Literatura/Comunidad
Entrevista
abril 2023
Entrevista a Carlos Castán Andolz
*Por Gian P. Codarlupo
Los personajes de Carlos Castán Andolz los encontramos en nuestra cotidianidad, a veces son seres solitarios que buscan sentido a su vida, otras veces seres que se descubren en el más completo abandono. La obra de Carlos está centrada en la narrativa, y entre sus publicaciones tenemos: Frío de vivir (Onagro Ediciones, 1997), Museo de la soledad (Espasa, 2000), Papeles dispersos (Tropo editores, 2009), La mala luz (Destino, 2013) y hace dos años la prestigiosa editorial Páginas de Espuma publicó Cuentos, obra que reúne casi la totalidad de su narrativa. Castán es huidizo, se aleja de los reflectores, da clases de escritura creativa, vive en Madrid y es considerado un autor de culto. Desde hace varios años es uno de los escritores imprescindibles del panorama literario en España y nos ha brindado una tarde para conversar en un rincón del Parque de El Retiro, en Madrid.
[Gian Pierre Codarlupo]: Carlos, quisiera empezar esta entrevista pidiéndote que nos cuentes un poco sobre tu infancia y adolescencia. Sabemos que en esos períodos aparecen dos personas claves en tu formación: la profesora Marita quien alentaba tu propia escritura y tu tío Rafael Andolz. ¿Cuáles fueron las principales influencias de estas dos personas en tu vida y en tu obra?
[Carlos Castán Andolz]: La infancia que yo tengo es una infancia bastante convencional de familia numerosa, éramos seis hermanos y siempre había en casa bastante follón, mucho ambiente. Y yo la recuerdo como una primera infancia razonablemente feliz, con hermanos que nos llevábamos muy poco en edad y algo nómada en el sentido de que íbamos cambiando de ciudad y por consiguiente también de colegio y eso hace que tengas que ir adaptándote a sucesivos sitios, no como otros compañeros de clase, que habían nacido en un determinado barrio y habían estado siempre allí prácticamente, en las mismas cuatro calles, en el mismo colegio. Y las influencias de las dos personas que me dices son muy diferentes. La de Rafael Andolz, quien era tío mío, hermano de mi madre, que, aunque no vivía con nosotros sí que era un personaje muy cercano a la familia y pasaba temporadas en su casa porque él vivía en Huesca. Para mí él representó la figura de estar continuamente rodeado de libros y trabajar con ellos, siempre con un proyecto u otro entre manos: escribía biografías de personajes aragoneses, estaba muy interesado también por la lengua aragonesa, las palabras de origen aragonés, confeccionó un diccionario de aragonés-español y viceversa, un trabajo exhaustivo, riguroso y lento que le llevó doce años. Luego muchos libros de antropología, etnología, etnografía, le interesaba dejar constancia de las costumbres que se iban perdiendo, pero más que esa temática lo que a mí me influyó fue el ver un ambiente de biblioteca, de respirar el aire de una casa totalmente atestada libros, una persona que aprovecha los ratos sueltos para sentarse delante de la máquina de escribir y que, a su vez, era un lector empedernido y ponía en mis manos libros de todo tipo, unos que me interesaban más, otros menos, pero me iniciaron como lector ya de modo permanente e irremediable. El otro personaje, Marita, fue una persona que se entusiasmó con las cosas que yo escribía y que me dio aliento, ánimo, que hizo que yo considerara que lo que escribía podía llegar tener un valor para los demás. El hecho de que una persona que era la profesora de lengua del instituto, con ese bagaje cultural y con esa experiencia de vida, prestara atención a las cosas que escribía un chico tan joven que comenzaba a asomarse tímidamente a la vida adulta, supuso para mí un acicate, un aliciente, pero no tuve tanto trato con ella. Le perdí la vista una vez que me fui a la universidad y no volvimos a vernos. Lo cual, visto desde el ahora, no deja de darme cierta rabia porque lo cierto es que pude ir a visitarla. Pero bueno, fue una de esas personas que aparecen en un momento determinado en tu vida y dejan como una semilla, una huella, y luego desaparecen sin más. Quizá tenga que ser así. Luego, reflexionando con el tiempo, te das cuenta de la importancia real que tuvieron.
