Literatura
Narrativa
marzo 2023
¿Vamos a cortar leña?
por Maisa Viveros
La muerte no es más que un cambio de misión
León Tolstoi
Aún recuerdo cuando el profesor Bastias me pidió leer el versículo Romanos 2:12. “Todos los que han pecado sin conocer la ley también perecerán sin la ley; y todos los que han pecado conociendo la ley por la ley serán juzgados”. Cuando lo terminé, le pregunté al profesor si aplica para quienes no merecen ser juzgados. Él me preguntó quienes, yo solo le respondí que aquellas personas que terminan pagando los platos sucios de quienes sí lo hacen. Nuevamente, volteó a verme y asintió con la cabeza, luego se acercó más y me dijo que esos pecadores arderán con Lucifer en el infierno. Que no me preocupara.
Ya pronto iban a comenzar las vacaciones. Mis amigos junto con sus familias ya tenían planeadas sus vacaciones. Algunos irían al Sur o Bariloche, en cambio, yo jamás salía.
Vivía en Santa Juana en medio de los cerros y con suerte mis padres podían pagar la colegiatura. Además, todos los días tenía que levantarme temprano para llegar a la hora. El viaje duraba tres horas. Muchos compañeros en el colegio me molestaban por ser pobre. No me importaba. Cada vez que llego, voy a cortar leña para que así mis viejitos no se mueran de frío. No conocía a mis padres, según mi abuelita, se fueron al extranjero a buscar mejores oportunidades, pero sabía que era mentira porque muchas veces la veía llorar en la habitación lamentando la muerte de ambos.
Inició el verano y las temperaturas comenzaron a elevarse. Por la mañana me levanté y le pregunté a mi abuelo si me acompañaba a cortar leña para la noche, él no se negó. Pasamos casi todo el día en medio de las laderas que danzan con el aire y con el aroma a poleo emergente de los pies de la tierra seca del cerro.
Llegamos alrededor de las ocho de la tarde. Mi abuelita nos tenía pan amasado calentito con mantequilla. Jamás olvidaré el sabor de ese banquete. Nos reímos, cantamos algunas canciones de Violeta Parra que mi abuelo sabía tocar y después, nos fuimos a acostar. De la nada unos aullidos me despertaron. Miré por la ventana y más que otro animal lo vi corriendo desesperadamente. No parecían animales. La abrí. Mi pieza se infectó con ese perfume neblumo hasta inyectarse en mis fosas nasales. Luego escuché a alguien gritar. Provenía de la habitación de mis abuelos. Desde la puerta apareció una cantidad de humo indescriptible en los huecos de ella. Entré como pude hasta que vi la mano de mi abuelo extendida. Nos abrazamos entre los tres, nos miramos con los rostros carbonizados y recesos de lágrimas. Me acerqué aún más a ellos y le pregunté a mi abuelo.
—¿Iremos a cortar leña mañana?
Y no respondió.
Me gusta llamarme Maisa Viveros en el oficio. Comencé a escribir alrededor de los seis años. Nací en Hualqui, comuna rural que pertenece a la ciudad de Concepción, Chile. Estoy en la edad en la que aún tengo el tiempo de arrepentirme de mi carrera de Pedagogía en Lenguaje y Comunicación. También siempre supe que quería escribir de eso no me cabe dudas. Destino mi tiempo libre en fumarme un cigarrillo, tomarme una copa de vino y escribir a mediados de la noche en mi computador todo lo que aprendí de las personas. No solo se trata de mí, sino de lo que se esconde dentro del mundo. Lo entendí con Virginia Woolf cuando terminé de leer “Una habitación propia”, en donde me di cuenta de la importancia de relacionarse con la realidad pese a sus circunstancias. Nunca me ha agradado este mundo o muchas veces me siento fuera de él, pero el escribir me permite comprender lo que es incomprensible para las personas, esa es la esencia de mi escritura. Contar lo menos deseable para hacerlo. Porque sé que ese es mi lugar y es ahí donde quiero pertenecer.