Heinrich Heine
Muchas veces escuchamos o leemos sobre la importancia del libro y de la lectura como el puente que puede llevar al ser humano a habitar paisajes maravillosos, inciertos o irreales, elemento que es apertura para el conocimiento de lo observable y de lo supuesto, un hemisferio que permite observarnos en el pleno ciclo de lo que, pensamos, ha sido y será la vida sobre la tierra. El registro que se hace memoria, cimiento de lo que se nos es permitido conocer e interpretar. Aun así, lo que se sabe, lo conocido, abarca mucho más espacio que lo escrito en cualquier libro. De ahí que la oralidad sea la experiencia más compleja y hermosa de tejer las relaciones de sentido. Traductores del imaginario, los libros han educado a la sociedad en la que hoy nos definimos. Tanto la Biblia como la Enciclopedia establecidas como la historia universal y única revelación para las bestias del tercer mundo, se erigen en verdades absolutas que reemplazan, no sin antes destruir, símbolos y redes de identidad, propias de la misma oralidad construida por el ser humano. La lectura y escritura, individual en su esencia, es también poder.
Hace siglos, dios y razón desbordaron las páginas de conocimiento, a la vez que el tiempo pasaba y por oficio la técnica se aprendió y las ideas que cuestionaron los dogmas se divulgaron a otros, cada vez con más rapidez, sobre todo en este último siglo. Desde todos los ámbitos el libro es y ha sido revolucionario, poderoso. Ardiendo cuando es mal venido a las dictaduras, en formato pirata para la educación de los pobres o en ediciones de bajo costo, ha permitido traspasar relatos de otras épocas, de los censurados por la academia, de las invisibilizadas, entregando posibilidades de edición, impresión y divulgación, impensado para lo que fue el comienzo de este quehacer. Para hoy, las ideas trascienden mediante la tecnología del papel o la divulgación digital, cada una con tendencias cada vez más creativas en cuanto a su producción y alcance.
La imprenta permitió revoluciones que la era digital superó con creces, y con ello se transformaron las formas de leer e interpretar el mundo y sus relaciones humanas. El conocimiento y el otro, se abren en la palma de la mano, la ventana de la telecomunicación ha satisfecho las ansias de descubrir horizontes nuevos, que antes solo eran posible por el papel o la experiencia personal. A pesar de esto, es innegable que persisten los ávidos compradores de libros, las ganancias de las grandes editoriales pueden dar fe de ello. Pero, ¿qué se lee? ¿a qué mundo se abren las bibliotecas, las distribuidoras, las editoriales, las instituciones educativas, la academia? ¿a qué tipo de lecturas estamos siendo conducidos con los catálogos de bibliotecas digitales, que además registran y vigilan las descargas o visitas en línea? Hace unos años estudiantes universitarias exigían al estado equilibrar el marco de referencias bibliográficas entre hombres y mujeres. Sin embargo, ¿qué sucede con la literatura latinoamericana, con la filosofía de este continente, con los grandes descubrimientos y seres pensantes que abundan en este territorio? ¿qué hacemos para equilibrar la balanza?.
La industria del libro abrió paso a la dimensión editorial, el diseño, el libro objeto, la materialidad de su costo productivo y la importancia del contenido se fue haciendo a la tendencia de los lectores, famosos de twitter y de Instagram, se erigen como grandes poetas e incluso una campaña de memes sirve para votar a un presidente. La abundancia de información y la ausencia de sentido se ha ido llenando con libros de autoayuda, recetas de cocina y jardinería. El tiempo se revela en maratones de series para los que tienen tiempo. La clase proletaria, en esta década, con un poco más de acceso al conocimiento, prefiere la lectura rápida, pasajera y nada compleja. El exceso de trabajo y la sobrevivencia cotidiana, no permiten espacios de ocio, de dedicación a aprender o enseñar, más difícil se hace entonces la tarea de fomentar la lectura y los libros como puente al conocimiento y a la rebelión.
No cabe duda que en estos tiempos se privilegia la economía en cuanto a su importancia en el desarrollo social. La población humana ha sido reducida al mercado de consumo de productos básicos que cada vez son más caros y derechos como la salud, la vivienda y la educación se entregan a migajas, qué decir del arte y la cultura, áreas minimizadas al lujo de quienes pueden acceder a ellas, las pocas que se logran desarrollar en espacios sociales son las que la misma comunidad solidariza o reflexiona. La cultura, entendida como el espectáculo de “artistas” de moda, se esgrime como una distracción que esconde los horrores del capitalismo y nos aleja de la comprensión. Así, la clase obrera se vuelve cada vez más susceptible a los embates de este destino que solo le permite trabajar para consumir, sin la posibilidad de reflexionar, cuestionar o experimentar ideas transformadoras.
Hoy en día la tecnología permite elaborar libros en plataformas virtuales, listos para una impresión casera y su distribución manual y el internet propiciado su difusión mundial. La era de la informática ha parido formas nuevas de comunicación, el papel con su máxima crisis está siendo reemplazado por la pantalla, sin embargo, el conocimiento sigue siendo escaso en la conducción de hacernos humanos conscientes de nuestro entorno, de sus problemáticas y, por ende, de su solución. Intencionalmente se han trazado lógicas de consumo que nos limitan a desear lo pasajero, lo superfluo, mientras que en la realidad solo alcanza para lo justo y necesario, en esa “necesidad” no cabe ni los libros, ni la lectura. De allí que sean tantos los obstáculos para situarlos donde corresponde, partiendo por su escaso fomento, impuestos escandalosos para su producción y venta y la censura que la misma institución ejerce sobre lo que se difunde.
El resultado de una sociedad sin el hábito de la reflexión o la crítica, sin el acceso a las artes, y al libro como un puente para el conocimiento, es una sociedad que también pierde sensibilidad, empatía y responsabilidad. Cuando la atención y el tiempo se prestan solo para el trabajo o para el entretenimiento, la vida pierde el sentido del diálogo, del cuestionamiento y, por ende, de las profundas reflexiones tan necesarias para la época. Se vuelve entonces una urgencia, en primer lugar, entender la problemática que significa para estas generaciones, esa distancia con los libros; luego, hacernos cargo de nuestro rol como mediadores del conocimiento; accionar para motivar los esfuerzos que hacen posible la educación y las bibliotecas populares; potenciar la difusión de voces y relatos de nuestra propia clase, para así crear identidad, abrazarnos y contenernos en la propia historia que merecemos escribir, leer y compartir