[GPC]: Uno de los momentos críticos es la muerte de tu hermano. Es curioso saber que en la introducción a Cuentos (Páginas de Espuma, 2020) menciones que tuvo que suceder algo así de terrible para que te dieras cuenta que si querías ser escritor había que ponerse en ello. ¿De qué más te diste cuenta en ese momento?
[CCA]: Eso lo recuerdo como un episodio terrible porque no puede ser de otra manera. Éramos seis hermanos, y él era el que me seguía directamente en edad, estábamos muy unidos. Además, compartíamos intereses comunes, en especial todo lo que tenía que ver con la literatura. Él estudió filología hispánica, y teníamos una relación especial, más que con el resto de mis hermanos, compartíamos proyectos, sueños, viajes, conversábamos mucho. Entonces, la ausencia tan de golpe, por accidente, de un día para otro, pues, evidentemente, a mí me afectó como a cualquiera que le hubiese pasado porque de repente uno empieza a sentir una soledad, una fragilidad que antes no sentía. Y con respecto a lo que afirmas que señalo en el prólogo, lo que intento decir es que por un lado mi estado de ánimo es tan atroz en ese momento que no tengo ganas de hacer absolutamente nada. De un día para otro, todo pasa a parecerme banal como consecuencia, digamos, del estado depresivo en el que te deja una pérdida así, pero paralelamente a eso también me doy cuenta de la posibilidad real de morir y de que es necesario hacer las cosas antes de que eso suceda si es que uno quiere que queden hechas. Tuvo un efecto contradictorio, por un lado, su muerte me da razones para no querer escribir ni hacer nada, pero por otra parte caigo en la cuenta de la necesidad de escribir algo, es decir, que cabe la posibilidad de que me muera sin haber escrito absolutamente nada como le sucedió a él, a mi hermano. Esa posibilidad de repente —a pesar de que es una cosa muy obvia— es como si no la hubiese pensado antes y caer en la cuenta de ella me llenó de terror.
[GPC]: Tu escritura es más bien sobre la cotidianidad de la pérdida, lo que perseguimos, lo que nos abandona constantemente. Muchas veces el estado de ánimo de tus personajes se relaciona con el clima, además no es que se encuentre una unidad específica en tus cuentos, pero sí mucho de intuición. Durante un tiempo pusiste un cartel delante del ordenador que escribías que decía: sé libre. Balzac escribía de pies, Aleixandre en su cama y García Márquez se ponía un trabajo de mecánico. ¿Tienes algún método al momento de escribir? ¿Cómo asumes el sentido de la disciplina y la libertad en la escritura en un momento en donde aparentemente todo quiere ser políticamente correcto?
[CCA]: Lo primero de todo es que a mí me cuesta decir algo que sea válido a la vez para todos mis cuentos porque estamos hablando de cuarenta y tantos textos distintos, y el buscar denominadores comunes, discursos que valgan para todos y cada uno de ellos no es tan fácil y suele conducir a vaguedades y consideraciones genéricas que no me interesan demasiado, pero sí es cierto, como dices —y está muy bien visto—, el tipo de personajes que me suelen interesar son gente que está como en plena búsqueda, muy desubicados, con una sensación de hallarse a la intemperie, que persiguen de alguna manera su lugar en el mundo, gente un poco desajustada, frágil, vulnerable, y muy sometida a a las pérdidas, a todo aquello que sentimos que nos falta. Eso, por un lado. Luego, en cuanto al tema de la disciplina, debo que soy un escritor bastante poco disciplinado. Me ha costado siempre tener una rutina en relación con la escritura y precisamente por eso me he visto obligado a sustituir eso por la obsesión. Entonces, yo diría, en que soy un escritor que depende mucho de la obsesión. En el momento en que yo consiga obsesionarme con una historia, con un texto, con un personaje, con algo que quiero contar, esa misma obsesión juega ya el papel de la disciplina más férrea. En la práctica, sustituye a la fuerza de voluntad. Estoy hablando de levantarse a las cuatro de la mañana de la cama para dar la vuelta a una oración gramatical o añadir una palabra, sobre todo en las fases finales de redacción de una historia. Pero no he tenido un método. Yo recuerdo que al principio sí, escribía mucho por las noches, cuando era más joven, y que desde hace ya unos cuantos años a esta parte me siento mucho más cómodo por la mañana, quizás porque estoy más fresco, más despejado. Y las horas nocturnas las utilizo para ver cine o para leer, pero escribir me cuesta. Cuando escribía por las noches luego me gustaba hacer una revisión por la mañana, de la misma manera que a lo que había escrito en horario de oficina, por así decir, tenía la costumbre de darle una “vueltecita” por la noche. Son estados de la mente bastante diferentes entre sí. Muchas veces cuando releía los pasajes escritos por la noche me daba la sensación, al leerlo por la mañana, de que padecían de un exceso de intensidad, o de falta de contención, y todo eso lo corregía con unos ojos más diurnos, más de vigilia y creo que lo conseguía equilibrar. Y lo mismo, cuando había escrito avanzando mucho, digamos, en horario de oficina a plena luz del día, sí que me gustaba darle una vuelta nocturna a todo eso y ahí añadía cosas que creo que aportaban al texto una mayor carga poética.
