Literatura
Poesía
octubre 2020
Poemas de Julio César Arévalo Abad
Nacido en Madrid en 1969. Resido en Santa Cruz de la Sierra desde 2009. En Madrid, titulado en Escritura Creativa en Escuela Fuentetaja. En Santa Cruz de la Sierra he cursado el diplomado en Escritura Creativa (2015) en la Universidad UPSA. Estudios de poesía: Taller de Trueque Poético, Taller Poetangas, Talleres diversos a cargo de la poeta Valeria Sandi, Taller de René Silva Catalán y actualmente inscrito en Taller Llamarada Nueva a cargo del poeta Gabriel Chávez Casazola. Estudios de narrativa: Taller de Cuentos a cargo de Maximiliano Barrientos.
Correo: juliocesararevaloabad@gmail.com
LA SALUTACION DE LOS CAMPOS
La salutación de los campos cargados
que se sonrojan si los miras.
El color azul de estas tardes impúdicas
no distintas de la simple hojarasca,
del aguacero terco que quebranta las cosechas
pero pide perdón a las calles contaminadas de pasos,
huellas de pecados.
La vehemencia en el anhelo,
la convicción pura de la incansable mariposa
por gozar la flor,
por compartir juntas su néctar,
enlutando al fusionarse sus brillos no igualados,
sus diminutas formas tan débiles ante la luz del sol,
algo tienen de delicadeza,
de osadía fugaz, afán de sencillez,
idilio duradero mayor que el compromiso de los pactos,
los juramentos de amor y los festejos.
Las huidizas alimañas que me inquieren en la noche
tras denostarlas y escupirlas,
al astillar sus cuerpos los arpones de mis manos,
traen pesar a la aurora,
soledad ilustre a las ciénagas más densas.
Sus arcaicos ojos, desvaídos, resignados,
son tan tristes como la maleza inexplorada
donde viven y mueren.
La tolerancia y el conformismo en sus actos,
sus instintos, sus coitos ocultos,
echan por tierra toda la malicia acumulada
en la mente por milenios.
El hastío humano que pretende agotar
la flama del único poder posible,
la promesa de esperanza,
su cinismo al innovar súbitas guerras
no logrará detener el crecimiento sereno de la hierba,
que volverá a despuntar habitual y enhiesta.
El odio contumaz, la metralla y sus estragos inútiles
contra el suelo firme de naciones,
dejarán estigmas en los costados de sus víctimas,
pero jamás mutilarán vientres lejanos
que libres, verán nacer hombres mejores.
La validez de mis palabras incapaces
que hace a tu voz merecedora del silencio decisivo,
si lo aprehendes.
Lo que queda tras el temblor de los astros,
tras el gran lamento del mar,
ola a ola enlentecido en su fatiga,
el espacio entre el ancla y el barco,
la gaviota y los peces, el puerto y los faros,
la arena y las corrientes, las rocas, la pleamar.
El veraz aroma que desprenden tus cabellos
cuando los toco,
tu cabellera próvida donde oscila el tiempo
entre vastos nudos orondos destejiéndose,
cuando me acuerdo de ellos al descansar de mis heridas,
mi pasado inmundo sin un regio pulso, sin casta saliva,
torpeza de haber vivido buscándote
con vergüenza en la mirada,
para hallar tu amor inesperadamente eterno
sobre un sucio lecho.
El mutismo de Dios al que otros llaman fe o confianza.
Los remordimientos,
las suturas que escuecen dentro del alma
tras los espasmos al llegar al clítoris
de las mujeres que abandoné,
cuando había niños huérfanos con lágrimas en los ojos
muriéndose de hambre,
niños sin sus cuévanos, con carbunco en la piel
y pulmones desolados por mortal fiebre que invade.
No, no el desdén en la limosna,
ni el hito de clemencia amarga,
sino la desidia hacia cualquier suspiro vivo,
umbrío colofón para un destino breve y cruel.
La querencia de refugio conque los pájaros
acuden a sus nidos tras migrar.
Los arrullos de las palomas a las que disparaba
desde las ventanas de aquel penal de juventud
que tantos años fue mi casa.
En los estantes de mi alcoba, lúcidas telas protegían los libros
y poemas en sazón servían de alimento
a mis mezquinas ansias.
El accidente de mi padre, su invalidez,
el arrastrar de las cadenas rodantes
que ni la música más bella me hacía olvidar.
En el fuego repentino quemé ansiosamente los escritos
donde plasmaba mis pensamientos torturantes,
mis obsesiones como el espanto del día,
como ponzoña en las noches.
Sólo tu sonrisa brotando, ajena a todo,
ilusionándome.
La pasión constante conque te nombro o me rechazas.
Mis conductas compulsivas, mi sensibilidad,
tu carácter impaciente.