[GPC]: Tu generación estuvo marcada por el exilio y la dictadura. Estudiaste filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y en ese momento el decano era Carlos Paris, filósofo marxista. En tu libro Papeles dispersos (Tropo, 2009) cuentas que Paris solía repetir casi en cada clase de Antropología filosófica lo siguiente: “Cuando una persona o un pueblo ha perdido su libertad, lo único que puede dar sentido a su vida es luchar por recuperarla”. Y añades: “Y cuando pronunciaba la palabra luchar, no sé si se daría cuenta el puño se le cerraba como por arte de magia”. ¿Cuánto repercutió en ti tener una formación materialista? ¿Cuál es tu visión de la sociedad española en este momento teniendo en cuenta que alguna vez has dicho que la obediencia está socialmente sobrevalorada?
[CCA]: Yo nací en 1960, la guerra había terminado veinte años antes. Es la generación anterior la que sí tiene que vivir el exilio y demás. Mi generación en realidad no es la de la postguerra, lo que yo viví de niño y adolescente puede considerarse postguerra sólo de una manera muy aproximada, quiero decir es ya el tardofranquismo. La peor postguerra es la de los años cuarenta en la que el país estaba totalmente en ruinas, había muchísima hambre, las cárceles estaban repletas de gente, se continuaba fusilando, había campos de trabajo. Luego ya, a partir de los años 50 se va produciendo un suavizamiento de la situación que culmina en los 60 con el desarrollismo, el turismo, los primeros utilitarios, que es lo que me toca vivir a mí. Pero, claro, lo que sí permanece es la falta total de libertades. Para empezar, supuso para mí un choque bastante grande porque yo había estudiado en colegios de curas e incluso en algún internado religioso. Durante la infancia en los recreos nos hacían levantar el brazo y cantar el “Cara al sol” que era el himno de la Falange Española. En fin, una educación donde en las aulas estaba el crucifijo franqueado por los retratos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera. Entonces el cambio de eso a unas aulas, las universitarias, donde era todo lo contrario y donde quienes estaban dándome clases sí era esta generación de gente más mayor que había padecido todo eso, que había sufrido la clandestinidad, y que se habían organizado en la clandestinidad, etc., pues sí que noté un choque tremendo. Yo creo que para mí fue muy positivo porque la enseñanza de la filosofía no tenía nada que ver en la Universidad Pontificia de Salamanca, por poner un ejemplo, donde se hacía hincapié fundamentalmente en el tomismo, en los teólogos y en todas las derivas del cristianismo, que en una facultad en la que había (aunque el claustro era diverso) una impregnación de materialismo y de enfoques que para mí eran total y absolutamente novedosos y muy ilusionantes porque se correspondían bastante bien con las inquietudes de un joven de esa época con 18 años y con ganas de conquistar todas las libertades que faltaban en el país, desde las películas que no podíamos ver, los libros que estaban prohibidos, las actitudes sociológicas, el autoritarismo en los menores detalles. Guardo un gran recuerdo de las clases de Carlos Paris. Había otros profesores como Tomás Pollán, Javier Sádaba, Félix Bayón, Carlos Thibaut de los que aprendí mucho, pero de este hombre y de sus clases aprendía no solo lo que era su discurso académico (recuerdo que estaba muy centrado en aquel momento en Miguel de Unamuno y en el pensamiento español, y en general, lo que era el temario de Antropología Cultural), sino sobre todo su talante, su dignidad, su actitud ante la vida y la forma de relacionarse con nosotros, de manera que fue una persona muy importante para mí como ser humano y como profesor. Y, por otra parte, yo pienso que siempre ha estado polarizada la sociedad española. Es decir, aquello que escribió Antonio Machado de las dos Españas: “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”. Yo creo que esto ha sido como una constante, quizás desde siempre, como si fuera una especie de maldición patria, pero es una constante que no se ha mantenido siempre igual de intensa. Y lo que observo es que, de un tiempo a esta parte, sí que estamos asistiendo a una progresiva polarización otra vez de esos dos extremos, de esas dos maneras de entender lo que tiene que ser este país, lo que tiene que ser España, cuáles tienen que ser sus metas, etc. Y hay momentos en que me noto bastante pesimista, en que me parecen ideas totalmente irreconciliables, o sea, dos ideas de país que no tienen nada que ver absolutamente nada que ver una con la otra, dos sociologías distintas. Y eso es, digamos, lo que me preocupa ahora, la falta de sosiego al hablar, la ausencia de racionalidad en el debate y las emociones, casi diríamos, más atávicas, volviéndose a pelear como los dos monigotes de los grabados de Goya que están semienterrados en el suelo dándose golpes el uno al otro.
[GPC]: En tus libros aparecen metáforas muy bien elaboradas y hay constante referencias a poetas. Se sabe, por ejemplo, que Leonard Cohen te ha marcado. En Papeles dispersos también mencionas lo siguiente: “En mi vida Cohen se quedó para siempre, ha estado siempre allí, sobre todo en los peores momentos cuando más necesitaba una música a la que poderme agarrar, aunque fuera un mástil de viento, un espejismo, un palacio de vapor”. Eres admirador del poeta catalán Gabriel Ferrater y en tus libros hay guiños a Benedetti, Baudelaire, García Lorca, Machado, Vallejo, Miguel Hernández, solo por mencionar algunos. Incluso llegaste a ganar un premio de poesía en Murcia. ¿Cómo sientes que ha repercutido la poesía en tu proceso creativo al momento de escribir cuentos?
[CCA]: Sí que es verdad que los poetas me han influido bastante. Es posible que incluso más que los prosistas. No lo sé. Yo creo que es muy difícil rastrear las influencias en la obra de uno mismo. De lo que sí estoy convencido es de que cuando estamos escribiendo no estamos del todo solos, hay presencias que miran por encima de nuestro hombro, y creo que has nombrado a bastantes de ellas. Mira, a Leonard Cohen lo citaría como influencia, pero no en sus letras. Es decir, yo he leído los libros de poemas de Cohen y también algunas de sus novelas, recuerdo Los hermosos vencidos, cuyo título me gustaba mucho; también recuerdo El juego favorito, etc. Pero todo nace con su música, cuando yo hablo ahí de la compañía, de cómo me he sentido acompañado en el mejor sentido de la palabra, de cómo a lo largo de los años ha sido una presencia constante en mi habitación, sobre todo en los malos momentos, etc., estoy pensando en el arrullo de sus canciones, en esa presencia como de hermano mayor cuando las cosas no iban del todo bien. Mi vida íntima, mi vida en soledad no se podría explicar sin Leonard Cohen. Él era un habitante de mis horas interiores. Pero luego yo he sido lector también de poesía. Has nombrado a Ferrater, del que me gustó mucho el libro Mujeres y días (Les dones i els dies), pero no sólo ese libro de Gabriel Ferrater sino toda la generación de los cincuenta a la que perteneció: Jaime Gil de Biedma, muy especialmente José Agustín Goytisolo, Costafreda, Ángel González, etc. Son poetas que yo leí y de los que seguramente hay muchas influencias que rastrear. Con Benedetti, al que también has nombrado, me identifico bastante menos, aunque es posible que lo haya citado en más de una ocasión. En este país hubo una época cuando descubrimos los primeros libros de Benedetti, sobre todo La Tregua o Gracias por el fuego o Primavera con una esquina rota, en la que sí que me interesó mucho, su poesía siempre bastante menos, ésa es la verdad. César Vallejo para mí es un referente fundamental, me parece un poeta enorme, descomunal. Ahora ya, el decir que estoy influido por uno o por otros a mí francamente me resulta difícil. Me es imposible establecer cuál de ellos puede haberme influido más. Yo pienso que son lecturas que uno hace en su juventud que se van quedando de alguna manera en el recuerdo, en la mente, por haber sido esa experiencia de lectura tan intensa, y que a la hora de escribir tienen posibilidades de volver a aflorar como en forma de eco, de recolocarse en la mente de otra manera. Y bueno, en cualquier lo veo más como una especie de diálogo con ellos que como una pretensión premeditada de emulación. Más bien mi preocupación ha sido la inversa, la de perseguir desde el principio un lenguaje propio.