Las dudas cobardes que inventaron para intentar separarnos,
para sentirme alguna vez seguro
que el daño que te hice no me lo devuelvas de repente,
para lograr convencerme y convencerles que al fin,
pese a quien pese, tú y yo nos tuvimos,
ahora nos queremos, quién sabe, para siempre.
(2011)
A UN PASO
“Y a ustedes, les ruego, se abstengan de juzgar,
pues toda criatura necesita ayuda de todas las demás”
(Bertolt Brecht)
Sobre el alféizar de mi ventana, mientras me visto,
un grupo de gorriones espera con ansia
unas migajas de pan.
Ya intuí por su revuelo bajo y cándido
que no se trata de una bandada;
sólo las aves seguras, vigorosas, predadoras,
pueden constituir una bandada.
Seguro volaron tibios tras perder sus guaridas,
las tejas y las grietas de los edificios
y de los troncos de las coníferas
que les protegen de la intemperie.
Sin enemigos, pero con presunción de enemistad,
llegaron a mí como luciérnagas al ser hostigadas
y emitir con fragor cierta luz,
igual que los expósitos interrogándose
por el hospicio que les trauma,
o los pétalos desprendidos del girasol
cuya pelusa el viento barre al azar
desde luminosos cultivos.
Ya aplacaron su sed, allá en el porche,
con el agua retenida en la oquedad de mis macetas,
vacías de plantas.
Ahora pretenden entrar en mi casa
por la ventana, no por el umbral,
como si tuvieran algo que esconder,
pero yo sé no tienen nada que esconder
pese a su arcaica manera de inquietarse,
me lo han mostrado febril y silenciosamente
con su espera,
volar para encontrar alimento
y vagar para seguir buscándolo,
ofrecimiento y preciosa conformidad,
migajas de pan a cambio de rutinaria vida.
Si se parapetaron en los feudos del hombre
no fue para codiciar sus graneros,
sus vaporosos instintos no pueden codiciar
ni almacenar en búnkeres
lo que el viento esparce o se lleva,
fue sólo un crecido afán de supervivencia
por obtener ridículas sobras
lo que les hizo mostrarse con cautela,
ya que nadie les puso en el pico
manjares o aguinaldos.
Siempre expectantes frente a mi casa,
siempre al lado de los hombres, por compasión.
Al mirarlos, percibo en sus ojos trístidos, sin brillo,
la espuria llaga del hambre,
el cerco de la imperdonable injusticia,
como la descubro en la mirada de los niños
consumidos por la guerra civil Yemení.
Ni frente al muro de los lamentos
vi encarnado tanto dolor.
Las penurias de los animales no son menores
que las de cada hombre,
que las del mismo Dios.
También me fijo en sus alas entreveradas
con reflejos a escala, como con remiendos,
y en sus pechos grises, raídos,
semejantes al chal conque resiste el anciano
las vejaciones del tiempo.
Al alba, en sus nidos, cierta amenaza de muerte,
la inanición, los mantiene despiertos
aunque no conozcan la muerte;
en esos nidos, entre sus mimbres desechos,
pían acurrucados, ciegos polluelos.
Ahora, en esta mañana otoñal,
esas mínimas aves han rodeado mi casa
sin mi aprobación,
comprendo fue por necesidad.
Oigo sus trinos, jamás subversivos,
que me susurran, me llenan de calma,
al contrario que las arengas militares
que sin pudor devastaron la historia
y ahora también el presente.
Entonces lloro al recordar cómo en mi niñez
disparé contra esas aves indefensas,
las torturé con mis manos,
arranqué sus alas
y las escondí entre mis álbumes.
Hoy ya no existen ni esos álbumes
ni los restos de esos pájaros.
El último gorrión al que disparé
murió agonizando mirándome a los ojos.
Arrepentido,
oculté las pruebas de esa barbarie
y quemé todas esas alas,
envoltorios y fechas inservibles.
En mi cuarto ya sólo queda un camastro
y una ventana
desde la que observo a otros pájaros
moverse por el jardín,
un equipo de música que reproduce new age
y en las repisas, libros de poesía y de ética
y fotos de Claudia y de mis padres ya ausentes.
Por ello hoy he decidido regalar a esos gorriones
unas migajas de mi pan.
Los residuos no desmerecen, enaltecen.
Terrenales pruebas por celestiales galardones.
Las penas del mundo se toleran mejor
con saciedad en la boca.
Lo juro, tuve tan cerca a esos pájaros…
Aunque jamás vuelva a verlos,
les di de comer y les vi sollozar.
(2019)
NUNCA ES MENTIRA
Así comienza el día
(Mark Strand)
Nunca es mentira
el hito por el que renace cada día
el pájaro en su nido,
su canto de fervor
en ese cobijo tan remoto
de briznas olvidadas,
sin apenas luz ni espacio,
para hacer suyo
lo que fuera ha quedado,
la flor polinizada,
la pobreza del agua,
el viento que retumba
y la cadencia de una cópula
(2020)