[GPC]: Has leído bien a los escritores del llamado “boom” latinoamericano y usualmente las historias de estos escritores suelen ser ambiciosas en extensión y en contenido. Los personajes de tus libros en cambio son hombres solitarios que han padecido un abandono, personajes que los hallamos al salir de casa. Es inevitable recordar las palabras de Thoreau cuando menciona: “Cada persona vive su vida en una silenciosa desesperación”. ¿Qué es lo que te ha llevado a retratar la cotidianidad de la tragedia humana?
[CCA]: Pues verdaderamente no lo sé. Para empezar lo que dices del “boom” es realmente cierto. Pienso que toda nuestra generación lo descubrió. En mi caso fue primero Julio Cortázar, luego vendrían los demás. Otros conocieron inicialmente a Borges o a Ernesto Sábato, y la verdad es que para aquellos lectores jóvenes, te estoy hablando de los dieciséis, diecisiete, dieciocho años en adelante, fue un descubrimiento de muchísima frescura, que te daba un poco la medidas de las posibilidades infinitas que tenía la literatura. Con esa edad que te comentaba tampoco teníamos a las espaldas tantas lecturas, más bien una curiosidad por devorarlo todo, pero en cuanto nos apartábamos un poco del camino nos encontrábamos con mucha novela rural, con muchos temas que, estando muy bien y siendo una literatura de mucho valor, no entendíamos que conectara con nosotros ni con nuestra realidad e inquietudes de la forma en que lo estaban haciendo estos otros autores que, sin embargo, eran de países remotos, utilizaban un español con vocablos y palabras que a veces, sobre todo al principio, no entendíamos pero con las que nos familiarizamos enseguida. Y sobre todo sentíamos que estaban hablando de nosotros con muchísimo más acierto que otras personas que lo hacían desde nuestras propias ciudades. Yo recuerdo el descubrimiento de la novela Rayuela, el descubrimiento de todos los cuentos de Cortázar, el descubrimiento de Borges, sobre todo Ficciones, El libro de arena y El Aleph, pero también Historia universal de la infamia e Historia de la eternidad, etc., Ernesto Sábato mí también fue un autor fundamental para mí, sus tres novelas: El túnel, Sobre héroes y tumbas, y Abadón el exterminador. Fue como descubrir una verdadera mina. Luego, a partir de ahí van apareciendo otros autores: Vargas Llosa, García Márquez, Manuel Puig…
[GPC]: En el diario “El Heraldo” te han considerado como un autor de culto, ¿cómo asumes ese rótulo teniendo en cuenta que este tipo de autores cuentan con pocos pero selectos lectores?
[CCA]: En realidad no sé bien qué significa ser un autor de culto. Entiendo que se refieren a que probablemente, durante mucho tiempo, he venido siendo una especie de autor secreto, que no ha estado nunca en la primera línea de los suplementos culturales ni en los escaparates de las librerías, sino que mis cuentos han ido difundiéndose poco a poco, por el método de boca a oreja, sobre todo en quienes estaban interesados en el relato corto y en el descubrimiento de nuevas formas de decir. Es verdad que mis libros no han sido superventas, pero no lo es menos que jamás busqué ni pretendí semejante cosa.
Madrid, abril del 2021.
Gian Pierre Codarlupo. Nació en Perú en 1997. Investiga, escribe y sobrevive en Madrid. Es colaborador de la Revista Mal de Ojo.